Louis Althusser estranguló a su mujer; Álvaro Mutis estuvo un año preso por malversación; Miguel de Cervantes cumplió un tiempo en el calabozo; Oscar Wilde fue procesado por ser homosexual –cuanto era delito-; el poeta François Villon fue condenado a muerte pero pidió clemencia con una balada… Escritores a quienes ha caído encima el peso, no de la crítica –que también- sino el de la Ley.Los hay por delitos menores, otros por hechos de sangre. Y lo relevante, acaso, radica en cómo la experiencia del crimen –y de la propia cárcel- han incidido en su obra.
Sobre este tema se ha escrito, y mucho. Thomas de Quincey dedicó páginas y páginas en El asesinato como una de las bellas artes (Alianza, 2006). También José Ovejero, quien hace dos años publicó en Alfaguara el libro Escritores delincuentes, un ensayo que plantea de qué forma la escritura puede –o no- ofrecer una redención e incluso propone cómo muchas vocaciones literarias se forjaron tras las rejas. También otros escritores como Diego Trelles Paz y su Círculo de los asesinos (Candaya, 2005) entraron en la línea de sombra del crimen y la creación. He aquí algunos de los casos más curiosos.
Jean Genet. Fue condenado por la justicia hasta en diez oportunidades. Alardeaba de ser un vagabundo, un ladrón y un chapero. Se declaraba también antiburgués y hay quienes afirman -entre ellos el propio José Ovejero- que exageraba sus delitos. Jean Cocteau y Jean Paul Sartre intervinieron a su favor, muchas veces. El autor de Diario del ladrón, Querelle de Brest, Las criadas, Un cautivo enamorado y El condenado a muerte levantó una enorme polémica con su texto El niño criminal, que reflexiona justamente sobre la naturaleza del delito y del castigo.
Anne Perry. El caso de esta escritora inglesade novela negra suele ser de los más comentados, acaso emblemático. Sin embargo, durante mucho tiempo permaneció oculto, hasta que ella admitió públicamente ser Juliet Hulme, la chica de 13 años que planeó y ejecutó con su amiga Pauline el asesinato de la madre de esta. Le machacaron el cráneo con un ladrillo envuelto en un calcetín. No quiso volver sobre su pasado hasta que la película Criaturas celestiales (1994), de Peter Jackson, desenterró el lejano y doloroso proceso.
Jack Henry Abbot. Puede que la de este hombre sea de las historias más sorprendentes en lo que a crimen y creatividad respecta: si bien uno alimenta al otro, no existe sin embargo una dirección inversa, una redención. Abbot cautivó al escritor y periodista Norman Mailer, quien llegó a intercambiar con él más de mil cartas y le ayudó a conseguir la libertad condicional, en 1981. Al salir, Abbot mató a un camarero, volvió a la celda y se suicidó. Abbott tenía 58 años, de los que casi 45 los había pasado en la cárcel.
Hugh Collins. Este escocés tuvo un largo historial de alcohol, drogas y cuchilladas, aunque solo se le pudo probar un asesinato. Descubrió la escritura y la escultura en un programa de reinserción, gracias al cual pudo abandonar la prisión tras 15 años encarcelado. Publicó su primer libro, Autobiografía de un asesino, en 1998, seis años después de haber sido puesto en libertad.
William S. Burroughs. Es uno de los padres de la generación Beat, alguien que hizo del delito seña de identidad. Politoxicómano, adicto a la heroína, amante de las armas y homosexual -cuando era delito- nunca ocultó sus fantasías pederastas. En México, bajo los efectos de la droga y el alcohol, cometió el crimen que cambiaría, según él mismo, su relación con la escritura y la vida. Ocurrió en una fiesta en la que él y su segunda mujer decidieron parodiar una escena de Guillermo Tell. En lugar de una manzana usaron un vaso; así como un revólver en lugar de la ballesta. Burroughs mató a su esposa de un balazo.
Jack Kerouac. Él no cometió el crimen, Burroughs tampoco. Pero ambos se vieron igualmente involucrados. Ocurrió en 1944. Exactamente el 14 de agosto. Lucien Carr –miembro de la generación Beat- apuñaló a David Kammerer, un joven homosexual que estaba obsesionado con él. Arrojó su cadáver al río Hudson y después les contó a Burroughs y a Kerouac lo que había hecho, y los hizo cómplices del asesinato. La historia fue contada por Kerouac y Burroughs en Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques, editada por Anagrama.
Krystian Bala. Escritor y filósofo polaco. En el año 2000 asesinó al supuesto amante de su ex esposa. La policía no pudo inculparlo entonces por falta de pruebas. ¡Ah, pero la vanidad es delatora y lo metió en problemas! En el año 2003, Bala publicó una novela, Amok, con detalles que permitieron inculparlo y encerrarlo. "¡Es injusto ser condenado por una ficción!", dijo Bala. Haberlo pensado antes de ponerlo por escrito.
Issei Sagawa. Ocurrió mientras estudiaba literatura inglesa en París. Sagawa invitó a cenar a su casa a una chica. Después de asesinarla, la descuartizó y empezó un lento festín de dos días. La carne humana, dijo, le resultó "suave y sin olor". Los restos del cadáver los metió en una maleta que arrojó a un lago. Sin embargo, por la poca profundidad, el cuerpo salió a flote y la policía dio con Sagawa, quien confesó todo con absoluta frialdad. Escribió un libro al respecto.
Alfonso Vidal y Planas. Periodista y escritor español. De caracter voluble y violento, es recordado como un gran polemista. El 2 de marzo de 1923 asesinó a su socio Luis Antón del Olmet, periodista y director de El Parlamentario. El crimen ocurrió en un teatro donde hoy funciona la Sala Joy Slava. Fue condenado a 12 años de los que cumplió tres. "Me agarró con violencia por el cuello, mientras injuriaba a mi madre y me decía que mi novia era cosa suya. Yo le llamé miserable y saqué la pistola", se justificó Vidal y Planas, según cuenta la periodista Patricia Gonsálvez, quien insiste en que se trató de un asunto de celos literarios.
Arthur Conan Doyle. No está confirmado, pero la historia circula. Tal y como contó Félix Romeo en la columna del ABC que mantuvo cuando vivía, todo ocurrió en 1907, en Inglaterra. Bertram Fletcher Robinson fue asesinado. ¿La razón? Romeo lo explica así: "Era amigo de Arthur Conan Doyle, y algunos investigadores sospechan que el creador de Sherlock Holmes le envenenó para apropiarse de una novela que había escrito y que más tarde, y sin su nombre en la cubierta, ha pasado a la posteridad con el título de El sabueso de los Baskerville". Como colofón, habrá que decir que Félix Romeo estuvo preso. Por razones muy distintas: se declaró objetor de conciencia, es decir, se negó a hacer el servicio militar.