Cultura

'Doctor en Alaska': ¿por qué nos hace felices?

Los capítulos de la icónica serie regresan en versión remasterizada a Filmin

En 1993, España sufrió la peor recesión económica registrada en los treinta años anteriores, con la destrucción de miles de puestos de trabajo y fuertes caídas del producto interior bruto. Aquel año, la banda de grunge Nirvana lanzó In utero, su último disco de estudio, la italiana Laura Pausini publicó su álbum de debut y el cineasta Steven Spielberg estrenó en los cines dos de sus grandes éxitos, La lista de Schindler y Parque jurásico. Con tres años de retraso respecto a Estados Unidos, llegó a La 2 de TVE una de las series más icónicas de la época que ahora acaba de regresar en una versión restaurada: Doctor en Alaska.

Al principio, aquella ficción fue presentada como una suerte de Twin Peaks con personas normales y corrientes, quizás por el parecido con sus personajes extravagantes y con un punto excéntrico, aunque en esencia poco tenía que ver con la ficción de David Lynch, más allá de lagos, pinares y alces. Doctor en Alaska fue concebida como una comedia amable sin grandes pretensiones que, sin embargo, se convirtió en una serie de culto. Se mantuvo en antena hasta 1995 -con una programación irregular en España, quedando relegada a la madrugada- y desapareció, entre otros motivos, por el adiós de su actor protagonista, Rob Morrow.

Ahora que acaba de llegar a Filmin, en las redes se suceden los mensajes de euforia. Unos, deseando volver a ver la serie de su adolescencia; otros, buscando descubrir desde los ojos de la edad adulta las aventuras de aquel médico cascarrabias en una ficción de la que solo recuerdan una música de cabecera tan icónica. Hay quien también, y en un ejercicio de melancolía adquirida, no puede esperar para ver una serie tan especial para quienes vivieron conscientemente en los 90, una época tan deformada e idolatrada, hasta el punto de convertirse en contexto idílico para marcas de ropa.

Doctor en Alaska y la nostalgia de los 90

Hace apenas unos días, Pablo Gil publicó en El Mundo una entrevista a Chuck Klosterman, autor de Los noventa (Península), en la que reflexionaba acerca de la importancia que tuvo en aquella época la conexión emocional a través de la música y, en general, la cultura, muy lejos de la actualidad polarizada y siempre ideologizada. "Durante aquellos años, al menos en Estados Unidos, era aceptado sin problemas no sentir ningún interés por lo que le pasaba al resto de la sociedad", señala este autor, quien apunta en esta entrevista que en aquel momento "no había ninguna presión moral por ser activo políticamente" ni uno se tenía que sentir culpable por pasar de todo" y aislarse en su "burbuja".

Cuenta también este autor que cuando se habla de nostalgia de aquella época, uno recurre siempre a las canciones o las películas, pero que, en realidad, lo que echa de menos es la ausencia de expectativas, lo que choca frontalmente con la ansiedad colectiva contemporánea, el perfeccionismo y la apariencia como actitud de vida. No es de extrañar, pues, que el regreso de una serie como Doctor en Alaska sea una fantasía y un oasis para el ciudadano común, tan deseoso de buscar una respuesta a la espiral consumista y a una vida tan plegada al intercambio de bienes y servicios o a la competición permanente, aunque eso suponga buscar en los idealizados años 90.

El protagonista de Doctor en Alaska, que ahora se puede ver en versión remasterizada por primera vez en España, es Joel Fleischman, un médico judío de Nueva York recién graduado que, para obtener la beca con la que ha financiado sus estudios en la Universidad de Columbia, debe cumplir un contrato en un lugar recóndito de Alaska, Cicely, un pueblo donde la biblioteca ocupa unas pocas estanterías en el supermercado, solo hay un bar y los autobuses no llegan todos los días. En un local viejo y destartalado, instala su consulta y empieza a involucrarse en la vida de un pueblo aparentemente tranquilo que, según su perspectiva, poco tienen que aportarle.

Aquellos chiflados, con comportamientos tan extraños ante la muerte, el amor o la enfermedad, se convirtieron inexplicablemente en personas demasiado cercanas para los espectadores, una especie de familia en la pequeña pantalla, con quienes no se podía faltar a la cita

Fleischman, que no soporta el cine de Bergman y echa de menos el humo que dejan los autobuses en las calles y a los locos que gritan por las avenidas de la gran manzana, llega con la arrogancia y la soberbia propia del urbanita que cree dominar el mundo y, como ocurre en otras ficciones, sufre el choque de culturas que tan bien funciona en el audiovisual, entre la impaciencia y la tranquilidad, la productividad y lo artesano, o la frialdad y la cercanía. No hay espacio para la carcajada, pero la risa cómplice no desaparece desde los primeros capítulos.

Aquellos chiflados, con comportamientos tan extraños ante la muerte, el amor o la enfermedad, se convirtieron inexplicablemente, para esta redactora de Vozpópuli, en personas demasiado cercanas para los espectadores, una especie de familia en la pequeña pantalla, con quienes no se podía faltar a la cita, en el mismo lugar (el salón) y a la misma hora (en España, de noche).

Sin posibilidad de detener, posponer o dejar para otro día el capítulo, como ocurre hoy en día con las plataformas, Doctor en Alaska recuerda, entre otras cosas, el momento en el que las experiencias no eran postergables ni intercambiables y, por mucho que uno haya encontrado el bienestar hoy, la idea de regresar a Cicely lleva a pensar por un momento en la posibilidad de arañar algo de la felicidad de entonces, por muy distorsionado que esté el recuerdo. El catálogo era limitado, pero nadie necesitaba más.

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