Sidecars es una banda intachable. Le conmueva a uno más o menos su música, la aprecie o la desprecie, habrá de reconocer que ésta es difícilmente criticable, que es correcta como lo es un texto de Truman Capote. Yo querría añadir que es también óptima o que está a punto de serlo, pero los lectores me tomarían precisamente por lo que soy: un entrevistador parcial, entregado a sus entrevistados.
Muchos músicos, nos revelan nuestros espías paraguayos, dicen no escuchar las canciones de Sidecars porque están seguros de que, en caso de hacerlo, aparecería como una sombra la tentación de copiarlos y el riesgo enorme de hacerlo mal. El trabajo de Juancho, Ruly y Gerbass sólo es fácil en apariencia; tiene en sí la marca de lo mejor: una complejidad que se traviste de sencillez porque prefiere la iluminación al deslumbramiento.
En Trece, su séptimo disco, Sidecars acomete riesgos que no se había atrevido a acometer en sus catorce años de trayectoria, introduce nuevos sonidos ―en algunas canciones uno llega a distinguir extrañado violines y sintetizadores que reclaman el protagonismo para sí― y unas letras sublimadas, más graves y profundas que de costumbre.
Pregunta. Casi todas las canciones del disco están ambientadas en la pandemia o se refieren a ella de algún modo. ¿Las escribiste, Juancho, durante el confinamiento?
Juancho: No. Durante el confinamiento mi capacidad creativa desapareció. Supongo que en mi mente no podían convivir el miedo, el susto, y la creatividad. Pero después, cuando empezamos a vivir, cuando sacamos el disco anterior, empecé a escribir como si se me hubieran ido acumulando las canciones en la cabeza. Realmente no hablan de la pandemia; hablan de mis vivencias, de mis realidades y de las de todos durante ese contexto histórico. Supongo que tuvimos sensaciones muy parecidas durante ese período. Trece habla de ellas: inquietud, incertidumbre, esperanza, desesperanza, desesperación. Cosas que hemos sentido todos, probablemente.
P. Habláis en el disco de un mundo roto, de un mundo al que no os queréis acostumbrar, de una falsa realidad… ¿Es un disco pesimista?
J: Es un disco realista. Miente quien diga de sí mismo que es pesimista u optimista, que es feliz o desdichado. Está quedándose en la superficie. Creo que todos, en un mismo día, tenemos picos de euforia y picos de depresión. Vivimos muchas sensaciones diferentes. En este disco hablo de un mismo momento desde dos perspectivas distintas, y no es porque me las esté imaginando, sino porque las he sentido. En un mismo día he querido tirar todo a la mierda y he encontrado un rayito de sol, de esperanza, en un agujero oscuro. Es humano vivir las cosas desde diferentes perspectivas.
Gerbass: Me he imaginado estos días a Juancho tirando todos nuestros discos al fuego (alusión a una de las canciones, '180 grados') y arrepintiéndose tarde, cuando ya han empezado a arder… (Risas).
P, También hay algo de rebelión, de renuencia a acostumbrarse a una realidad que es inhumana.
J: Lo hay, por supuesto. Durante la pandemia sentía pánico. Me aterrorizaba ese mundo nuevo. Tenía la esperanza de que fuese tan sólo un impasse, un pequeño break.
Ruly: En la antesala de la gira de Ruido de fondo, nuestro anterior disco, nos reuníamos semanalmente porque la situación era muy cambiante. En una de esas reuniones, Juancho, harto de todo, dijo: "Me niego a creer que vamos a estar tocando con mascarillas hasta dentro de diez años". A veces era él quien llegaba más cabizbajo, a veces yo, otras veces Ger… Pero un buen día empezamos a sublevarnos contra la idea de que la pandemia, las mascarillas, los toques de queda fuesen a durar mucho tiempo.
J: Está bien que nos acostumbremos a todo, pero no lo está que lo asumamos todo. No deberíamos asumir que todo va a ser una mierda. No, joder.
P. ¿Cómo eran los conciertos con mascarilla? ¿Malograba ésta la conexión con el público?
G: Es una experiencia más de una carrera en la que nos han ocurrido muchas cosas. Casi no nos sorprende nada. Las mascarillas y las restricciones alteraron nuestra forma de entender el espectáculo. Nos hicieron volver a un formato más unplugged, más acústico, más sosegado, también por no incitar a la gente a levantarse y a quitarse la mascarilla. Y, a la vez, por cierto, sí que le encontramos un reverso positivo al asunto: era muy emocionante pensar que ése, el nuestro, era el primer concierto al que la gente asistía en dos años. Aunque sólo veíamos sus ojos, distinguíamos un brillo, una lagrimita que en los conciertos al uso es más difícil distinguir.
