Más de 3.000 años después de haber sido enterrado, la cámara funeraria de Tutankamón volvía a ver la luz cuando el británico Howard Carter se asomó y pronunció maravillado: ¡Veo cosas maravillosas!
Las maravillas que volvían a sentir la luz eran las de la tumba real egipcia mejor conservada. El hallazgo por el que la humanidad esperó tres milenios estuvo a punto de no haber tenido lugar cuando un año antes, el patrocinador de la excavación, lord Carnarvon se cansó de las promesas de Carter y estuvo a punto de cerrar el grifo de la financiación.
Afortunadamente, la persuasión de Carter se impuso. Ambos llevaban trabajando juntos desde 1907 y Carter había recorrido varias necrópolis egipcias hasta que consiguieron los permisos para excavar en el Valle de los Reyes. El 1 de noviembre de 1922, Carter comenzó a desescombrar en un sector cercano a la tumba de Ramsés VI, y tres días más tarde, descubrieron el escalón que descendía hasta la tumba. Era el primero de doce que bajaban hasta una pared enlucida con una serie de sellos que no permitían descubrir la identidad del difunto. Carter paró las obras y escribió un telegrama a su promotor:
“... Por fin he hecho un descubrimiento maravilloso en el Valle; una magnífica tumba con sellos intactos; la he vuelto a recubrir, dejándola como estaba, a la espera de que usted llegue. Felicidades”.
Tuvieron que ser los veinte días más largos de la historia para Carter, hasta que Carnarvon llegó y el día 24 de noviembre Carter vio por un pequeño orificio las “maravillas” que llevaba décadas buscando. Siguieron meses y más meses de meticulosos trabajos de catalogación de los más de 5.000 artefactos con las capillas de las tumbas intactas y la resplandeciente máscara mortuoria que impulsaron el interés por el pasado egipcio a un nivel global.
¿Quién fue Tuntankamón?
El faraón al que todo el mundo le pone cara en realidad fue un discreto y joven rey en una época convulsa para el imperio egipcio tanto a nivel externo como interno. Los estudios más recientes sostienen que el padre de nuestro protagonista fue Amenofis IV, más conocido como Akenatón. Un inconfundible monarca caracterizado por sus representaciones estilizadas acompañadas por la representación de Atón, un sol de largos rayos, que mostraba una revolución religiosa radical. El faraón, que tuvo en Nefertiti a su Gran Esposa Real, elevó al dios Atón como la única deidad oficial del Estado, una especie de monoteísmo, que iba en detrimento del anterior culto predominante al dios Amón.
El monarca además movió la capital a Ajetatón (significa “horizonte de Atón”), en Amarna, enfrentándose directamente con los sacerdotes del culto amónico.
Tras la muerte de Akenatón, el trono egipcio fue ocupado por Tutankamón, todavía llamado Tutankatón “imagen viviente de Atón” por el culto impuesto por su padre. El joven monarca era solo un niño de unos diez años y fue tutelado por el visir Ay, que guió al joven monarca para que promulgara un edicto por el que volviera a la situación religiosa anterior a la revolución de su padre. Amón volvería a encabezar el panteón egipcio, y Tebas volvía a ser la capital religiosa. También se produciría el cambio de nombre de Tutankatón por el de Tutankamón.
El joven murió con 18 años con apenas una década en el poder y sin ningún acto reseñable, más allá del retorno al culto amónico. Paradójicamente, el exceso de productos para conservar su cadáver provocaron un deterioro del mismo, que dificultó la investigación sobre su muerte. Actualmente, se cree que Tutankamón pudo haber sufrido la enfermedad de Köhler, que le habría provocado un acelerado deterioro de los huesos y que explicaría los numerosos bastones encontrados en la tumba, algunos de ellos con evidencia de uso. Las pruebas también demostraron que estaba enfermo de malaria en el momento de su muerte, y no se descartan problemas genéticos derivados de la consanguinidad familiar.