Después de los reality shows de Giorgina (mujer de Cristiano Ronaldo) y Tamara Falcó, me he tragado ahora el de la reina de Instagram, Dulceida. Tres y no más, Santo Tomás, pues con lo que se queda una tras ver estos programas es que tienen mucho más de show que de reality (a pesar de que el de Dulceida se basa precisamente en demostrar que detrás del mundo idílico que vemos a través de Instagram se encuentra una mujer de carne y hueso, que sufre como cualquier hijo de vecino. En este sentido, resulta elocuente que se muestre a la protagonista acabando de hacer sus necesidades más íntimas en mitad del campo).
Toda narrativa (ya sea oral, escrita, imagen o vídeo) parte de un enfoque dado, es imposible capturar en escala 1:1 la realidad "tal cual es". La primera limitación consistiría en que nosotros mismos estamos condicionados por la percepción que tenemos del mundo, que nos impediría, a su vez, absorber una reproducción total de "lo que es", a pesar de que tuviéramos los medios técnicos para hacerlo. Toda percepción es siempre mediada y, en consecuencia, también lo es todo relato. ¿Necesito a Giorgina, Tamara y a Dulceida para decir semejante obviedad? No, pero las tres muestran un cambio radical que se da desde hace un tiempo en las formas de relacionarnos.
Hacerse rico a través de la exposición de la propia vida no es, ciertamente, algo nuevo. Es relativamente reciente en un sentido secular del término, en otros tiempos la fama uno la heredaba por parte de sangre, casamiento o por méritos propios. Famosos eran el rey y la nobleza, Hernán Cortés o Ramón y Cajal (más Ramón que Cajal, dicho sea de paso). Podríamos decir que Falcó encaja en el primer modelo (es "hija de": del fallecido marqués de Griñón y de Isabel Presley) y Giorgina en el segundo (pareja y madre de los hijos de Cristiano) pero, ¿alguien conoce a otros hijos del marqués? ¿sabría usted enumerar todos los hijos de la Presley? ¿cuántas mujeres de futbolistas es capaz de nombrar? La condición de "hija de" o "mujer de" ha ayudado a estas dos personas, pero el arte del storytelling, el dominio de la llamada marca personal, es lo que ha impulsado a ambas al estrellato. Te cuento mi vida, me dejo caer por aquí o por allá y ya lo tengo: ya intereso al establishment mediático y económico. Ojo, no es tarea fácil en absoluto, dedican todo su tiempo a gestionar estas cosas.
El mérito, y el cambio de raíz que suponen las influencers es que parten del anonimato absoluto, y su fama radica en haber sabido enganchar a sus seguidores únicamente desde el storytelling de su propia vida. El reality de Dulceida (y, detrás de ella, todas las influencers que se subieron a la ola) refleja bien el fenómeno, sin obviar la contraparte negativa que solemos ignorar. En este sentido, es de agradecer el enfoque que se le ha dado al documental, especialmente para padres con hijos adolescentes.
Dulceida y el ardor
Esto último es el problema principal: a nadie se le escapa que casi todos hemos acabado entrando al juego de vender una supuesta vida idílica en redes sociales, cada uno en un grado distinto, como distintos son los grados de madurez de los usuarios. Por supuesto los usos que se le pueden dar a las redes son múltiples, y muchos son realmente interesantes. En mi caso, tengo como hobby pintar y dibujar, y me resulta muy útil ver los vídeos que suben distintos artistas, observar sus procesos y escuchar sus comentarios y consejos. Sigo también una cuenta en Instagram, @piaorganiza, que da consejos buenísimos sobre limpieza y orden de la casa. Y también, por supuesto, pierdo el tiempo miserablemente haciendo scrolling, pero éste es un tema aparte del que tengo en mente ahora.
Byung-Chul Han advierte de que en el curso del giro digital abandonamos definitivamente la tierra, el orden terreno
Pienso en los problemas que causa en jóvenes y adolescentes el no darse cuenta de la gran mascarada que supone la puesta en escena de la propia vida en redes, especialmente en Instagram y Tik Tok. Tiene incluso nombre técnico una de las patologías que provoca, disforia de Snapchat: la persona odia la imagen real que le devuelve el espejo, frente a la que consigue a través de los filtros, las posturas estudiadas y los juegos de luces y sombras. Ya hay quienes piden a los cirujanos plásticos intervenciones para parecerse a su yo ideal-digital, sobre el que hacen pivotar toda su vida. Byung-Chul Han nos advierte de esto: “en el curso del giro digital abandonamos definitivamente la tierra, el orden terreno”. Acabamos por habitar un mundo de likes con poca relación con el mundo real, más allá de la cara que prestamos a la cámara para que la retoque adecuadamente. O, como dice Éric Sadin, se está produciendo una ontología dual que "devela una Tierra a partir de ahora poblada de criaturas artificiales que viven paralelamente a nosotros y contra nosotros".
No deja de recordarme a los obesos desplazados por asientos móviles de la película Wall-E, absorbidos por una pantalla, con la diferencia de que los abducidos de ahora pasan algunas horas en el gimnasio con el objeto de hipertrofiar sus músculos para la foto (ahora se llevan así los cuerpos de mujer aunque, a la vista de algún que otro catálogo de moda, parece que vuelven los cuerpos anoréxicos). Como contraparte positiva, iniciativas como la de Dulceida, y las bios (y actitud) de otras grandes influencers como María Pombo ("Nunca jamás compares tu felicidad, tu cuerpo, tus relaciones, ni tus metas en la vida con NADIE") ayudan a contrarrestar estas inercias. De hecho, en el reality de la primera aparece una fan que se muestra muy cariñosa y agradecida con la instagramer: "he ganado peso y, gracias a ti, he conseguido entender que da igual si estoy gorda o delgada". Al final, hecha la ley hecha la trampa, y las malas inercias se pueden compensar con otras buenas. Y este es el motivo por el que no soy neoludita: no tendría sentido hacer una cruzada contra las redes sociales, basta con madurar y aprender a gestionarlas. Y hasta aquí lo de hoy, la semana que viene, más y mejor.