Entrevista

Cultura

La novela que desentierra un crimen de 1936: una mujer embarazada y seis hijos arrojados a un pozo

Autora de éxitos internacionales como ‘El guardián invisible’ y creadora del aclamado género 'mystic noir', Dolores Redondo vuelve a las librerías

  • Dolores Redondo en la sima de Legarrea -

El valle del Baztán tiene un aura especial. Adentrarse en sus bosques es como entrar en el escenario de una película, por ello, no es raro que la escritora Dolores Redondo (Donostia-San Sebastián, 1969) se sirva de este enclave para desarrollar sus novelas. Tras el éxito de la trilogía del Baztán, la escritora donostiarra regresa a Elizondo con su octavo libro ‘Las que no duermen. NASH’ (Destino). Se trata de la segunda novela de una saga que comenzó con ‘Esperando al diluvio' y que sumará cuatro títulos en total, aunque son novelas no correlativas que podrán leerse de forma independiente. Redondo ha cautivado a millones de lectores con sus historias cargadas de misterio, tradición y mitología.

En ‘Las que no duermen’ Redondo relata la historia de NASH, una psicóloga-forense que documenta el origen de una leyenda sobre brujería en la sima de Legarrea, en uno de los Valles Tranquilos de Navarra, pero cuando desciende a la sima lo que halla es el cadáver de una joven desaparecida tres años atrás, Andrea Dancur; un caso que conmocionó al país entero y por cuyo crimen una mujer cumple prisión.

Aunque la autora vuelve a hacer uso de la mística y del género de la novela negra, este libro tiene sus raíces en una impactante historia real. En 2016, el equipo de Aranzadi, encabezado por Paco Etxeberria y Lourdes Herrasti, descendió a la sima de Legarrea, un abismo de 50 metros de profundidad (equivalente a un edificio de unos 16 pisos), donde hallaron los restos de Juana Josefa Goñi Sagardia y sus seis hijos, víctimas de un brutal asesinato ocurrido en 1936. Este caso, considerado uno de los últimos episodios de ejecución por brujería en la historia moderna, también incluyó el hallazgo del cuerpo de un joven del caserío cercano, desaparecido años antes.

En Vozpópuli hemos viajado hasta Elizondo para hablar con la autora sobre esta nueva novela y los misterios que la rodean. 

P. Tiene un éxito internacional, pero escribe sobre temas muy locales…

R. Con la primera novela nunca creí que esto pudiera pasar. Cuando empezó a suceder, me cuestionaba mucho; decía: “Bueno, ¿y van a entender en Noruega esta historia?”. Pero sí, porque al final resulta que, estudiando la mitología, me he encontrado con que los mitos se repiten con distintos nombres en distintos lugares del mundo. El miedo a la incertidumbre de la noche ha sido común a toda la humanidad, por lo que el modo en que se construyen los mitos y el modo de defenderse del mal es muy parecido. Por ejemplo, ya en la antigua Sumeria ponían una protección para los bebés, algo que todavía se sigue haciendo en muchos lugares de África.

En cada sitio recibe un nombre distinto, pero el mito es idéntico. Además, en las novelas tienes conflictos muy humanos. Al final, también hay conflictos familiares o amorosos, por lo que todo el mundo puede sentirse identificado en algún momento.

P. Hay elementos comunes en sus libros: la maternidad, la adolescencia, los conflictos familiares y la enfermedad mental. ¿Cómo los íntegra?

R. Sí, hay bastantes elementos que son comunes a otras de mis novelas. Por supuesto, la maternidad, que se aborda desde muchos puntos de vista. También la enfermedad mental y la convivencia diaria con personas que la sufren. Es algo que me preocupa mucho, y sé que es devastador para muchas familias, porque a veces hay gente que no se deja ayudar, y eso convierte la situación en algo muy complicado.

La adolescencia también está presente. Las adolescentes de mis novelas son muy potentes, y me ha gustado mucho escribir sobre ellas y los choques que eso genera. Porque en una misma casa pueden confluir personas con enfermedades mentales, jóvenes con todas sus inquietudes y diferentes situaciones de vida.

P. Sus protagonistas femeninas siempre tienen mucha fuerza interior. ¿Qué la motivó a crear una estirpe de mujeres resilientes?