J: Había una sensación común de estar haciendo algo extraordinario. Para mal, en un principio, pero para muy bien, después. Nos decíamos todo el rato: "Estamos haciendo algo extraordinario. Cuando nadie está saliendo de gira, cuando todo el mundo dice que no se puede, nosotros salimos de gira y demostramos que sí se puede". Había restricciones, cierto, pero, en el momento en el que sonaba la primera canción, la gente olvidaba toda esa mierda.
P. Volviendo al disco, decías que no versa sobre la pandemia, sino que está ambientada en ella. A mí me da la impresión de que las canciones permanecen vigentes. Seguimos viviendo una situación extraña, con guerras, racionamientos energéticos, emergencias… La gente puede escucharlo y sentirse identificada porque sigue flotando en el ambiente una sensación de extrañeza, de, como dices tú, Juancho, algo que está a punto de reventar.
J: Hay canciones, como "Filomena", que están muy ubicadas en un momento concreto. El escenario está claro y la fecha del calendario también. En cambio, hay otras cuyo texto va a seguir desgraciadamente vigente mucho tiempo. Se me ocurrió "Modo avión" observando la luna de mi coche, que tenía una raja; empecé entonces a sentir que el mundo que yo miraba a través del cristal estaba a punto de romperse en mil pedazos. Eso lo viví en un momento concreto de mi vida, pero lo hermoso de las canciones es que esas historias se pueden llevar a mil lugares. ¿Quién no tiene la sensación de que el mundo se puede ir a la mierda en cualquier momento? Basta con que un puto loco le dé al botón. Esa sensación de que el mundo es frágil la vamos a tener durante mucho tiempo, quizá siempre, y por eso "Modo avión" podrá acompañarnos durante toda nuestra vida.
G: Qué cabrón. Yo veo una grieta en el coche y pienso en "Carglass cambia, Carglass repara" (Carcajadas).
P. Cualquiera que escuche el disco se dará cuenta de que hay más instrumentos que en los anteriores y de que, aun recordándonos al Sidecars de siempre, hay sonidos nuevos. ¿Tomasteis conscientemente la decisión de innovar, de hacer un disco más complejo?
J: Hay sintetizadores, hay violines, hay recursos que no habíamos utilizado hasta ahora. Los cuatro discos anteriores los produjo Nigel Walker, a quien dejábamos mucha libertad para proponernos y llevarnos a donde él creía mejor. Este disco, en cambio, lo hemos producido a medias él y yo, y uno de mis objetivos era evocar sensaciones diferentes, instrumentar distinto… Sentía que había textos que nos llevaban a un punto de madurez que exigía arreglos de cuerda, más coros y cosas que nunca nos habíamos atrevido a hacer y que quizá no tenían mucho sentido antes, por cómo éramos nosotros. Ése es el punto adicional de sonido y de producción de este disco.
P. ¿Cómo ejecutaréis eso en los conciertos? ¿Ampliando la banda…?
G: ¡No! Afortunadamente tenemos a Sergio Valdehita, que, con sus dieciocho mil teclados, en plan Nacho Cano pero con gusto, puede lograr muy aparentes sonidos de violín. Nos encantaría poder llevar con nosotros a un violinista, pero también hemos de tener en cuenta la logística de una gira. Ya somos veinte personas; no nos planteamos de momento meter dos músicos más para hacer algo que podemos conseguir los seis que ya integramos la banda.
J: Estamos satisfechos con los que somos y, además, incluir una sección de cuerdas implicaría un cambio de concepto. Que podamos hacerlo en algunos shows determinados, allá donde nos apetezca o convenga, por supuesto. Pero si metes una sección de cuerdas ya tienes que instrumentar todo para eso. Ya veremos cómo defendemos las canciones que tienen violín. Como dice Ger, disponemos de muchas alternativas.
P. Os va a resultar difícil también elegir el repertorio.
R: Va a ser complicado. Todos coincidimos en que durante esta gira queremos interpretar el mayor número de canciones posible. Tendremos que hablar menos y tocar más. Ya llevamos siete discos y cada vez es más difícil hacer la selección. Es como un sudoku.
