1982 es uno de los años más convulsos de la historia de nuestro país. El PSOE arrasó con diez millones de votos. Naranjito reinaba como símbolo de un Mundial de fútbol que nos puso en el mapa de los acontecimientos internacionales. La Movida atronaba con su chillona adhesión a los mandamientos de la sociedad de consumo, que recién aterrizaba en nuestras grandes ciudades. ¿Toda España era euforia política, futbolera y popera? No, una pequeña aldea resistía, en los surcos del disco Ilegales, mezcla de blues-rock afilado y unas letras hipnóticas, que nos abrían los ojos: “Diez mil obreros en paro esperan/en la plataforma de suicidio colectivo” mientras “Madame Claude se abanica con sus acciones/ devaluadas al cuarenta por cien”, recita una voz alucinada.
Todo esto forma parte de Ilegales 82, el documental de una hora sobre los inicios del grupo que ha rodado Juan Moya, veterano con oficio que ya nos regaló otra maravilla sobre la banda asturiana: Mi vida entre las hormigas (2017). Su nueva entrega no es una mera secuela, sino que en muchos aspectos supera a la primera, por ejemplo en ritmo e intensidad. Continúa brillando aquí y allá el recurso de contar en formato cómic las aventuras en las que no disponemos de imágenes, con arte de Javier De la Rosa. Así podemos vivir el ataque a Jorge Ilegal de un grupo punki femenino en los camerinos de la mítica sala Rock-Ola, justo antes de uno de los conciertos más crudos de la banda, con el vocalista entre borracho y desorientado, desafiando a la audiencia a pegarse con él cuando terminase de tocar.
Esta vena pendenciera era una actitud habitual que llegó al paroxismo cuando Martínez retó a una pelea callejera a 15.000 espectadores de un plaza de toros asturiana. Acababa de interpretar su clásico "¡Heil, Hitler!", ante un publico con abundancia de hippies, que estaban alucinando con haber encontrado aquello al ir a disfrutar de Miguel Ríos, estrella principal de la noche.
Ilegales y antiprogres
En la historia que se cuenta no aparece el Mundial, se cita de pasada el 23-F y apenas se refleja la tensión política. Por suerte, cuando esta última aparece es a lo grande: la crónica de un tumulto en la Facultad de Derecho de Oviedo, que en aquella época era “más peligrosa que el lumpen”. Una conferencia de Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista de España, basta para que estalle un tumulto donde Martínez confirma sus dotes de supervivencia. “A nosotros no nos mata ni la polilla”, presume entre ejemplos de su dotes para la autodefensa. El metraje también cuenta como Jorge solía llevar los fines de semana un palo de hockey a modo de protección personal.
“La provocación funciona. Es el gran timo del rock and roll. Manda cojones”, resume Jorge Martínez
La mejor parte del documental, bajo mi punto de vista, son las observaciones del rockero sobre la contracultura de pacotilla que reinaba en la España de principios de los ochenta. Disfrutó a fondo aquella liberación sexual, pero sin dejar de sentirse asqueado por ella (la sobreabundancia satura). ¿La mejor frase? “Fue una época donde parecía que todo lo que estaba prohibido era bueno”. Poco a poco, se fue dando cuenta de que no. Otro de sus descubrimientos, tan útil como triste, es que cuanto más desbarrase más se enganchaba el público. “La provocación funciona. Es el gran timo del rock and roll. Manda cojones”, concluye. Una lección básica para todo el que quiera subirse a un escenario.
estebanmc
A Jorge hay que oírle, no es un tonto progre, para nada.