“Esa pobre gentecilla, esa pobre gentecilla”, repetía absorto el físico Robert Oppenheimer cuando se conoció la efectividad de su ingenio. El 6 de agosto de 1945, unos 70.000 japoneses murieron en el instante de la explosión de Hiroshima, en el que se convirtió en el acto humano que más muertes ha provocado en un menor espacio de tiempo. Tres días más tarde, le tocó a Nagasaki. La Segunda Guerra Mundial había sido el escenario de los mayores horrores de la historia humana contra la población civil, desde la industrialización del asesinato en los campos de exterminio nazis a los bombardeos indiscriminados contra población civil en Alemania y Japón. Pero como epílogo, como guinda al pastel del asesinato civil en masa, Estados Unidos tenía preparado un as bajo la manga, fruto del mayor programa científico de la historia, el proyecto Manhattan.
Tres semanas antes de Hiroshima, algunos de los mejores científicos del planeta, mentes que habían cambiado el mundo y nuestra concepción de las leyes más elementales del universo, se encontraban tirados en la arena de un desierto de Nuevo México, a nueve kilómetros de la zona cero en la que comenzó la era atómica. Se acercan las cinco y media de la madrugada, en concreto la historia registrará el nacimiento de una nueva era a las 5 horas, 29 minutos, 21 segundos. Llevan guantes, y gafas de sol debajo de las gafas de soldar, algunos hasta crema solar. Todos están al menos a nueve kilómetros de la torre de 30 metros desde donde se dejará caer el gadget, el nombre en clave para el artefacto explosivo.
Momentos antes, científicos y militares tragan saliva y rezan. Silencio antes de que bolas de fuego naranja preñadas de relámpagos se hinchen hacia el cielo moldeando el tristemente célebre hongo nuclear que 3 semanas después brotará sobre Hiroshima y Nagasaki, aniquilando a varios cientos de miles de personas.
Los españoles que siglos atrás habían llegado a esas tierras inhóspitas tuvieron un aire profético al bautizar la zona como La Jornada del Muerto. En este área desértica de Nuevo México había explotado Trinity, la primera bomba nuclear de la historia. El éxito de esta prueba fue comunicada inmediatamente al presidente Harry Truman que se encontraba en Postdam negociando con el resto de potencias vencedoras el futuro del nuevo mundo que nacía tras la guerra. Este nuevo orden mundial tendría como prólogo la demostración de músculo estadounidense con la devastación de las dos ciudades japonesas.
Las primeras palabras de Oppenheimer estaban desprovistas del aura transcendental que usó posteriormente: “Ha explotado”, aseguró su hermano que se encontraba junto a él durante la prueba. William L. Laurence, el periodista de ‘The New York Times’, que había escogido el Ejército para cubrir la prueba, recogió que Oppenheimer, había mencionado que fue "espantoso" y "no del todo optimista", y tras una pausa le añadió algo más de trascendencia: "Muchos chicos que aún no han crecido le deberán la vida a esto", tal y como se recoge en la obra Prometeo americano. El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, de Kai Bird y Martin J. Sherwin, en la que se inspira la película de Christopher Nolan.
Veinte años más tarde, el físico, muy conmovido en un documental de la NBC, regresaba hasta aquel punto para dejar su sentencia más famosa: “Sabíamos que el mundo dejaría de ser el mismo. Había quien reía y había quien lloraba. La mayoría guardaban silencio. Recordé un verso de las escrituras hindúes, el Bhagavad Gita. Vishnu trata de convencer al príncipe de que debería cumplir con su obligación y, para impresionarlo, toma la forma de un ser de muchos brazos y dice: ‘Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos’. Supongo que todos, cada uno a su manera, pensamos algo así”.
Oppenheimer se asimilaba a uno de los tres dioses principales del Hinduismo, al que tradicionalmente se le atribuye la preservación del mundo, pero cuya omnipotencia también le otorga la capacidad de la creación y destrucción. En una declaración anterior también había hecho mención a otro pasaje del libro sagrado hindú para describir la explosión: “Si el resplandor de mil soles estallara de una vez en el cielo, sería como el esplendor del poderoso”.
Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos. Supongo que todos, cada uno a su manera, pensamos algo así
La detonación de Nuevo México confirmó que la bomba era viable y el científico se mostraba muy preocupado por las futuras víctimas de su ingenio, al tiempo que trataba de perfeccionarlo. Preocupaciones contradictorias que le atormentaron al conocer el resultado. El científico orgulloso celebraba la explosión en Hiroshima subido a un escenario y se lamentaba de no haberla desarrollado a tiempo para arrojarla en Alemania. Pero al mismo tiempo, los testimonios de la obra de Kai Bird y Martin J. Sherwin apuntan a la desarón y remordimiento del físico y de otros científicos del proyecto Manhattan, una vez conocieron las consecuencias reales de la explosión.
Contrario a la carrera nuclear
Multimillonario de cuna, provenía de una familia de judíos alemanes que habían hecho fortuna con el negocio de importación textil. Siempre apoyó causas sociales para los más desfavorecidos y estuvo fuertemente vinculado a movimientos progresistas y antifascistas. Organizó eventos para recaudar fondos para los republicanos de la Guerra Civil Española y ayudó a los científicos alemanes que huían del Tercer Reich.
Permanentemente estuvo muy rodeado de militantes comunistas como su mujer Kitty o su hermano lo que le perseguiría en la era del Macartismo, aunque él nunca llegó a pertenecer a ninguna asociación comunista.
Tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, el desarrolló nuclear continuó y Oppenheimer se integró en el Comité Asesor General de la Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos, encargada de la investigación y el desarrollo de armas nucleares.
Desde el primer momento expresó su postura contraria a la carrera nuclear en la que su país y la URSS ya estaban inmersos, y se opuso al desarrollo de la bomba de hidrógeno, ganándose la enemistad de parte del Ejército y la Administración, e investigadores del FBI estaban convencidos de que estaba involucrado en una conspiración soviética.
En 1954, fue llamado ante un tribunal de la Comisión de Energía Atómica (AEC) que retiró la autorización de seguridad por la que el científico tenía acceso a importante información clasificada. Este 'pasado comunista' le convirtió en una persona poco fiable. Nueve años más tarde, Oppenheimer recibió el premio Enrico Fermi, concedido por Kennedy, como un gesto para rehabilitar la figura del científico. Y hace solo unos meses, otra administración demócrata, en este caso la de Joe Biden, anuló la revocación que Oppenheimer había sufrido en el 1954 por considerarla un "proceso defectuoso que violó las propias regulaciones de la Comisión".