La Casa Blanca está contaminada por el coronavirus, Donald Trump y su esposa han dado positivo y se deben someter a cuarentena. Con la campaña electoral en marcha, el covid-19 de Trump puede tener una trascendencia histórica.
Un manipulador de la verdad como Donald Trump debe mirar con envidia al pasado reciente, cuando la Casa Blanca ocultaba celosamente las enfermedades de sus inquilinos. Nadie supo que John F. Kennedy padecía una enfermedad de espalda que a veces le impedía prácticamente moverse, y durante los más de doce años de presidencia de Franklin D. Roosevelt, no se publicó ninguna imagen en la que apareciese en la silla de ruedas que necesitaba para moverse. Pero quien batió todos los récords de secretismo fue Woodrow Wilson, que estuvo realmente incapaz durante nueve meses, con su esposa ocupando su puesto.
“La Presidenta ha hecho realidad el sueño de las sufragistas de cambiar el título de Primera Dama por el de Primer Caballero Suplente”, diría algún tiempo después un senador republicano, comentando la especie de golpe de estado que dio Edith Bolling Wilson, con la complicidad del médico y consejero favorito del presidente.
Woodrow Wilson ha pasado a la posteridad como uno de los grandes presidentes de la Historia de Estados Unidos. Era un auténtico intelectual, un prestigioso académico que fue rector de la Universidad de Princeton, un centro de elite donde daría clases Einstein. Pero Wilson era también un demócrata convencido, un reformista radical que en Princeton intentó enfrentarse a los privilegios de los estudiantes ricos. Wilson fue derrotado por el espíritu tradicionalista y de clase de Princeton, perdió su carrera académica, pero inmediatamente fue fichado por el Partido Demócrata.
Su única experiencia política era teórica, era un brillante ensayista político, pero en las primeras elecciones a las que se enfrentó fue elegido gobernador del Estado de New Jersey. En las segundas, dos años después, ganó la presidencia de Estados Unidos. Desde allí se enfrentó a las grandes corporaciones, a los bancos, a las navieras, realizó una ingente labor de reforma para hacer más igualitaria la sociedad americana. Y metió a los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, lo que supuso su irrupción en el mundo como una gran potencia, pues fue la llegada de un millón de soldados americanos lo que decidió la victoria aliada.
Paradójicamente Wilson era un pacifista, quería que aquella fuese la última de las guerras. Creía que en el mundo se podían resolver los conflictos sin recurrir a las armas, por la negociación y el consenso, y durante seis meses batalló con las potencias aliadas en la conferencia de Versalles para conseguirlo. Wilson creo el instrumento para ello, la Sociedad de Naciones, antecedente directo de la ONU. Pero el Congreso norteamericano, dominado por la oposición republicana, se opuso a que Estados Unidos formase parte de la Sociedad de Naciones.
Decidió que la nación se pronunciase sobre ello en un “gran y solemne referéndum” y se lanzó a ganar el apoyo popular en una campaña extenuante. El 3 de septiembre de 1919 Wilson inició una gira en las que recorrió 13.000 kilómetros y celebró 34 actos electorales en sólo 22 días. Pero el 25 de septiembre, cuando estaba en una localidad de Colorado curiosamente llamada Pueblo, tuvo un colapso. Pudo regresar a Washington, pero ya en la Casa Blanca sufrió un infarto cerebral que le dejó semiparalizado, incapacitado para ejercer la presidencia. Era el 2 de octubre, curiosamente el mismo día que, 101 años después, Trump anunciaría en twitter que había dado positivo.
El complot
Dos personas tenían el poder en la Casa Blanca, Edith Bolling, la segunda esposa de Wilson, y el Dr Grayson, su médico personal y consejero favorito. Ambos pertenecían a la vieja aristocracia del Sur –de donde también era oriundo Wilson-. Edith Bolling descendía del primer inglés plantador de tabaco en Estados Unidos, y de la princesa india Pocahontas. Grayson tenía entre sus antepasados a uno de los llamados Padres Fundadores, los políticos que declararon la independencia de Estados Unidos. El doctor era algo más que el médico del presidente, era su hombre de confianza, y lo había ascendido de simple teniente médico a almirante de un plumazo. Fue precisamente el doctor quien le presentó a Edith Bolling tras la muerte de la primera mujer de Wilson.
El Dr Bolling se reunió con el gabinete y prácticamente dio un golpe de estado. Se negó a firmar el parte médico de discapacidad, bloqueando así que el vicepresidente tomase la presidencia en funciones, como disponía la Constitución. Algunos historiadores piensan que en realidad el médico seguía las indicaciones de la Primera Dama, el caso es que ésta comenzó a ejercer el poder. Los ministros y los senadores tenían que despachar con Edith, presentarle los asuntos y darle los documentos que necesitaban la firma presidencial.
Ella diría en sus memorias que su único poder era la decisión de qué asuntos eran lo bastante graves como para ser llevados al presidente y cuándo hacerlo, lo que no es poco. Pero nadie sabe cuál era la condición física y mental de Wilson en los meses que siguieron al ictus, y no está claro si podía firmar o si era ella quien firmaba por él.
Poco a poco Wilson fue recuperándose. Transcurrieron nueve largos meses antes de que estuviese lo bastante repuesto para dar una señal de vida al exterior. Fue la fotografía que publicamos aquí, tomada el 20 de junio de 1920, en la que el presidente Wilson posa firmando un documento. Pero a su lado aparece Edith sujetando el papel, porque a esas alturas todavía tenía paralizado el lado izquierdo del cuerpo. Wilson nunca se recuperaría completamente, pero agotó su mandato como si no pasase nada, y no abandonó el despacho oval de la Casa Blanca hasta el 4 de marzo de 1921. Su esposa siguió cuidándolo solícitamente hasta su muerte, tres años después.
La relevancia política de Edith Bolling Wilson, la única mujer que ha ejercido la presidencia de Estados Unidos, sería reconocida veinte años después, cuando Norteamérica volvió a meterse en una Guerra Mundial. El presidente Roosevelt se hizo acompañar por Edith cuando el 8 de diciembre de 1941 acudió al Congreso para declararle solemnemente la guerra al Japón.