Cultura

Juan José Millás: "Hay un cierto cansancio con la ficción, la novela es un género viejo"

Otra vez encerrado en la dualidad periodismo y literatura -realidad y ficción-, Juan José Millás presenta La mujer loca (Seix Barral), una novela falsa, una historia que "miente" y en cuyas páginas reflexiona sobre la naturaleza de la ficción literaria y la oposición entre original y réplica.

  • Juan José MIllás

Juan José Millás tiene un cometido: escribir un reportaje sobre Emérita, una enferma terminal que ya no desea vivir y quiere someterse a la eutanasia. Millás, que se siente mayor y casi seco de inspiración literaria, acude a visitarla. En su casa se topará con Julia, una rubia que trabaja en una pescadería –un personaje trastornado, entre comillas- y tiene la creencia, tan paranoica como lúcida, de que el lenguaje la persigue. Y entonces Millás lo ve clarísimo: Emérita es la posibilidad de un reportaje y Julia la de una novela.

Ese –descrito con trazos algo gruesos- es el argumento de La mujer loca (Seix Barral), la nueva novela en la que el escritor y periodista Juan José Millás (Valencia, 1946) se adentra, como narrador y personaje, con la firme intención de escarbar en las que ya son sus dualidades más insistentes: literatura y periodismo; realidad y ficción; original y réplica; vida y muerte; sensatez y locura; todo junto, con la amargura que conceden los años y el oficio.

“Esta novela surge del cansancio de la ficción, de una sequía. Es un híbrido entre reportaje, novela y biografía”, dice Juan José Millás, quien se reconoce en estas páginas desdoblado, empujado por las preguntas sobre si se ha secado –o no- la fuente en la que se remojan el periodismo y la literatura. Será por eso -porque se sabe uno y su contrario- que cuando Millás describe la trama de La mujer loca se refiere constantemente a su protagonista y narrador -él- en tercera persona.

 “Esta novela surge del cansancio de la ficción, de una sequía. Es un híbrido entre reportaje, novela y biografía”

“No es una cosa mayestática lo de referirme a mí mismo como suelen hablar los Papas, pero ha ocurrido un desdoblamiento que produce esta idea de que quien habla no soy yo”. Admite Millás la confirmación de una tesis que tiene tanto de magnífica como de condenatoria:la desaparición, el "borrado" de fronteras que nos hace leer muchos reportajes como si de novelas se tratara. “En un reportaje no puedes decir algo que no sucedió pero el material que tienes es inmenso y te ves obligado a hacer una selección, que supone también una manipulación”.

Pensó Millás que no volvería a escribir una novela, pero lo hizo. Escribió una falsa, dice él. ¿Y acaso no son todas las novelas una invención? Sí y no. Al menos, admite, este sería una de ese tipo, una historia inyectada por la duda, por el doblez de realidad que insufla el lenguaje a la vez que lo ablanda, ese mecanismo en el que el mundo se inventa o se versiona y, aun así, sigue siendo mundo.

“Escribiendo una novela de verdad se corren muchos riesgos, entonces… ¿por qué no escribir una novela de mentira? Ocurre con ambas lo que con la heroína y la metadona: una es ilegal y engancha; y la otra es legal y se utiliza como sustituto de la otra”, afirma el autor, quien pone en marcha el espejismo sobre qué es lo real y qué lo verdadero.

Pensó Millás que no volvería a escribir una novela, pero lo hizo. Escribió una falsa, dice él. ¿Y no son sino todas las novelas una invención?

Históricamente, explica Millás, el hombre ha llegado a la verdad a través de la ficción. “Cuando no existía siquiera el lenguaje, se explicaba el mundo a través de relatos y no para pasar un rato mientras anochecía, sino para transmitir una información de ese mundo en el que vivía. La literatura es eso: una representación”. 

Interrogado sobre la existencia –o no- de una sobrevaloración de la novela como género, Juan José Millás admite que este libro ha sido escrito mientras cruzaba un largo desierto literario. “Esta novela surge en medio de un parón. En general, hay un cansancio de la ficción. No olvidemos que la novela es un género viejo”. La mujer loca, insiste, revela un momento. Es una historia que le ha llevado a “lugares complicados" de sí mismo.

El hombre que habla en un amplio salón de cristaleras se disculpa. Afirma que, sobre este libro, no puede dar "frases definitivas", de esas que se pronuncian en las ruedas de prensa: palabras que deberían llevar las comillas pegadas; objetos arrojadizos e infalibles que alguien más pueda encajar en un titular de prensa. Pero miente. Millás miente sin saberlo. Desde que ha tomado asiento no ha hecho más que tejer anzuelos, pequeños garfios que arroja ante quienes han olvidado cómo hacerse preguntas. Entonces, al salir del encuentro en el que el escritor habla, también al cerrar su libro -su falsa novela-, quedan todavía prendidos en la ropa -de quien escucha, de quien lee- sus ganchos, sus interrogantes. Entonces la literatura hace lo que la vida: quedarse pegada, como una duda, una moneda que brilla en esa rara fuente en la que suelen convertirse con el tiempo las bibliotecas.

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