Este libro no se habría escrito si Donald J. Trump no hubiera sido elegido presidente, escribe el politólogo y escritor estadounidense Francis Fukuyama en su más reciente libro Identidad. La demanda de dignidad y la política del resentimiento, un ensayo traducido por Antonio García Maldonado y publicado por el sello Deusto, que llegará a las librerías el próximo martes 19 de marzo. Esta frase de Fukuyama no es fortuita, ni mucho menos: Trump simboliza y sintetiza el uso político de la emocionalidad y las identidades grupales –los excluidos, los marginados- como gasolina principal del nacional populismo.
Fukuyama marcó una primera y crepuscular línea roja del pensamiento contemporáneo con El fin de la historia, un ensayo que llegó a manos de los lectores justo el para la elaboración política de la posmodernidad, o lo que se pensaba sería tal cosa como ésa. Fukuyama ha dedicado buena parte de su obra a analizar el desarrollo de las instituciones políticas modernas: el origen y desarrollo del Estado, el imperio de la ley y la rendición de cuentas democrática, así como su posterior decadencia y hundimiento, pero en este libro redondea y clarifica la naturaleza de un ciclo político. “Mucho antes de la elección de Trump, escribí que las instituciones estadounidenses se degradaban a medida que poderosos grupos de interés cooptaban progresivamente el Estado y éste quedaba limitado a una estructura rígida incapaz de reformarse”, plantea en las primeras páginas de Identidad, un libro cuyo análisis es extrapolable a las sociedades occidentales y que apuntan en una dirección: el eje político y económico ha sido desplazado por las emociones.
Fukuyama ha dedicado buena parte de su obra a analizar el desarrollo de las instituciones políticas modernas y en este nuevo libro completa un círculo crepuscular
Trump, a quien Fukuyama ya mencionaba en El fin de la historia como un individuo ambicioso, permite al politólogo explicar de qué forma este tipo de personajes que explotan las pulsiones gregarias han existido en el pasado con Julio César, Hitler o Perón, gente que consiguió llevar a sus sociedades por caminos desastrosos hacia la guerra o el declive económico, justo porque saben tocar las teclas precisas en los individuos y la masa que los apoya. “Para impulsarse a sí mismos, tales figuras se aferraron a los resentimientos de las personas comunes, que sentían que no se estaban respetando su nación, su religión o su forma de vida”, explica Fukuyama, para quien la identidad o su demanda ha retomado centralidad como concepto maestro que unifica gran parte de lo que está sucediendo en la política mundial en nuestros días.
“No se limita a la política de identidad practicada en los campus universitarios, o al nacionalismo blanco que ésta ha provocado, sino que se extiende a fenómenos más amplios, como el surgimiento del nacionalismo anticuado y el islam politizado. Argumentaré que gran parte de lo que creemos que se produce por motivación económica en realidad está enraizado en la demanda de reconocimiento y, por lo tanto, no puede satisfacerse simplemente por medios económicos. Esto tiene implicaciones directas sobre cómo deberíamos tratar el populismo hoy”, explica el politólogo en un libro mucho más afirmativo y propositivo, menos teórico y más directo.
Personajes que explotan las pulsiones gregarias han existido en el pasado con Julio César, Hitler o Perón, gente que consiguió llevar a sus sociedades por caminos desastrosos
La política se ha organizado a lo largo del siglo XX en un espectro de izquierda a derecha definido por los problemas económicos: la izquierda quería más igualdad y la derecha exigía mayor libertad, explica Fukuyama. La política progresista se centraba en los trabajadores, sus sindicatos y los partidos socialdemócratas que buscaban más protección social y más redistribución económica. En cambio, la derecha estaba sobre todo interesada en reducir el tamaño del gobierno y promover el sector privado. A partir de ese diagnóstico, Fukuyama explora cómo la segunda década del siglo XXI, ese espectro parece ceder a la identidad como nuevo eje. “ La izquierda se ha concentrado menos en una amplia igualdad económica y más en promover los intereses de una amplia variedad de grupos percibidos como marginados: negros, inmigrantes, mujeres, hispanos, la comunidad LGBT, refugiados y otros. Mientras tanto, la derecha se redefine como patriotas que buscan proteger la identidad nacional tradicional, una identidad que a menudo está explícitamente relacionada con la raza, el origen étnico o la religión”.
El planteamiento de Fukuyama coincide, en buena medida, con la “retórica de la identidad” de la que habla Mark Lilla en su reciente ensayo de El regreso liberal, publicado en España por Debate. Quien se reivindica de una determinada manera busca su consideración e integración, asegura Fukuyama, pero ese deseo de igual reconocimiento puede deslizarse fácilmente hacia “una demanda de reconocimiento de la superioridad del grupo”, un fenómeno que tiene su expresión clara como parte de historia del nacionalismo y la identidad nacional, así como de ciertas formas de política religiosa extremista en nuestros días. Pero, Fukuyama va más allá en el tema de la identidad, ya que en ella reside la clave del uso político del resentimiento, pero también hasta desplegar el tapiz político encarnado por individuos como Trump: “Debemos recordar que las identidades que residen en lo más profundo de nosotros no son fijas ni están necesariamente definidas por el azar del nacimiento. La identidad se puede utilizar para dividir, pero también para integrar, como se ha hecho en el pasado. Ése será, al final, el remedio contra la política populista de nuestros días”.
Los practicantes de la política del resentimiento se reconozcan mutuamente: la simpatía que Vladimir Putin y Donald Trump se tienen no es sólo personal
Del reconocimiento igualitario al uso interesado del resentimiento y la sensación de exclusión como nuevo signo de los tiempos, esos son los marcos de la política de la identidad. “Un grupo humillado que busca la restitución de su dignidad tiene mucho más peso emocional que las personas que sólo buscan una ventaja económica”, plantea Fukuyama, de ahí que los practicantes de la política del resentimiento se reconozcan mutuamente: “la simpatía que Vladimir Putin y Donald Trump se tienen no es sólo personal, sino que está arraigada en su común nacionalismo” y el uso que da a los sentimientos asociados –o construidos- a partir de ella. Escrito con claridad y lucidez, este ensayo aporta herramientas que funcionan para leer por igual lo que ocurre en Cataluña o en China. Es aplicable, por igual, a las ideas de Marie Le Pen o el #MeToo. Se trata del uso táctico y político de las emociones asociadas a la pertenencia a un grupo. Se trata, sin duda de un eje que sobrepasa lo político o lo económico, en el sentido estricto que de ellas se tenía en las definiciones canónicas de las democracias liberales.