Cultura

Operación dulce: ¿una versión reblandecida de Ian McEwan?

El escritor británico, uno de los grandes representantes contemporáneos de las letras anglosajonas, plantea una historia de amor en medio del espionaje cultural en la Inglaterra de los setenta. De eso habla en  Operación Dulce, una novela menos oscura y más indulgente.

El escritor Ian McEwan vuelve al ruedo literario con Operación dulce (Anagrama, 2013), una novela en cuyas páginas el autor de Chesil Beach traslada al lector al Londres de principios de los años setenta: una ciudad sucia y desaliñada, capital de un país atormentado por las huelgas mineras, el terrorismo del IRA y sometido a sucesivos estados de excepción. Para algunos, se trata de una novela de espionaje que se burla del género; para otros, el magnífico regreso de uno de los novelistas ingleses más importantes en la actualidad.  

El británico decidió escribir esta novela tras sumergirse en la lectura de  las  historias de la guerra fría. Mezclando la realidad y ficción, McEwan ha construido un relato de espionaje protagonizado por Serena Frome, joven y bella licenciada de Cambridge reclutada por el MI5, servicio secreto británico para la seguridad interior. Su misión: crear una fundación para ayudar a novelistas prometedores, pero cuya verdadera finalidad es generar propaganda anticomunista. Y en su vida dominada por el engaño entra Tom Healy, joven escritor del que acabará enamorándose.

Aprovechándose de aquel mundo en el que el telón de acero todavía no se había desplomado, el novelista recrea el entramado de intereses y espionaje que rodeó el quehacer cultural de aquellos años.  "La CIA dedicó ingentes cantidades de dinero a difundir la cultura occidental, para convencer a los intelectuales de que Occidente era la mejor opción", comenta McEwan, quien visitó España esta semana para presentar Operación dulce. Fueron, recuerda, años de una cierta apoteosis: grandes giras de orquestas, programas de creación literaria, la promoción del expresionismo abstracto... "Todo se hizo con muy buen gusto, porque los líderes de esas organizaciones habían estudiado en Yale o en Harvard y su propósito era promover la diversidad cultural, el pluralismo, pero el problema es que todos esos valores se promovieron en secreto", dice el novelista.

¿Una historia de amor? ¿O una autobiografía de juventud?

El  mundo del espionaje es solo una de las múltiples capas que envuelven una novela que la crítica británica ha comparado, con razón, a una muñeca rusa, porque esconde dentro muchas otras novelas. Serena Frome es una voraz lectora que se enamora de Tom Haley leyendo sus cuentos. Relatos cortos que interrumpen el curso de Operación Dulce, sin llegar a despistar nunca al lector. Justamente a partir de ese mecanismo, McEwan retoma uno  de los temas centrales de su anterior novela, Expiación: la relación entre la escritura y del poder de la imaginación. El ingrediente adicional, en este caso, es el papel de la lectura como mecanismo cultural. Frome, la protagonista, esta  "lectora compulsiva” de gustos más bien empalagosos, se enamora de Haley, un posmodernista y a quien le gustan Cortázar o Borges. Es, a su manera, una  historia de amor de dos tipos de lectores distintos, casi antagónicos. Un no sé qué paródico, una voluntad irónica y a la vez afectiva, construye la relación de ambos.

Valiéndose del tono, si se quiere más amable, de esta ecuación literaria, Operación dulce funciona además  como un fresco de los años setenta.  "Aquellos fueron los años de la crisis nerviosa colectiva, en los que había una profunda crisis política y cultural de identidad, y un país en quiebra tras la pérdida del imperio colonial", explica McEwan. Esa situación depresiva, gris y agobiante  contrastaba sin embargo  con una vida cultural muy animada, con el movimiento feminista, el activismo inicial por el medioambiente o las acciones en defensa de las artes y la música. Un contexto en el que McEwan entraba a competir en el mundo cultural  con la publicación de sus primeros relatos y en el que comenzaban otros escritores como Martin Amis, Salman Rushdie o James Fenton, añade. El propio McEwan presta en la novela su propio pasado al personaje de Tom Haley: ambos estudiaron en Sussex y comparten el mismo entorno literario y los primeros relatos de los años sesenta. "Pero a mí nunca me vino una estupenda mujer a mi oficina a ofrecerme unos emolumentos fantásticos", bromea.

Los amantes del McEwan oscuro de novelas como Niños en el tiempo, Los perros negros o Amsterdam quedarán algo decepcionados con esta historia algo más indulgente, acaso empalagosa u optimista. El novelista lo admite: hace tiempo que se ha domesticado. Y sus libros han perdido la antigua ferocidad que le caracterizaba. “Es cierto que mis primeras novelas eran muy oscuras, pero espero haber preservado la intensidad de mi escritura. Ahora me interesa más el color, y quizás me he vuelto más humano y más capaz de perdonar. Uno se percata de lo maravillosa que es la gente, lo débil que es, lo estúpida, cruel, creo que mi ficción se ha vuelto más expansiva”, ha dicho el británico sobre esta última novela que llega al otoño literario .

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