Las agencias humanitarias han venido alertando de un elevado número de casos de desnutrición en el noreste de Nigeria en los últimos meses, principalmente por la falta de alimentos y de acceso de la asistencia, pero el problema también está presente en Maiduguri, la capital del estado de Borno, donde las ONG tienen una mayor presencia.
Según ha explicado la coordinadora de proyectos de Médicos Sin Fronteras (MSF), Helle Poulsen-Dobbyns, quien ha realizado recientemente una visita a Maiduguri, la ciudad que vio nacer al grupo terrorista Boko Haram, los equipos de la ONG "han tenido que hacer frente a un gran número de niños con desnutrición aguda severa y un creciente número de casos de malaria".
"No esperábamos algo así en la capital, donde no hay conflicto y las organizaciones de ayuda tienen acceso", ha reconocido la responsable de MSF, subrayando que "en algunas zonas las tasas de desnutrición eran tan elevadas como las registradas en zonas de conflicto".
El personal de MSF se ha encontrado en Maiduguri con "muchos casos" de los dos tipos de manifestaciones de desnutrición aguda severa: marasmo grave (niños con una delgadez extrema y grave debilitamiento) y 'kwashiorkor' (edemas en tobillos, pies y vientre).
Los centros que gestiona la ONG en la ciudad nigeriana "estaban llenos de niños menores de 5 años, que son los más vulnerables, pero también vivimos la muerte de muchos niños mayores", ha precisado, subrayando que "sus cuerpos, ya debilitados por la desnutrición e incapaces de luchar contra la enfermedad, fueron víctimas de los efectos de la malaria grave".
"LA CLAVE ESTÁ EN LA COMIDA"
"Por eso no hacía más que repetir al equipo: la clave está en la comida", ha subrayado. En este sentido, MSF distribuyó alimentos para 8.000 personas en un campo de desplazados cuyos habitantes no habían recibido en cuatro meses ninguna ayuda alimentaria. Además, a las madres de los niños que se da el alta tras recibir nutrición terapéutica se les entrega "una ración familiar de alimentos para un mes" para que éstos no recaigan.
MSF tiene en Maiduguri un centro de alimentación terapéutica con más de 100 camas y por el que pasan unos 300 niños al mes, así como dos centros de salud en los que se ofrecen unas 3.000 consultas mensuales. Ante la situación de falta de alimentos y desnutrición detectada, la ONG ha contratado a más personal, al que se ha impartido formación.
Para acelerar el proceso de atención, por ejemplo, ha explicado Poulsen-Dobbyns, las enfermeras de uno de sus centros se encargan directamente de realizar el triaje en las colas de pacientes con el fin de identificar rápidamente los casos más graves. "Los niños estaban tan enfermos que, de no ser así, nos habríamos arriesgado a verlos morir mientras esperaban a ser atendidos", ha precisado.
Por otra parte, la responsable de MSF ha hecho hincapié en que "el 90 por ciento de los desplazados son acogidos por la comunidad en Maiduguri en muy malas condiciones", ya que el saneamiento y la higiene son inadecuados. "Esto hace que sea más difícil llegar a ellos y dichas condiciones son como una incubadora; facilitan la propagación de enfermedades", ha subrayado.
En este sentido, también ha resaltado que la temporada de lluvias ha sido corta y las precipitaciones escasas lo que "ha creado las condiciones óptimas para que los mosquitos se desarrollen en pequeños charcos de agua". "Cuando llegue la temporada de calor, la población todavía estará debilitada por la desnutrición y expuesta al elevado riesgo de malaria, agravado por las condiciones de hacinamiento", ha advertido.
"Sus aldeas han sido destruidas, les han robado el ganado, y los campos y los cultivos han sido saqueados y quemados. Necesitarán todo el apoyo posible en Maiduguri", ha defendido la responsable de operaciones de MSF.
"PASAMOS DÍAS SIN COMIDA"
La falta de alimentos y de medios de vida es una queja que comparten la mayoría de los desplazados que hay en Maiduguri. "Nuestro principal problema es la falta de alimentos y a veces pasamos días sin comida", cuenta Bintou Bashir, que tiene cinco hijos después de perder a tres.
"Mi marido es albañil pero desde hace dos años no consigue empleo. A diario sale de casa pero la mayoría de las veces vuelve con las manos vacías", precisa, "por lo que muchas de las veces dependemos de nuestros vecinos y de gente de buena voluntad para la comida". "Cuando nos dan algo, comemos, de lo contrario pasamos hambre", precisa esta mujer de 30 años.
La historia de Sara Kawu es muy parecida. Ella, su marido y sus cinco hijos viven en una casa en Maiduguri tras escapar de su pueblo natal. "La vida es difícil para los desplazados. La comida es cara y pasamos las noches sin haber comido. A veces solo podemos hacer una comida al día", cuenta la mujer a MSF.
"Mi marido solía tener una tienda, pero ahora no tiene empleo. No tenemos fuente de ingresos", precisa, asegurando que a ella misma le gustaría trabajar pero "no tengo los medios". "También me gustaría enviar a mis hijos a la escuela pero solo dos de ellos tienen plaza", comenta.
"Boko Haram invadió nuestra localidad y nos pidió que o bien nos uniéramos a ellos o abandonáramos la localidad. Nosotros optamos por marcharnos y nos trasladamos a Bale, una localidad en los alrededores de Maiduguri, hace dos años. El año pasado, mi marido fue asesinado. El hijo de mi hermana mayor y mi cuñado también", señala por su parte Laraba Mustapha, quien ha llegado con su hijo de 3 años a uno de los centros de MSF.
Según explica, su hijo llevaba enfermo tres meses, durante los que ella le suministró "medicina tradicional", pero cuando escuchó hablar del hospital de MSF en el que se ofrecía atención gratuita no dudó en llevarle. "Mi mayor reto es el hambre y a veces nos vamos a la cama sin comer", admite esta madre de tres hijos, que cada día se echa a las calles con ellos para mendigar.
El hecho de que MSF esté ofreciendo atención médica gratuita es un alivio para los desplazados. Algunas, como Fatima o Hauwa, han podido dar a luz a sus hijos sin ningún problema, otras, como Zainab, han acompañado a sus nietos para que reciban atención. Según cuenta esta última, cuando su nieta de ocho años llegó al centro, "estaba inconsciente y no podía comer pero ahora está mejor y ya come".
La hija de Maryam, de un año, también llegó, sin poder comer ni ser capaz de mamar del pecho de su madre. "No creí que sobreviviría pero ¡miradla ahora! Creo que es lo suficientemente fuerte como para casarse", bromea riendo la mujer.