Cultura

Estos libros lo comprueban: el desamor ha inspirado la mejor literatura

Desde Lope de Vega, Cervantes y Shakespeare hasta Chesil Beach, la historia de una ruptura, de Ian McEwan. Una lista para darle la vuelta a San Valentín

Es, junto con la muerte, una de las pulsiones esenciales del ser humano. Desde La Iliada, el amor y su ausencia empuja con fuerza las historias, sean comedias o tragedias. Hay algo agrio al mismo tiempo que esencial en este tema al que se han dedicado cientos de libros. Por qué llamarlo amor cuando queremos decir albedrío: querer y no querer, ser deseado o repudiado, dos fuerzas que jalonan la vida desde que el mundo es mundo. Aquella propensión natural a los afectos a los que Lope de Vega se prodigó con enjundia es la sustancia que retrató en sus enredos y dramas, pero todavía más con los reveses de eso que llaman amor, con o sin cuentos de Carver o el lápiz rojo de Gordon Lisch. El asunto cobra especial fuerza en la comedia palatina El perro del hortelano (1618), ese dilema del que ni come ni deja comer.

La Pastora Marcela en Don Quijote es, también, el más grande homenaje al ejercicio del desamor como un gesto de libertad, una elección

La literatura inspirada en los accidentes sentimentales tiene un catálogo de no pocas joyas, desde la terrible novia enloquecida de The Bride of Lammermoor, de Walter Scott (1819), que inspiró a Donizetti para su ópera o la desgraciada pareja adolescente de Romeo y Julieta y al celoso arrebatado del Otelo de Shakespeare. El amor, ya ve lector, acaba siempre mal. O la gran mayoría de las veces, al menos en la buena literatura. Incluso la contestación de Marcela al asunto de Grisóstomo, aquel infeliz muerto con su canción de agravio y amor no correspondido, va más allá. En el capítulo XIV de la primera parte del Quijote, la pastora Marcela, que nació libre y por eso elige la soledad de los campos, blande su derecho a no querer, a marcharse, a desairar e incumplir, a la vez que exige del otro el gesto adulto de hacerse cargo de sus propios pajaritos preñados. Existe, en un mismo alegato, la defensa de dos libertades elementales: la de admitir el desengaño como responsabilidad del que eligió creer y la que ejercen quienes se dan la vuelta. 

Detalle de la cubierta de Chesil beach.
Hay versiones contemporáneas del amor truncado. Una de ellas sin duda es Chesil beach, de Ian McEwan. "Eran jóvenes, instruidos y vírgenes aquella noche, la de su boda, y vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible. Pero nunca es fácil". Edward y Florence tienen poco más de veinte años. Se conocieron en una manifestación en contra de las armas nucleares; ella es de clase acomodada, él de clase media baja. Un julio de 1962 contraen matrimonio. Pasarán su noche de bodas en un hotel junto a Chesil Beach.Y es allí cuando todo se vendrá abajo: Florence y su aversión por el sexo, Edward y su incapacidad para comunicarse con las mujeres. En una Inglaterra conservadora, azotada sin embargo por el huracán de la liberación sexual, McEwan se vale del naufragio entre Florence y Edward para confeccionar la alegoría de una época marcada por el silencio. 

Un detalle de 'Intimidad', publicada por Anagrama.

Un asunto es la soledad -de las pocas cosas democráticas de esta vida- y otro muy distinto la ruptura... que como tema literario puede llegar a ser abrasador. Hay verdaderas catedrales del desamor, como la que levanta Hanif Kureishi en Intimidad (Anagrama). La situación de partida es sencilla, o lo parece. Es de noche y el narrador, un hombre de unos cuarenta años, escritor y guionista cinematográfico, decide que por la mañana va a abandonar a su mujer y a sus hijos tras seis años de convivencia. De esa novela extrajeron Jonás Trueba y Daniel Gascón el espectacular monólogo de Bárbara Lennie en la película Todas las canciones hablan de mí

“He estado intentando convencerme de que abandonar a una persona no es lo peor que se le puede hacer. Puede resultar doloroso, pero no tiene por qué ser una tragedia. Si uno no dejase nunca nada ni a nadie, no tendría espacio para lo nuevo. Sin duda, evolucionar constituye una infidelidad…, a los demás, al pasado, a las antiguas opiniones de uno mismo. Tal vez cada día debería contener al menos una infidelidad esencial o una traición necesaria. Se trataría de un acto optimista, esperanzador, que garantizaría la fe en el futuro…, una afirmación de que las cosas pueden ser no sólo diferentes, sino mejores”.