P. Y siempre habrá alguno que se vaya a casa descontento porque no ha salido la que le gusta.
J: Ayer, hablando con no recuerdo quién, lo pensaba. Siete discos son más de ochenta canciones. En un concierto de dos horas ―descartamos tocar más de dos horas― no caben. Es imposible que llueva a gusto de todos. Tú haces un genérico entre las que sientes que tienes que tocar, las que te gusta tocar, las que quieres tocar y las que sabes que el grueso de la gente quiere escuchar. Pero luego, claro, la peña te dice que su favorita es una movida del primer disco cuyos acordes yo ni siquiera recuerdo a estas alturas. Es imposible que llueva a gusto de todos.
P. Hablando de canciones favoritas… ¿Con cuál os quedaríais de Trece?
G: Yo con su homónima, con la que le da el nombre al disco. Juancho me la envió justo antes de que nos marcháramos al estudio de grabación. Me conmovió.
J: Para mí es un poco difícil… Pero me gusta mucho "Modo avión". Estoy especialmente satisfecho con ésa.
R: Los tres creemos, por lo que nos dice la gente en redes, que con "Caballos salvajes" va a pasar algo gordo en los shows. Va a ser uno de sus momentos importantes y tendremos que reservarle un espacio privilegiado.
P. Habéis conseguido una concordancia manifiesta entre las letras y las melodías. El final de "Filomena" evoca un paisaje desierto y misterioso, probablemente nevado, la batería de "Caballos salvajes" te traslada al Lejano Oeste, la melodía de "Pasaje del terror" es perturbadora, casi terrorífica, los coros de "Trece" son oscuros… ¿Es una concordancia intencionada?
G: Bueno, ahí está la cabeza de Juancho. El paisaje lo componemos luego todos, pero la idea sale de él.
J: Creo que tiene que ver con que compongo en paralelo letra y música. Hay quien escribe letras y luego les añade música, o viceversa. Yo siempre lo he hecho simultáneamente. El primer verso que escribo tiene ya una melodía. Compongo verso y melodía a la vez y supongo que eso hace que vayan de la mano. Cuando la frase es desgarradora, la acompaña una melodía más profunda. Y, si el texto es más desenfadado, como en "Ruido de la calle", la música es más liviana.
No nos obsesiona modernizar el sonido; nuestra modernización ha sido bastante orgánica
P. Cuando escuchamos "Ruido de la calle", nos sonó al rock clásico español, al rock de Los Zigarros. Pero hay canciones diversas entre sí, guitarras que suenan como las de Fito y también momentos muy beatleianos, como el final de "Filomena". ¿Cuáles son vuestras influencias en este disco?
J: Es que nuestras influencias son ésas, un batiburrillo de todo lo que habéis mencionado junto con Andrés Calamaro y Tom Petty. Al final todo lo que escuchas a lo largo de tu vida te va dejando una muesquita, una marca. Cuando escribes, tiendes a escribir lo que te gustaría escuchar, que es una mezcla de todo lo que has escuchado. Por supuesto, en el estudio nos hemos preguntado diez mil veces cómo harían los Beatles esto y aquello. Por otra parte, siempre intentamos crecer, no sólo con los textos y con la música, sino también con la producción y los arreglos. Y crecer es probar, arriesgarse.
R: Hay otra cosa muy interesante. No nos obsesiona modernizar el sonido; nuestra modernización ha sido bastante orgánica. Estamos incluyendo cosas nuevas a medida que escuchamos cosas nuevas, pero sin obsesionarnos, de manera natural. Quien escuche el disco no notará ningún pegote.
P. Esa evolución también se ha dado en las letras. Las de "Cremalleras", "Chavales de instituto" (2010), "De película" (2014) son más frívolas, desenfadadas, y las de ahora, en cambio, más existencialistas, filosóficas.
J: Al final las cosas que te interesa contar están relacionadas con quién eres en cada momento. Con veinte años no tenía las mismas inquietudes que ahora. Los textos de hoy se parecen a nosotros hoy. Cuando se habla de la madurez de un grupo, se está hablando en verdad de la madurez de las personas que lo componen. Mi perspectiva hoy es distinta a mi perspectiva hace quince años, cuando sólo quería emborracharme y follar.
