La historia es casi inverosímil, pero ocurrió. Todo pasó la noche del 8 de noviembre de 1939, el día del aniversario del fallido golpe de Estado de 1923: una cita ineludible dentro del Partido Nazi. Una hora llevaba ya Adolf Hitler arengando a los convidados en la Bürgerbräukeller, una de las cervecerías más conocidas de Múnich, cuando sus hombres de confianza Heinrich Himmler, Joseph Goebbels y Reinhard Heydrich se pusieron de pie a toda prisa y acompañaron al Führer hasta la salida. El grupo entero había acumulado una abultada cuenta de rubias y tostadas que quedaron sin pagar. Trece minutos más tarde, a las 21.10, cuando la camarera limpiaba la mesa llena de jarras vacías, el techo de la bodega se desplomó sobre ella debido al impacto de una bomba. La camarera no murió, pero ahí quedaron 8 personas más que no tuvieron la misma suerte de ella ni de Hitler, que a esa hora viajaba rumbo a la estación. El artefacto -y plan para detonarlo- había sido obra de un solo hombre, un carpintero. Se llamaba Georg Elser. Fue apresado en la frontera con Suiza y ejecutado en el campo de concentración de Dachau seis años después.
Hay algo rocambolesco en esta historia de la que da cuenta el largometraje 13 minutos para matar a Hitler, una película de Oliver Hirschbiegel que se estrena este fin de semana
Acaso por el asombro que producen las maneras retorcidas con las que obra el azar, la buena o la mala fortuna de sus caprichos, hay algo rocambolesco en esta historia de la que da cuenta el largometraje 13 minutos para matar a Hitler, una película de Oliver Hirschbiegel que se estrena este fin de semana en todas las salas en España. No es la primera vez que el realizador aborda el asunto, ya obtuvo el mayor éxito de su carrera reconstruyendo precisamente los últimos días de Hitler en el búnker de Berlín en El hundimiento (2004). ¿Por qué volver sobre el tema?, ¿cuál es el interés en el episodio? Cuál otro sino el hombre discreto y gris que intentó llevarlo a cabo. Se trata de Georg Elser, alguien que pudo haber evitado la muerte de 50 millones de personas de haber conseguido su objetivo.
La cuenta sin pagar y el cierre de un aeropuerto
Cada mes de noviembre, Adolf Hitler viajaba a Múnich para participar en la conmemoración del llamado Putsch de Múnich, el intento de golpe de Estado llevado a cabo por miembros del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) en 1923 y por el que fueron procesados y condenados a prisión. Aprovechando la efeméride, Hitler congregaba a cientos de sus seguidores y se prodigaba en un largo discurso. Con esa cita en mente, Georg Elser llevó a cabo una lenta preparación de su plan. Asistió, encubierto, a la celebración del año anterior, levantó un croquis de la cervecería ubicada en calle Rosenheimer, en el barrio de Haidhausen, y trazó con paciencia los pasos del plan. Obtuvo un empleo en una fábrica de armas con el fin de hacerse con explosivos de alta potencia y tras cumplir un trabajo de media jornada en una cantera consiguió la dinamita y detonadores. En los meses siguientes, regresó a Múnich y se dedicó a estudiar la construcción de local así como a diseñar una ruta de escape a través de la frontera suiza.
Cada noche Georg Elser cenaba y bebía una cerveza, que paladeaba hasta la hora de cierre, cuando aprovechaba para esconderse
Cada noche Georg Elser cenaba y bebía una cerveza, que paladeaba hasta la hora de cierre, cuando aprovechaba para esconderse. Invirtió 35 noches en abrir -con la mayor discreción posible- un hueco en la columna del salón central –donde Hitler ocuparía el podio del orador-. Según el estudio de Elser, el discurso del Führer en la Bürgerbräukeller comenzaba cerca de las 20.30. La performance, enardecida y lírica, declamada con la intención de conmover a su auditorio, duraba cerca de 90 minutos. Si conectaba la bomba para que estallara sobre las 21.20, la explosión sorprendería a Hitler en mitad de su acalorada arenga. Todo estaba milimétricamente calculado. O casi.
La víspera de la fecha señalada, Elser activó el temporizador y salió de la ciudad. Todo debía de haber ocurrido sin contratiempo alguno, excepto por un detalle: la aparición de una espesa niebla provocó el cierre del aeropuerto de Múnich, por lo que Hitler tendría que llegar y marcharse en tren. El cambio obligó al líder nazi a comenzar su discurso a las 20.00, media hora antes de lo previsto. Apremiado por la vuelta, Hitler se disculpó por no participar del brindis acostumbrado y cogió rumbo hacia la estación a las 21.07, exactamente trece minutos antes del estallido de la bomba de Elser, que explotó a las 21.20.
El hombre que pudo salvar 50 millones, muerto en Dachau
A punto estuvo Geog Elser de salvar a la humanidad, o al menos de cambiar el amargo guión de lo que estaba a punto de ocurrir. El convencimiento de esa idea fue lo que llevó a Oliver Hirschbiegel a llevar a la gran pantalla la vida de este carpintero suabo hijo de campesinos y comerciantes de madera. Si Elser hubiera tenido éxito, la segunda guerra mundial quizá no habría podido evitarse del todo, pero lo que sí es cierto es que hubiese ocurrido de forma diferente.
Tranquilo y reservado, pero también metódico y detallista, Elser no quiso relevar a su padre en el cultivo de las tierras. Trabajó en una una fábrica de montaje, donde se familiarizó con el programa nazi de rearme. Descubrió que su fábrica, dedicada en principio a la creación de tuberías y otras herramientas de uso civil, colaboraba con el rearme secreto ordenado por Hitler. Asimismo, ocupó un puesto en una fábrica de relojería y se dedicó tiempo después a trabajar en una relojería que le sería de utilidad para diseñar el temporizador de la bomba artesanal por la que rápidamente fue descubierto por las SS.
Elser murió de un tiro en la nuca, el 5 de abril de 1945, veintiún días antes que Hitler, en el campo de concentración de Dachau
A raíz de estas investigaciones, la policía descubrió que un hombre joven de origen suabo había sido visto las últimas semanas cerca de la Bürgerbräukeller, y a menudo había sido sorprendido en los lavabos tras la hora del cierre. Alertados por los datos, detuvieron en Kreuzlingen -cerca de la frontera con Suiza- a un hombre que respondía a esa descripición. El propio Elser se delató: llevaba en los bolsillos una postal de la Bürgerbräukeller con una columna marcada con una cruz roja, un fragmento de detonador y una insignia del Roter Frontkämpfferbund, partido de filiación comunista con la que Elser entró en contacto tras incorporarse al sindicato de los trabajadores de la madera. Negó una y otra vez su participación, hasta que después de dos días de torturas confesó el 14 de noviembre. Fue llevado a la sede de seguridad del Reich, en Berlín. Las SS no daban crédito a un plan solitario, sin cómplices, ejecutado por un carpintero suabo. Permaneció retenido en Berlín hasta 1941. Tras comenzar la invasión de los soviéticos el 22 de junio de 1941, fue trasladado al campo de concentración de Sachsenhausen y de ahí a Dachau, donde murió de un tiro en la nuca, el 5 de abril de 1945, veintiún días antes que Hitler.