Ha sido un golpe bajo. Lo fue en noviembre, lo es ahora. La muerte de David Gistau va a enmudecer las páginas de los domingos. Quiso el azar, o la puta vida, que su último libro se titulara Gente que se fue, un volumen en el que nos enterró los nudillos en la mejilla con aquella prosa cargada de la belleza que comparten los puentes y los rascacielos, porque duran en el tiempo.
Así era su escritura, refinada y contumaz, certera, directa, magra. Rápida y ágil como un peso welter e invencible como la de un peso completo. En él hasta la nostalgia pegaba fuerte, pero sin renunciar al combate de la ironía y la inteligencia. Tenía razón Javier Aznar cuando escribió que David Gistau era un perro sin collar. Un tipo que sabía morder e hincaba el diente en la frase perfecta. Más que lector, con Gistau uno se sentía esparrin. Sus libros dejaban claro que no bastaba el periódico para todo lo que tenía dentro.
Como narrador, Gistau derribaba con la primera persona e iba directo a la quijada con la tercera. Como periodista era capaz de convertir una coma en una navaja. Ganaba Gistau, siempre, por knock out y por puntos. Quién iba a decir que el signo de puntuación que mejor usaba iba a convertirse en un punto final. Una pausa que comenzaba a ser demasiado larga desde hacía muchos días y de la que muchos esperábamos verlo volver. De aquel combate nos habría gustado sacarlo a hombros.
Elegante como los narradores americanos del siglo XX, Gistau fue para mi generación un espejo ante el cual aprender a pegar. No exagero si digo que unos cuantos de mi quinta preferimos sus melancolías a las de Umbral o Pla, porque las suyas nos pertenecían. Con Gistau nuestra prosa aprendió a soltar el sonajero y se puso los guantes. Que nada sobre. Que nada redunde. Que cada palabra avance empujada por la anterior, rompiendo en un mar de dos mil caracteres.
Un hombretón de gesto serio, barba blanca y camisetas de AC/DC. Un tipo generoso como pocos. Un barquero entre el periodismo y la literatura, la vida y el combate, la rapidez y el pensamiento. Escrupuloso en sus descripciones, brillante en su conjunto, afrancesado en su educación y anglosajón en su prosa, alguien que no necesitaba citar a Heródoto en sus columnas para demostrar su lucidez y que cambió el batín por las zapatillas al momento de glosar la realidad.
El ejercicio de estilo no aguanta 300 páginas, dijo varias veces. La pirotecnia no basta y no se puede engañar a un lector haciendo piruetas en la contra del periódico. La novela como género hizo su escritura más clara y su capacidad para emocionar más certera. Ha de ser por eso que esta noche de domingo, cuesta tragar con la noticia. Ha sido un golpe bajo, Gistau. Un pelotón de gente se queda rota esperándote, de ahora en adelante, cada domingo. Gracias, Gistau, y hasta siempre.