Hay libros que inspiran canciones, películas y pinturas, incluso hasta puede que su influjo genere una forma de vestir o hablar. Lo que es bastante menos común es que de una novela pueda surgir, por ejemplo, la idea para un helado. Sí, un helado.
La página Web Quirk Books ha hecho una antología azucarada que reúne a los clásicos de la literatura junto a las combinaciones de sabores más dispares: cremosas tarrinas, imponentes como un novelón; también ácidas recetas, sacadas, acaso exprimidas, gota a gota, del quehacer literario.
Uno de ellos es Oliver Twist, un sorbete inspirado en la segunda novela de Charles Dickens, que mezcla -cual rara frivolidad o golosina- el chocolate negro y el Toffee con el reflujo de la novela social. ¿Combinan? ¿Son comestibles ambas cosas juntas? Para algunos, la pregunta es lo de menos. La curiosidad se impone.
En otra versión menos achocolatada, existe la War and peach, un helado que alude a Guerra y paz, una de las obras cumbres de Tolstoi, ambientada en la invasión napoléonica de Rusia, y que ahora se sirve -melocotonazo de por medio- en una inofensiva tarrina.
Tan extraño como una Naranja mecánica, el helado que usa como reclamo el título de uno de los libros más leídos del británico Anthony Burgess. Concebida después de que la mujer de Anthony Burgess sufriese la misma suerte que la chica a la que violan Alex y sus drugos, el autor plasma en sus páginas la fascinación que la violencia ejerce sobre el ser humano. Escrita en 1962, se mantiene junto a Un mundo feliz (Aldoux Huxley, 1932), 1984 (George Orwell, 1948) y Fahrenheit 451 (Ray Bradbury, 1953) como uno de los clásicos de la ciencia ficción del siglo XX.