R. Pues te aseguro que son mujeres de mi alrededor. Están inspiradas en el matriarcado en el que yo misma nací y me crié: mis amigas, mis primas, mi hermana, mis cuñadas y mis sobrinas. Veo en esas mujeres, todo el tiempo, ese arranque y esa fuerza. Y luego, me gusta mucho esa sociedad matriarcal porque creo que nos aporta mucho a todas y es beneficioso. Aunque también tiene sus complicaciones, como el hecho de que hay que admitir que esas mujeres se metan en tu vida sin límites.

P. En esta novela las mujeres tienen un papel muy representativo, por ejemplo la figura de la bruja. Hay un dicho que dice que barrer de noche es de brujas… 

R. Bueno, hacer cualquier cosa de noche es de brujas. De hecho, el título de Las que no duermen lo decidí como un homenaje a la inquietud femenina, a las que no duermen porque están inquietas.

En otros tiempos, como en el medievo, los hombres, si se despertaban durante la noche, podían levantarse de la cama y hacer labores de vigilancia o salir a darse una vuelta. Pero las mujeres no, porque eran consideradas frágiles, débiles y expuestas al mal, que supuestamente circulaba durante la noche. Entonces, si una mujer estaba despierta, debía rezar hasta que se durmiera otra vez para huir de esos pensamientos. Así que la novela es, en cierta manera, un homenaje a esa inquietud de las que no se durmieron y se quedaron pensando, inventando o creando.

Dolores Redondo presenta su nuevo libro

P. En esta historia ha dejado atrás el perfil de periodista investigador y la protagonista es una psicóloga-forense ¿Qué quería transmitir con este personaje?

R. En su momento, con Amaia Salazar, ya trabajé con ese perfil de inspectora. Pero ahora quería un personaje que llegase desde otro punto de vista. Lo primero que hay que entender es que un psicólogo forense es un tipo de forense que no interviene en todas las autopsias. Sin embargo, en ocasiones, cuando no hay cadáver pero se sospecha que hay un fallecido, o cuando el cadáver está tan dañado que es imposible determinar la causa de la muerte mediante la inspección ocular y la química que se realizan en una autopsia, son estos psicólogos los que intervienen para establecerla.

Lo que hacen es meterse en la cabeza de esa víctima, y lo logran analizando todas sus pertenencias: el teléfono, el ordenador, sus fotos. Estudian lo que comía, la música que escuchaba y las personas con las que se relacionó durante sus últimos días. No está en el mismo estado mental, ni compra lo mismo, ni escucha la misma música alguien que planea irse de este mundo por su voluntad que alguien que sale al monte a dar un paseo y tiene un accidente. Quería crear el equilibrio para un policía, como Amaia, que se tiene que ceñir a los hechos y buscar realidades, y al mismo tiempo buscar un personaje con otro tono. Creo que este personaje va a funcionar muy bien y que volverá a aparecer en otras investigaciones.

P.  La novela parte en los momentos previos del confinamiento por la COVID-19 ¿Por qué de decidió volver a ese periodo? 

R. Creo que funcionan por dos cuestiones. Por una parte, porque se da en un momento en el que los protagonistas no saben que el 14 de marzo se paró el mundo, pero el lector sí que tiene esa información. Por aquel entonces, todo era incertidumbre. Quería transmitir esa sensación de presión que supone saber que tienes un tiempo limitado. En este caso, Nash tiene que terminar sus investigaciones: la del caso de Andrea y la suya propia.

Además, que esto ya lo he dicho en alguna otra ocasión, nunca escribo ninguna novela que no lleve al menos 6 años dándome vueltas en la cabeza. Esta historia ya estaba desde antes de 'Esperando el diluvio'; de hecho, cuando la estaba escribiendo llegó y la pandemia, hubo un momento en que paré y dije: 'Voy a escribir sobre lo que está pasando ahora, sobre esta inquietud', y ahí también me di cuenta de que no podía porque la situación no estaba resuelta.

P. ¿Tenía claro que quería volver al valle del Baztán, a Elizondo?

R. Absolutamente. Desde conocí la historia de Paco Echeverría que bajó a esa sima en 2016 y encontró un cadáver reciente y, luego, el cuerpo de Josefina y sus hijos.