P. Mencionáis a Dios dos veces en el disco.
J: No hablo de Dios porque sea especialmente creyente; hablo de él porque es un concepto que me hace pensar, porque me gustaría que existiera un ente en el que apoyarse cuando las cosas van mal dadas, pero en el fondo qué sabe un Dios de mis paranoias y de mi día a día. Me pongo más existencialista en las canciones porque hago reflexiones más existencialistas en mi día a día. Durante este tiempo de encierro, cuando era imposible mirar más allá de las paredes de casa, tocaba mirar para dentro. Y, cuando uno mira para dentro, saca conclusiones. Yo tengo la suerte de poder escribirlas y de ahorrarme así un dinero en el psicólogo.
P. Alguien podría pensar que tu cabeza es un poco complicada (risas).
G: La cosa es que él la muestra. Habría que ver las de los demás; a ver cuál está peor.
J: Yo sólo soy un poco más transparente. Os cuento mis mierdas. Vosotros os guardáis las vuestras. También me doy cuenta de que cuando soy sincero, cuando no intento impostar nada, cuando me abro en canal, es cuando conecto con la gente.
P. ¿Y has sentido la tentación de dejar de hablar de ti en las canciones?
J: No. A veces me he enfrentado a la necesidad de dejar de hablar de alguien. En ocasiones me he sentido muy cómodo escribiendo canciones a una persona. Hasta el punto de que recuerdo un día en que dije: "Joder, voy a empezar a escribir sobre mí". Y, al principio, convivía con la sensación de que a nadie le importaba un carajo lo que yo contaba de mí. Luego me reconcilié conmigo mismo, con mis pensamientos, y me sacudí el miedo.
P. El Palacio de los Deportes de Madrid está bien, pero... ¿dónde más os imagináis presentando Trece?
J: El Palacio de los Deportes ya da mucho susto, demasiado como para empezar ahora a imaginar otros sitios. Es una puta locura, un salto de gigante para nosotros. Bastante vértigo me da como para pensar en otra cosa. Aunque, bueno, siempre soñamos con tocar en Las Ventas. Es un fetiche que tenemos; pero el Wizink no se queda corto.
R: Pero no nos centremos sólo en Madrid. Dan vértigo muchos sitios de la gira. La Coruña, por ejemplo. En la anterior gira tocamos en un teatro de cuatrocientas personas; en ésta lo haremos en el Coliseum. Tenemos la certeza de que habrá conciertos muy especiales. Más allá de que se llenen hasta la bandera o de que no se llenen, serán especiales porque le habremos echado los huevos suficientes para dar ese salto.
G: Sobre todo porque, una vez estemos ahí, ya estaremos mirando la realidad desde el pequeño escalón que hemos subido. Estaremos mirando con la satisfacción de haber conseguido algo nuevo.
P. La historia de vuestra banda podría sintetizarse así, ¿no? Pequeños escalones que vais subiendo con mucho esfuerzo.
R: Nuestra historia es la de una banda de rock. Nos decían: "¡Esto es una carrera de fondo!". Nosotros no nos imaginábamos que tan de fondo. Ha sido partido a partido, que diría Simeone.
J: ¡Y hemos tenido mucha suerte!
R: Sí, porque hay gente que no aguanta el envite. Hemos tenido la suerte de mantenernos firmes y seguir picando piedra.
G: Esto es como las cañas. Te la puedes tomar de dos tragos o sorbito a sorbito, disfrutando, sabiendo que va a durarte toda la conversación con el colega.
P. Vuestro crecimiento también ha sido orgánico en esto.
J: Tenemos esa suerte. Hemos vivido todo lo que es necesario vivir para poner en valor las cosas. No vas a valorar nunca lo que supone vender cincuenta entradas si no has vendido sólo tres. Si empiezas vendiendo quinientas, el día que vendas cincuenta te vas a llevar una desilusión de cojones. Pero si es al revés, vas a valorar cada ticket que vendas. Un colega del mundo de la música que creció muy rápido me dijo una vez: "¿Sabes cuál es la diferencia? Que vosotros estáis en un teatro fijándoos en cada butaca ocupada y yo estoy en un pabellón gigantesco fijándome en las tres butacas vacías". Ésa es la gran diferencia. Que valoramos lo que tenemos, sin preocuparnos demasiado por lo que aún no. Y por lo que quizá nunca llegue.