En menos de cinco días, varias polémicas han propiciado acciones que en otras circunstancias habrían despertado preocupación. Desde la hostilidad contra Catherine Deneuve y un grupo de artistas francesas por criticar lo que consideran ciertos tintes de fanatismo y puritanismo en los derroteros que está tomando el movimiento "#metoo", que surgió a partir de las denuncias de acoso en la industria del cine, hasta la decisión del sello francés Gallimard de retirar una edición con textos antisemitas de Céline. Al mundo lo recorre un vapor de corrección. Una vocación higiénica volcada en fomentar y vigilar a libertad e igualdad de todos.
Los anteriores no son ni mucho menos los únicos casos de esta semana. En los últimos meses se han visto ejemplos peores: el Museo Metropolitan de Nueva York tuvo que plantarse y negarse con rotundidad a una petición para que se retirara una pintura de Balthus en la que aparecía una niña a la que se le veían las bragas. Las artes visuales, insistió la institución, son un medio para la reflexión no un tablón moral. ¿Habría sido objeto de un boicot Thomas Mann por escribir, por ejemplo, la historia decadente de atracción que siente Gustav von Aschenbach por el joven Tadzio en La muerte en Venecia? ¿Entenderíamos ese libro hoy como una historia pederasta y no la melancolía por la juventud perdida?
En un contexto donde las libertades son mayores, se multiplican las presiones. Eso no es lo suficientemente feminista; aquello es maltrato animal; aquí se huele algo de racismo. Se juzga y se sentencia con presunciones. Las cortapisas surgen en el lugar que más ha sufrido históricamente la censura: la cultura, que es la esfera natural de la presentación simbólica, el centro del conflicto y el escenario de producción de sentido. De subjetividad. Por eso ha sido objeto de presiones a lo largo de la historia. Y sigue siéndolo. ¿Un repaso de lo ocurrido esta semana aclararía las cosas? Probablemente no. Sin embargo, no está de más examinar algunos de los desencuentros más vistosos que se han originado en nombre de la tolerancia y el respeto al otro. A la manera de una franquicia del Santo Oficio en el siglo XXI, así actúan algunas matrices de opinión.
Reescribir Carmen
El público que asistió al preestreno de Carmen en el Teatro del Maggio Musicale de Florencia abucheó y silbó la modificación que introdujo el director de escena Leo Muscato en el final de la ópera de Bizet y en la que Carmen termina matando a disparos a su despechado amante don José. La corrección o ya directamente la hoja de parra moral que colocó Muscato a la cigarrera sevillana creada Prosper Mérimée pretendía hacer una llamada de atención a los feminicidios, a costa de alterar, mutilar y deformar un personaje desafiante que encuentra en su trágico desenlace parte de la naturaleza misma de su rebeldía y su transgresión.
La 'hoja de parra moral' que colocó Muscato a la cigarrera sevillana pretendía ser un gesto contra la violencia machista
En esa lógica de lo correcto hay quienes, como ha asegurado Albert Boadella, a este paso intentarán llevar a Otelo a los juzgados por violencia de género. “Hay que ser muy serios con esto", aseguraba el director teatral para referirse a los espacios de ficción que sirven como lugares alegóricos, propicios para la reflexión, la sátira y la catarsis. Boadella propuso estas reflexiones en ocasión de la polémica por el espectáculo de títeres La Bruja y Don Cristóba, obra que fue acusada de enaltecimiento al terrorismo.
Las versiones censuradas o pasadas por la guillotina normalmente acusan lo contrario de lo que interpretan. Por ejemplo, el manuscrito de Lolita fue rechazado en siete ocasiones hasta que el sello parisino de literatura erótica The Olymplia Press apostó por este libro con el que Nabokov puso ante el espejo a una sociedad que se escandalizó al leerla. A mitad de camino entre la historia de amor, incesto y perversión, en Lolita, Nabokov elaboró en ella un retrato ácido y visionario de los Estados Unidos, y que fue capaz de convertirse en una obra universal, como Ana Karenina, Madame Bovary o Moby Dick. Al momento de su publicación en Norteamérica -tres años más tarde con respecto a la edición parisina-, Lolita había vendido 300.000 ejemplares, una cifra importante pero despreciable frente a los 14 millones que alcanzó en las décadas siguientes. Su popularidad se hizo mayor cuando Stanley Kubrick la llevó al cine, en 1962 -en España no pudo ser vista hasta 1972-.