En esta nueva novela, las recetas son tradicionales de Baztán, que te aseguro que están en las cartas de los restaurantes, siguen vivas y hacen un guiño a que hay otras muchas cosas que también permanecen vivas en este lugar"

(Dolores Redondo, escritora)

P. El caso que se relata puede recordar, en cierta manera, al de Rocío Wanninkhof… 

R. Va a recordar a muchos, pero es verdad que sí quise poner ese punto de vista sobre el hecho de que seguimos haciendo juicios paralelos en televisión, aunque no solo pasa con este tipo de casos. Es inevitable que, cada vez que algo salta a la palestra, se hagan un montón de programas y se juzgue en televisión y en redes sociales.

P. La cocina y las recetas tradicionales tienen un peso importante durante la novela, ¿le gusta la cocina?

R. Sí, claro. De hecho, estudié cocina y trabajé en hostelería. He tenido importantes maestros donostiarras. Pero en esta novela no pongo recetas solamente porque me guste la cocina (que sí, me gusta); las pongo, sobre todo, porque son recetas muy antiguas que aún se siguen haciendo. Son platos actualizados que, además, enriquecen la novela y le dan a la gente la sensación de que estoy hablando de un lugar muy auténtico, donde este tipo de cosas todavía se mantienen vivas.

P. También hay mucha mitología en sus novelas. ¿Esas recetas pertenecen a ese universo mitológico?

R. Están en las cartas de los restaurantes, las cocina la gente y las ponen en todas las fiestas populares. Pero sí, forman parte de ese universo. Por ejemplo, ya en 'El guardián invisible' decidí que la firma del asesino fuese un txantxigorri: un pastelito, una especie de torta hecha con trocitos de cerdo, canela y manteca. Realmente, es algo que se solía hacer en los caseríos para los pastores y que ahora está en todas las pastelerías. En aquel momento no había. Yo pedí ver uno y me dijeron que hasta la temporada de la matanza del cerdo no podría encontrarlos, y que quizá en algún caserío se seguirían haciendo, pero que no se vendían. Ahora, sin embargo, se vuelven a vender gracias a aquella novela, y todo el mundo quiere ver cómo son y probarlos.

En aquel libro lo elegí para que fuese la firma de la tradición. Y en esta nueva novela, las recetas son tradicionales de Baztán, que te aseguro que están en las cartas de los restaurantes, siguen vivas y hacen un guiño a que hay otras muchas cosas que también permanecen vivas en este lugar. Si realmente funciona la mitología en mis novelas, es porque no estoy hablando de mitología griega, que ya está desubicada de las creencias del mundo, sino de temas que siguen vivos, que son reales y que se pueden palpar aquí.

P. ¿Se plantea escribir otro tipo de géneros?

R. Ya lo hago, porque justamente la novela negra permite el mestizaje con otras cosas. Creé mi propio género, el 'mystic noir', que funciona porque se apoya sobre un místico real, no sobre aspectos más mágicos.Yo entiendo que la magia no funciona en la novela negra; no puedes poner magia a lo Harry Potter, con capas de invisibilidad, por ejemplo, aunque me encantaría en algunos momentos. Pero sí que se pueden introducir historias, como en este caso, sobre el hecho de que alguien creía que esa mujer era una bruja y que probablemente estamos ante la ejecución por brujería más moderna de nuestro siglo. Sobre eso puedes construir y es creíble, aunque luego se adorne con otras cuestiones, como la gastronomía o la climatología. Todos estos aspectos le otorgan la belleza del lugar. Todo hace que, al final, se produzca eso que en la novela denomino como 'El Síndrome de Baztán'.

P. La justicia y las verdades ocultas son temas recurrentes en sus novelas. ¿Cree que la literatura tiene el poder de cuestionar o reinterpretar la verdad?

R. Ojalá. Ojalá la literatura fuera tan poderosa y sirviera para llamar la atención sobre eso. Aunque si alguien, solamente una persona, después de leer mi novela hace la reflexión de que hacemos demasiados juicios paralelos y le sirve para cambiar eso, pues ya sería bastante. Pero las cosas pasan a nivel personal. Todos los cambios grandes del mundo provienen de pequeños cambios en las personas. 

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