Son las once y media de una mañana de lluvia que se levanta de a poco. Al lobby del Hotel de las Letras, en la Gran Vía madrileña, llega Carmen Alborch (Valencia, 1947). Avanza divina. Sin un cabello fuera de su sitio; y eso que lleva prisa. Viste una chaqueta blanca estampada al estilo oriental y un collar rígido de nácar a juego con sus labios pintados de rojo.
Si, como dice en su libro, la piel tersa es a veces una batalla; en su caso, ella ha ganado la guerra. Apertrechada en el paso seguro y la sonrisa dulce, la tersura se convierte en ella no en un resultado físico sino en un estado de ánimo. Porque “la vida no es una cuesta abajo” y así lo demuestra ella en las páginas de Los placeres de la edad (Espasa), un ensayo con el que pretende echar por tierra la visión negativa que se tiene de la vejez.
Si la piel tersa es a veces una batalla; en su caso, ella ha ganado la guerra.
Abogada, ex ministra de cultura y actual integrante del Senado español, Carmen Alborch destila gusto por la vida. Desde sus oscuros zapatos de plataforma o su cabello moldeado con mimo y estilo hasta las ideas que defiende –sin catecismos ni dogmas- en las páginas de un libro que igual podría leerse en una mañana como en el tranquilo picoteo de los ratos libres. Mujeres como ella tienen mucho qué decir y qué escribir; y así queda demostrado en esta conversación.
-Asegura que no hay una sino varias vejeces. ¿Cuál es la suya?
-Todos envejecemos como hemos vivido. Depende de nuestra genética, de las circunstancias que nos rodean, de nuestra profesión o nuestros afectos. A mí me gustaría tener runa vejez creativa; plena; conformable; amable…
"Todos envejecemos como hemos vivido".
-Plantea en el libro que la vejez es un proceso que se manifiesta en quienes deben aprender a conocer sus transformaciones. Visto así, es como un reverso de la adolescencia.
-EN todas las épocas de nuestra vida tenemos crisis y transformaciones. Lo importante es nuestra capacidad de adaptación. LA adolescencia nos conmociona. En la vejez tenemos más probabilidad de haber aprendido a asimilar las e intuir los cambios. Haber también aprendido a rentabilizar los esfuerzo. Todo lo que hemos lloradoo amado ha tenido que servirnos de algo.
-Dice usted que la juventud está sobrevalorada. Sin embargo, ¿no será al revés? También existen prejuicios contra los jóvenes.
-Lo que en realidad creo es que no debe de existir confrontación entre la juventud y la madurez. Todos somos necesarios. Quizás yo no me he explicado bien. Lo que quiero decir es que hay cualidades que se identifican exclusivamente con la juventud que en realidad permanecen a lo largo de la vida: el entusiasmo, la pasión, la ilusión, la energía… No son patrimonio exclusivo de la juventud. Existe una mirada social y cultural que guarda un cierto menosprecio a las personas mayores.
"Hay cualidades que se identifican exclusivamente con la juventud que en realidad permanecen a lo largo de la vida"
-Usted siempre ha tenido un discurso que apoya la igualdad de género. Le pregunto: ¿No sería mejor a veces abogar por una igualdad generacional? ¿Que los jóvenes no se vean obstaculizados por el solo hecho de ser jóvenes?
-Claro… Lo que ocurre es que la sociedad está mal organizada. Hay gente joven muy preparada y que sin embargo no tiene las oportunidades que se merece. Todos tenemos derecho a tener nuestro propio proyecto vital: un trabajo digno, tener hijos si queremos; aspirar a determinadas cosas… Por eso creo que en este momento, así como la juventud no tiene las oportunidades que se merece, las personas mayores son vistas en cambio como una carga, porque se cree que por el tema de las pensiones suponen un peso social, cuando hay personas jóvenes que, si gozan de una ayuda o de un apoyo es porque están viviendo en casa de sus abuelos o sus padres.
-Hoy más que nunca.
-Por eso digo: hace falta que nos organicemos. Y debemos hacerlo teniendo puentes, tomando en cuenta que todos los talentos son necesarios. Porque a veces nos toca (y tenemos que aprender a saberlo) desplazarnos de lugar o cambiar de posición. Sin que eso signifique que dejamos de ser útiles.
"A veces nos toca (y tenemos que aprender a saberlo) desplazarnos de lugar o cambiar de posición".