Gallimard retira un libro de Céline
La editorial Gallimard decidió renunciar a sus planes de publicar en Francia tres panfletos antisemitas del escritor francés Céline, después de varias semanas de polémica sobre la conveniencia de difundir esos textos que originalmente salieron a la luz entre 1937 y 1941. Antoine Gallimard señaló que, a su juicio, "no se dan las condiciones metodológicas y memoriales" para plantear "con serenidad" esa publicación. Y justificó esta decisión en nombre de su "libertad de editor" y de su sensibilidad con su época.
Los tres panfletos -Bagatelles pour une massacre, L'Ecole des cadavres y Les beaux draps- se publicaron inicialmente en 1937, 1938 y 1941, y hace poco más de un mes se filtró la intención de Gallimard para volver a hacerlo en forma de "una edición crítica" y "sin ninguna complacencia", tras obtener el acuerdo de la viuda del escritor, Lucette Destouches, quien tiene 105 años. Ante los primeros reproches, el editor había replicado que esos textos "pertenecen a la historia del antisemitismo francés más infame" y que "condenarlos a la censura" supondría impedir que se conozcan las raíces y el alcance de esa corriente política, además de generar una "curiosidad malsana".
Estos textos "pertenecen a la historia del antisemitismo francés más infame". "Condenarlos a la censura" impide que se conozcan las raíces y su alcance
Céline (1894-1961) llegó a ser condenado en Francia tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) por colaboración con el ocupante nazi y se negó a reeditar esos textos, voluntad mantenida por su viuda hasta ahora. En 2012, se publicaron en Canadá porque allí los derechos de autor habían pasado ya a dominio público (ocurre así al cabo de 50 años tras la muerte del autor, frente a los 70 en Francia) en un gran volumen que incluía un gran trabajo de contexto del contenido, a cargo de Régis Tettamanzi. Gallimard pretendía hacer algo así en Francia con la aportación crítica de Tettamanzi.
Disentir y provocar la furia
El día 9 enero un centenar de artistas e intelectuales francesas lanzó un manifiesto en el que criticaban el "puritanismo" de la campaña contra el acoso desatada a raíz del caso Weinstein. "La violación es un crimen. Pero el flirteo insistente o torpe no es un delito, ni la caballerosidad una agresión machista", aseguraban personalidades como la actriz Catherine Deneuve, la escritora Catherine Millet, la editora Joëlle Losfeld o la actriz Ingrid Caven.
En aquel texto publicado en Le Monde aseguraban no sentirse "representadas por ese feminismo que, más allá de la denuncia de los abusos de poder, adquiere el rostro de un odio a los hombres y su sexualidad", en alusión al movimiento "#metoo" ("yo también"), que surgió para denunciar en las redes sociales casos de abusos machistas. Si bien reconocen que el caso Weinstein dio lugar a una "toma de conciencia" sobre la violencia sexual contra las mujeres en el contexto profesional, lamentan que ahora se favorezca los intereses de los "enemigos de la libertad sexual" o de los "extremistas religiosos".
La respuesta no se hizo esperar. Caroline De Haas -una de las cabezas más visibles del movimiento feminista en Francia- y otra treintena de activistas, saltó a la yugular de quienes criticaban sus métodos. Aseguró que aquellas declaraciones "desprecian" a las víctimas y sus autoras "ponen en el mismo saco" la seducción, "basada en el respeto y en el placer", con la violencia, dos cosas de distinta naturaleza. para las feministas, Deneuve y su grupo son "reincidentes" en la defensa de "pederastas" y en la "apología de la violación" y, "una vez más", utilizan su visibilidad mediática para "banalizar la violencia sexual".