Cultura

Carlos Lechuga: “Cuando intento hablar de Cuba fuera de la isla, la izquierda global me quiere callar”

Estas memorias cortas y contundentes explican lo que muchos medios no quieren ver

Las memorias del escritor y cineasta Carlos D. Lechuga, Esta es tu casa, Fidel (De Conatus, 2024) no tienen un gramo de grasa, como los personajes del libro durante el Periodo Especial, aquellos terribles años noventa en los que la URSS dejó de prestarles apoyo logístico y financiero. "Como tampoco había combustible, el único medio de transporte que estaba a mano eran las bicicletas. Había una ironía morbosa en la situación: el cubano no estaba muy bien alimentado y sin embargo, si se quería mover de un punto a otro de la ciudad tenía que pedalear y pedalear como si fuera un deportista de alto rendimiento. La gente estaba desapareciendo en vida”, explica.

El libro engancha desde el arranque por su estilo espartano, donde se mezclan escenas políticas, familiares y sentimentales. Podemos resumir así la trama: nieto de alto cargo de la Revolución Cubana, criado por una madre soltera va despertando poco a poco desde la épica castrista hasta la dura realidad sociopolítica de su país. Todo lo que comparte resulta cercano, aunque ciertas personas nunca vayan a otorgar credibilidad al relato. “Cada vez que trato de hablar de esto fuera de Cuba o presento alguna de mis películas, la izquierda global, que sí disfruta de los beneficios de la democracia, me intenta callar. Desde Francia o Buenos Aires es muy fácil decir: ‘Cuba tiene que seguir siendo el faro que ilumina el mundo, David Contra Goliat”, lamenta. Dentro las cosas se ven de otra manera.

Estos relatos cotidianos de un niño que se hace hombre encierran grandes lecciones políticas. Uno de ellos es el que nos habla de los límites de los experimentos sociales. Fidel Castro prohíbe los juegos de mesa, la prostitución y la propiedad privada, pero en Cuba siguen vivas la desigualdad y los privilegios, con la diferencia de que está prohibido denunciarlos. También se intenta eliminar la Navidad pero “así y todo, era bien común, a finales de diciembre, ver una programación con espíritu festivo. En estas fechas el Estado celebraba el triunfo revolucionario que había ocurrido un primero de enero del 59, pero en los hogares, puertas adentro, las familias seguía celebrando las navidades y montaban, con cualquier gajo de palma, un arbolito de Navidad clandestino”, evoca con emoción.

La ceguera de la izquierda con Cuba

En un ambiente represivo, autoritario y homófobo, Lechuga encuentra refugio en hacer películas. “La pantalla era el lugar donde podía ser yo. Lo que no se permitía hacer en la realidad, lo hacía en la ficción”, resume. Eso no significa que se entregase al escapismo: la aventura de rodar le hacían ver sobre el terreno la cruda realidad de la isla caribeña. “Filmando, llegué a un antiguo central azucarero donde los negros y las clases más desfavorecidas vivían en un barracón, como su antepasados que habían sido esclavizados. Para algunos el tiempo no pasaba, todo era un círculo sin fin. Para algunos la revolución no había triunfado”, descubre. Las dificultades para esternar en la isla su película Santa & Andrés (2016) son un mapa de cómo funciona la represión cultural castrista.

"Los que estaban mal eran ellos, los que mandaban. Y nosotros, los jóvenes, lo único que queríamos era un cambio", defiende

En ese mismo lugar, piensa que él no busca algo tan distinto de su abuela santera, que también tiene que esconderse por sus creencias espirituales. “Seguro que se escapaba e iba a un barracón como ese a aprender magia. Al no tener nada material, la magia le iba a servir para salir de la miseria”. Aparte de la crónica política, el libro tiene valor por la descarnada descripción de las relaciones familiares, sobre todo con una madre volcada en su crianza contra viento y marea. Ese vínculo tan potente contrasta con una sociedad envilecida y paranoica, donde todos compiten contra todos por el más mínimo bocado, atención o privilegio.

Hay que tener el corazón de piedra para no emocionarse con las páginas finales, donde un crescendo vertiginoso hace estallar todas las emociones reprimidas durante años entre una madre ejemplar y su hijo. No desvelaré más para no estropear el placer de la lectura. Sí puedo decir que quien termine este libro no volverá a mirar igual el Movimiento San Isidro, reacción de resistencia cultural juvenil que estalló en noviembre de 2020 contra los burócratas que hoy dominan Cuba de manera despótica. “Le dijeron a la opinión pública que éramos unos pagados de la CIA. No podían asumir que el descontento era real y que la gente se había reunido ahí por voluntad propia. Para mí, fue una manera de cerrar un ciclo, de liberarme y mostrarle al mundo que los que estaban mal eran ellos, los que mandaban. Y nosotros, los jóvenes, lo único que queríamos era un cambio. Entre la lucha de lo muerto versus la vida, teníamos todas las de ganar”. Allí siguen, en la brecha.

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