Tengo un amigo, profesor de Derecho, con el que los sábados mantengo apasionadas tertulias de esto y aquello. En una de dichas tertulias salió a relucir su especial gusto pictórico: el tenebrismo y Valdés Leal.
Sin quitar que es una magnífica elección (las obras de Valdés Leal Finis Gloriae Mundi e In Ictu Oculi, que se conservan en el Hospital de La Caridad de Sevilla son auténticamente sobrecogedoras), me dio por pensar que puestos a elegir, por qué no ir al maestro, al que inició el universo tenebrista. Y ése no es otro que Michelangelo Merisi Caravaggio, milanés de nacimiento y uno de los grandes entre los grandes pintores del Barroco.
Caravaggio comienza su andadura en la pintura por los caminos manieristas, movimiento de reacción al clasicismo y que se inicia en Italia por la tercera década del Siglo SVI. Pero pronto, impulsado por su carácter indómito y pendenciero (en algún sitio he llegado a leer calificarle de macarra, con evidente falsedad e impropiedad del término), va a buscar su propio estilo. Y lo encuentra: el realismo tenebrista.
Son los tiempos de la Contrarreforma, época convulsa para el catolicismo y para Roma, a la que llega a mediados de 1592 en la más absoluta de las miserias. Roma levantaba Iglesias por doquier como respuesta a las tesis luteranas. Y esas Iglesias había que decorarlas. Caravaggio pasa de una etapa, digamos de subsistencia, en el taller de Giuseppe Cesari, pintor de cámara de Clemente VIII (Muchacho cogiendo fruta, Cesto con frutas, Baco), a lanzarse al vacío, pues su economía seguía siendo precaria, a buscar su estilo y su triunfo. Los encontró, pero también encontró su destino. Las amistades que traba Caravaggio le permitirán, de un lado, codearse con las altas esferas de la sociedad, donde está el dinero y el poder, pero por otro le llevarán a las peleas callejeras y a los duelos rufianescos.
Es la época de La Buenaventura y Los jugadores de cartas que le hicieron popular y que atrajeron la atención del Patronato del cardenal Francisco María del Monte, para el que elaboró un buen número de pinturas de cámara: Los músicos, Apolo tocando el laúd, una copia de su Baco, Chico mordido por una lagartija…
Altas y bajas esferas
Caravaggio se convierte en el pintor más famoso de Roma y le comienzan a llegar encargos de temática religiosa: San Francisco de Asís en meditación, San Francisco de Asís en éxtasis, Descanso en la huida de Egipto, etcétera. De la mano del cardenal del Monte es contratado para decorar la capilla Contarelli, en la romana iglesia de San Luis de los Franceses. Y pinta El martirio de San Mateo y La vocación de San Mateo. Es ya el pintor tenebrista que maneja como nadie los claroscuros que realzan unos elementos de la obra sobre otros. Pero su realismo no gusta a todos y así algunas de sus obras fueron rechazadas y otras las tuvo que modificar sin el carácter agresivo de su estilo.
Su carácter y su vida tumultuosa le iban a conducir, finalmente, a su destino. El 29 de mayo de 1606 es el principio del fin: mata a un hombre en una reyerta (hay quien opina que accidentalmente). Hasta entonces sus mecenas y protectores habían evitado procesos y acciones judiciales. Pero esta vez es diferente y tiene que huir de Roma. Llega a Nápoles, donde encuentra la protección de la familia Colonna y queda fuera del poder de Roma. Se convierte en la “estrella” de la pintura napolitana: Siete acciones de misericordia y La Madonna del Rosario.
Marcha a Malta, donde es nombrado Caballero de la Orden y allí, entro otros, pinta La Degollación de San Juan Bautista. Pero otra pelea hace que le expulsen de la isla y de la Orden. Pasa por Sicilia y vuelve a Nápoles, siempre pintando: La sepultura de Santa Lucía, La resurrección de Lázaro, La adoración de los pastores, La negación de San Pedro, magnífico exponente de un tenebrismo simbolista, y El martirio de Santa Úrsula, donde su estilo comienza a evolucionar y a dotar de un mayor movimiento a sus figuras.
Caravaggio, que duerme armado y en continua tensión, quiere el indulto de Roma y volver a la ciudad que siempre añoró. Sufre un intento de asesinato que le desfigura el rostro y, por fin, en verano de 1610 intenta tomar un barco para ir a Roma en busca del indulto. Pero le roban sus pertenencias que se van en el barco y él inicia una desesperada persecución por tierra. En Porto Ércole enferma de fiebres y el 18 de julio de 1610 muere. Tenía tan solo 41 años. Muere así Caravaggio que, al final, no hizo honor a su lema, grabado en la empuñadura de su espada: “sin esperanza, sin temor”, puesto que iba a pedir un indulto, con lo que ello implica de esperanza de lograrlo y temor al castigo, pero que llevó al máximo esplendor la técnica del claroscuro, del tenebrismo realista que tanto influyera a pintores, coetáneos y futuros.