Hay, por supuesto, entregas algo más blandas de los conflictos humanos, como el volumen de cuentos Hombres sin mujeres , en el que Murakami se centra en personajes perseguidos por los fantasmas del pasado tras una ruptura. También algo más metálicos y carniceros como La humillación, de Philip Roth. En esta novela, el norteamericano utiliza a Simon Axler, un actor sexagenario despojado de su magia, su talento y la seguridad en sí mismo para ilustrar que el amor no siempre salva. Axler, que imagina que la gente se ríe de él, ya no puede fingir que es otra persona. Su mujer se ha ido, su público lo ha abandonado, su agente no puede persuadirlo de que vuelva a actuar. De pronto, lo que parece un alivio, una distracción erótica para su vida, resulta todavía más sombrío y espantoso.

franzen

Otra pareja contemporánea del estropicio la forman Patty y Walter Berglund, en Libertad, la novela que catapultó a Jonathan Franzen. Se trata de un matrimonio no necesariamente ideal, pero sí en un comienzo bastante cercano a esa estampa: una casa de ensueño, una convivencia armoniosa, una carrera profesional sin obstáculos, una calidad de vida envidiable, estabilidad económica, unos hijos en apariencia brillantes. Todo parece ser así. A lo largo de más de seiscientas páginas es posible ver cómo ese microcosmos se resquebraja en su núcleo y sus satélites a medida que se ejecuta el lento camino hacia la prosperidad desde “la América profunda” hasta el centro del poder en Washington D. C. Un triángulo amoroso se convierte en la soga que sujeta la historia de. Se trata de  Richard Katz, el mejor amigo de Walter desde la Universidad y amante de Patty desde ese entonces, un músico de culto que prefiere a ratos renunciar a su talento para reparar techos, y que añade la dosis de sexo, drogas, rock and roll y cinismo en.. Juntos, él, Walter y Patty forman una estampa en el enorme tapiz  de una Norteamérica decadente.

Serotonina, de Houellebecq

En el capítulo de amor infecto, amor tóxico, nada mejor que Serotonina, la más reciente novela de Houellebecq y un compendio de todas sus obsesiones: las que ya abordó en Las partículas elementales y Plataforma –el vacío existencial del bienestar europeo, la naturaleza áspera del sexo como otra forma de soledad, el turismo a gran escala como naufragio y los lugares vaciados de sentido por el esnobismo- junto con otros que consiguió más claramente en Mapa y territorio –la muerte como elección, la pérdida de los oficios artesanales, la industrialización de la enfermedad,  la soledad y gentrificación-. 

Seretonina (Anagrama) está protagonizada por Florent, cuya relación consigo mismo y con las mujeres está completamente atrofiada: Camille, Claire, Yunzun, Kate… las parejas de Florent parecen afecciones más que relaciones. Kate, aquel amor de juventud que se pierde por cobardía; la japonesa Yunzun, cosificada como un robot que sólo consume y se entrega al sexo con cierto automatismo; Claire, una actriz que nunca consiguió mayor éxito que una obra de George Bataille –una vez más a la cultura francesa siempre la crucifica- y que termina alcohólica, o Camille, la recreación más cercana a la felicidad de este hombre que está, perpetuamente, dando vueltas a la laguna de la muerte.

Para lectores rotos qué mejor que Ya sólo habla de amor, aquella novela frontera de Ray Loriga. Sebastián tiene 40 años. Se ha divorciado; y no de cualquier forma. Es un romántico a la centroeuropea, un melancólico aficionado a la costumbre de morirse de amor. Una noche acude a una recepción diplomática en la que conoce a la mujer más hermosa que ha visto. Quiere bailar con ella, pero él no baila, no sabe cómo y sin embargo algo le empuja a acercarse a ella como si en verdad pudiera, bailar o amarla. Sebastián se entrega a sus fracasos con esmero, visita su desgracia como quien va a la feria, con el entusiasmo de quien quiere subirse a todos sus cacharros. Y si para ello los sentimientos han de ser una pista de baile, un gran escenario, Sebastián así lo escoge, para quedarse de pie, iluminado por el foco de quien capaz de contar su historia.