-Menciona usted en el libro cómo la esperanza de vida ha aumentado. ¿Qué diferencia hay entre envejecer en al España actual y la de hace 30 o 40 años?
-Insisto: este es un momento especialmente complicado. Pero España es una sociedad que ha cambiado enormemente: tenemos salud pública, posibilidades de educación, acceso a bienes culturales o unas pensiones que hace 20 años no existían. Aunque ahora todo estén peligro, también. Ese Estado de bienestar que se ha creado parece que está peligrando.
-Ya desde el título, propone la idea de los placeres: el placer de los amigos; del sexo; del amor… incluso el placer de estar solo. Más que placeres son decisiones, elecciones que alguien ha tenido la capacidad de poder hacer y llevar adelante.
-Sí, son decisiones. Lo que ocurre es que el concepto de placer parte del hecho de que todo aquello que nos interesa en la vida nos procura sensaciones placenteras y por supuesto, uno de los placeres es el poder ejercer la libertad. El placer de la libertad es el poder elegir. Si quieres por ejemplo, elegir la soledad, supone un acto de libertad. Porque la soledad también tiene otra cara dolorosa.
"El placer de la libertad es el poder elegir".
-Cita a Vicente Verdú sobre la tersura de la piel como una batalla… Y ahora, ya como parte de la pregunta: una que libramos permanentemente y no con todas las de ganar.
-Yo creo que puede ser muy obsesivo y frustrante. Está muy bien querer está guapas . tener una buena apariencia te hace sentirte mejor, pero sin tiranías. Ya hemos sido jóvenes. Como dice una amiga, ya hemos parado la circulación. Ahora puedes continuar siendo atractiva pero de ahí a que eso se convierta en una obsesión y pierdas tu identidad o recurras a una estética uniformada o a veces deformada, debería de hacernos reflexionar. Hay esa asociación entre juventud, belleza y autoestima…
-Como si la edad espantara la belleza, ¿no?
- Tenemos que intentar verlo todo en perspectiva. Además hay una doble vara de medir. Eso no le ocurre a los hombres. Si ya las mujeres normalmente vivimos en desigualdad, en la vejez también. Creo que no hay que negar la edad. Yo tengo 66 años y a mucha honra. Me siento afortunada de haber podido llegar hasta aquí en buenas condiciones: haber podido elegir mi trabajo, lo que hago, lo que quiero… En la medida que asumamos la edad, estaremos conscientes de que tenemos derecho a una vida digna, a no ser menospreciadas… podemos lograr incluso una cierta revolución cultural.
"Yo tengo 66 años y a mucha honra. Me siento afortunada de haber llegado hasta aquí".
-¿De qué manera?
-Somos mujeres con una cierta edad pero tenemos derecho a salir, a enamorarnos, a sentir interés por determinadas cosas, a preocuparnos por los demás, tener activo el cerebro. Por eso es importante que existan espejos dónde mirarnos. Siempre hemos buscado referentes. Si Meryl Streep está estupenda, o Nuria Espert… ¿Por qué yo no? Cuando a Susan Sarandon le preguntaron porqué estaba tan bien; ella dijo que porque era coherente. Eso es expansivo. Lo comunicas y te hace sentir mejor.
-Usted es una figura pública. Ha sido ministra. Ha ocupado puestos de responsabilidad. Ahora está en el Senado. Una vida de ese tipo asegura una vejez igual de comprometida. ¿No cree que hace falta decir: ‘pues no, no me apetece hacer esto’, ‘prefiero preservarme yo’?
-Eso es completamente legitimo. El envejecimiento no tiene por qué ser productivo. Y volvemos de nuevo con el tema de la libertad. Algo por lo que antes sentías que era preciso hacer, puedes dejarlo en un segundo lugar: descansar, guardar la intimidad. Eso es también ser libre.
-¿Por qué decidió escribir un libro sobre el paso del tiempo?
-Es un tema que he pensado muchas veces. Desde que era muy joven… y además porque yo veía que ahí existía otro motivo de desigualdad entre hombres y mujeres. Eso que se dice: mientras los hombres maduras, las mujeres envejecen. Ellos siguen teniendo oportunidades para todo, en cambio las mujeres (se cree) que tienen una fecha de caducidad. Yo no creo que eso sea sí. Y creo que hay que cambiar esa idea.