“Estudio a estas criaturas/ ellas son mis maestros”, escribió el norteamericano Charles Bukowski sobre ellos. T.S Eliot los inmortalizó en El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum, una colección de poemas humorísticos y fantasiosos escritos por Elliot sobre psicología y sociología felina, y que sirvió para la producción del musical Cats, que lleva más de 30 años en los escenarios de todo el mundo. Borges le dedicó un poema al suyo en La cifra (1981). Gatos, gatos, gatos… A mitad de camino entre el animal de compañía y el compañero literario, estos seres han sido para muchos escritores objeto de los más intensos afectos, pero también han sido una ventana literaria, fuentes de inspiración de relatos y obras únicas.
Hay, sobre este tema, unos cuantos libros, desde los que tratan exclusivamente la fascinación felina de algunos autores hasta clasificaciones más amplias que abarcan perros, loros y hasta lémures, estos últimos animales a los que por cierto eran aficionados los escritores Jane y Paul Bowles. Entre los muchos libros que versan sobre el tema, y del que hemos extraído el dato del matrimonio Bowles, está el delicioso volumen publicado en España por Errata Naturae: Perros, gatos y lémures. Los escritores y sus animales, un recopilación de textos de escritores como Soledad Puértolas, Andrés Trapiello, Marta Sanz –el papel de los gatos en novelas suyas como Black, Black, black es fantástico- y Félix Romeo, entre otros, quienes reflexionan sobre el animal como sombra del escritor, también como amigo y único depositario de unos sentimientos, e incluso de unas ideas, que el autor no osaría compartir con nadie más.
Patricia Higsmith, que sufría de un profundo alcoholismo, prefería a sus gatos que a las personas, y lo dijo muchas veces. Hemingway cuidó con todos los mimos necesarios a Snowball, un esponjoso minino blanco que recibió como regalo y que tenía como particularidad que en lugar de cinco, tenía seis dedos. No se sabe si la prole de felinos que inundan la casa museo del escritor en Key West desciende directamente de él, pero ya podría. Son más de 50 y son tan importantes que ya suponen, por sí mismos, una parte del espíritu de esa casa.
Más allá del episodio, lo que sí es cierto es que el autor de Adiós a las armas dedicó a los felinos un relato que da nombre al volumen El gato bajo la lluvia, y al que el catalán Enrique Vila Matas ha dedicado una que otra de sus angustias literarias. Sin embargo, si alguien se ha dedicado a estudiar la relación del escritor con sus felinos fue la periodista Carlene Fredericka Brennen en Los gatos de Hemingway.
En el libro Chatran y su mundo astral del historiador argentino Vicente O. Cutolo hay un capítulo dedicado a Beppo, el gato de Jorge Luis Borges. Al autor de Ficciones, dice Cutolo, le impresionaban y seducían los felinos desde pequeño, tanto que escribió algunas obras inspiradas en ellos, como El oro de los tigres (1972) y Tigres Azules (1977).
Cuenta Cutolo la historia de Beppo, este gato que le habían traído a Borges del barrio de la Boca y que le acompañó en los últimos años de su vida. “Se llamaba Peppo, un nombre horrible. Entonces se lo cambié enseguida por Beppo, un personaje de Byron. El gato no se dio cuenta y siguió su vida", decía Borges. Este literario gato de color blanco murió con más de 15 años, en 1985, poco antes del fallecimiento del escritor argentino, quien, ya completamente ciego, pasaba largas horas acariciándolo sentado en el sillón.
Edgar Allan Poe, Nicanor Parra, José Lezama Lima, Ernesto Cardenal, Guillermo Cabrera Infante y Julio Cortázar, entre muchos otros, dedicaron relatos a estos animales, cuya elegante actitud se sitúa en un lugar indeterminado: a mitad de camino entre la maldad, la suspicacia y la inteligencia y, sobre todo, la rapidez y libertad de su naturaleza. Algunos de estos textos han sido reunidos también en el volumen El libro de los gatos, publicado en Buenos Aires en 2008. En España, si alguien ha dedicado tiempo y páginas a los felinos, ese ha sido el periodista Antonio Burgos, que tiene, al menos tres títulos dedicados exclusivamente a ellos: Alegato de los gatos, Gatos y Gatos sin fronteras.
Muchos de estos animales han hecho de sus nombres verdaderas declaraciones estéticas o ideológicas. El gato de Julio Cortázar se llamaba T.W. Adorno, por el filósofo y sociólogo alemán. Cuentan que el gato de Jean-Paul Sartre se llamaba Nada, un nombre que se ajustaba muy bien al existencialismo de su dueño. Hubo incluso escritores a los que todavía hoy asociamos con sus felinos. Quienes alguna vez visitaron la casa de Carlos Monsiváis en el Barrio de San Ángel, en el DF mexicano, tendrán en la memoria la silueta de alguno de sus trece gatos. Al final de su vida, aquejado por una enfermedad respiratoria, tuvo que separarse de ellos. Se dice incluso que la escritora Elena Poniatowska nombró a sus dos felinos como Monsi y Vais, en homenaje al mexicano.