Feliz final, lo nuevo de Loriga.

La más reciente novela de Isaac Rosa, Feliz final (Alfaguara) también comienza con una ruptura. Este libro reconstruye un gran amor empezando por su final, la historia de una pareja que se enamoró, vivió una ilusión, tuvo hijos y peleó contra todo —contra ellos mismos y contra los elementos: la incertidumbre, la precariedad, los celos—, luchó para no rendirse, y cayó varias veces. Imprescindible en ese registro Divorcio en el aire, de Gonzalo Torné. Joan Marc, quien ya aparece en su novela anterior, Hilo de sangre, intenta recuperar a su segunda mujer y para conseguirlo relata sus intentos para salvar su primer matrimonio con Helen, una desaforada chica norteamericana. A lo largo de más de 200 folios, Joan Marc –un chico acomodado que podría vivir sin trabajar de no ser por los desenlaces económicos familiares- cuenta una historia: la suya. Lo hace desde sus 45 años y en medio de un discurso plagado de saltos, pero también de impertinentes e indigestas declaraciones homofóbicas, misóginas, pseudo racistas y cargadas de autosuficiencia y complacencia. Quien lea Divorcio en el aire puede pensar que asiste a la historia de la destrucción. Una familia –la de Joan Marc- que resultó no ser tal; una vida con amigos que en el fondo nunca fueron tales o incluso una posición social que se viene abajo. Esta novela es –y a la vez no- todo lo anterior.

Un detalle de la portada del libro de relatos de Selva Almada.

La argentina Selva Almada también cincela en Ladrilleros una historia dañada. Una noria da vueltas en la madrugada. Pajarito Tamai y Marciano Miranda se desangran en un descampado.  Los dos se han procurado la muerte, a navajazos, en un pueblo donde el calor embrutece y el alcohol corre por las venas ¿Por qué han llegado ahí Pajarito y Marciano? ¿Acaso su muerte es la herencia del odio que separaba a sus familias? Este es, a grandes y toscos brochazos, el argumento de la segunda novela de Selva Almada, Los ladrilleros (Lumen), una tragedia rural, una historia de amor masculina, un escenario de tierra seca y bruta en el que los Capuleto y los Montesco –en verdad los Tamai y los Miranda- son seres toscos, que fabrican ladrillos para ganarse el pan a la vez que libran una guerra de pasto quemado y galgos ahorcados. Es el reverso brutal de una historia de amor que termina en desgracia. Tanto o más potente resultan los relatos de la argentina que integran el volumen El desapego es también una forma de querernos (Literatura Random House).

Un detalle de la portada del libro de Carlos Zanón.

Aunque no podría decirse que son en sí mismas historias de parejas que se hunden hay dos novelas de Carlos Zanón que sí hablan de un amor propio roto y pulverizado por las circunstancias de los personajes que las narran y las protagonizan. Una de ellas es Tarde, mal y nunca, en aquella segunda novela en la que Carlos Zanón desplegaba una galería de perdedores, enfermos y atormentados, gente que parece ya muerta de antemano antes de precipitarse al vacío. La historia de amor entre Tiffany Brissette y Epi, que salta por los aires y acaba con el asesinato a sangre fría de Tanveer a manos de su amigo Epi, remite a un universo mucho más oscuro que la sola infidelidad o los afectos no correspondidos. La segunda novela que cabría en esta biblioteca de la desafección, acaba de ser publicada. Se trata de la versión que ha hecho Zanón del detective Pepe Carvalho, de Vázquez Montalbán: Problemas de identidad. En estas páginas el personaje arrastra una relación destructiva con una mujer a la que llama Novia zombi, pero también hay desafección y acritud en su relación con Biscuter, hasta hoy su mano derecha y mal fiel empleado. 

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