Más que lectores, el norteamericano Philip Roth tiene una extensa corte de agraviados que desprecian a la academia en silencio no haberle concedido todavía el Nobel de Literatura. Árido, a veces demasiado seco y brutal, Roth ha edificado una obra difícil y desasosegante. Justamente este otoño, Penguin Random House publica en un solo volumen el ciclo de cuatro novelas sobre la vejez y la muerte: Elegía, Indignación, Humillación y Némesis.
Desde que en 1959 publicara Adiós Columbus, la polémica y el éxito han marcado su carrera como la de ningún otro autor. A raíz de la publicación de ese volumen de historias de judíos-estadounidenses que abandonaron los guetos de sus padres y abuelos para ir a la universidad, trabajar y vivir en los suburbios, la crítica literaria se fijó rápidamente en el joven autor, tanto que el libro obtuvo el National Book Award de 1960.
Nueve años después, las confesiones sobre el desasosiego y frustraciones sexuales de Alexander Portnoy –un hombre proveniente de la clase media judía de la Nueva Jersey de los años 40- le valieron a Roth los ataques de rabinos y feministas, los primeros le llamaron judío antisemita y las segundas misógino. En El lamento de Portnoy (1969) Roth se reía, a carcajadas, no sólo de las costumbres judías sino también del sueño americano. Y lo hacía a su manera, sin pelos en a lengua.
A diferencia de John Updike, el cronista de la clase media americana, Philip Roth concentró su energía en una ficción rabiosa y polémica. En su obra ha abordado y descrito la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial o el macartismo. "Su chorro de creatividad es casi shakespeareano", declaraba a finales de los noventa el crítico Harold Bloom.
Su obra literaria está compuesta por más de treinta títulos. Para algunos, la verdadera destreza del autor de El teatro de Sabbath (1995), Pastoral Americana (1997) y La mancha humana (2000) está en su capacidad para hacer que el lector permanezca con los ojos abiertos ante los momentos más desagradables de la existencia cotidiana. Lo hace en Patrimonio (1991), cuando el narrador se convierte en testigo de la agonía y muerte de su padre. Lo hace, en distintos momentos de su obra, con la enfermedad, la vejez, la muerte, la decadencia…
Para la crítica norteamericana, a partir de La mancha humana (2000) y de otros títulos como El animal moribundo, La conjura contra América, Everyman, Sale el espectro, Indignación y Humillación –estas dos últimas contenidas en este volumen de Random House-, Philip Roth, en lugar de recurrir a lo mejor de su escritura, parecía comenzar a repetirse. Esa era la idea de fondo que compartían las columnas de libros hasta la llegada de octubre de 2010, cuando se publicó Nemesis, la que para muchos fue, con diferencia, una de sus mejores obras.
Con ésta, cerraba Roth el ciclo de cuatro novelas cortas que había comenzado con Elegía, título con el que regresó, nuevamente, al escenario de su infancia. El tema de la novela es la epidemia de polio que asoló Estados Unidos durante el verano de 1941. En sus páginas, Roth retoma el tema de la peste, tratado por Daniel Defoe y Albert Camus.
El trasfondo, en este caso, es la II Guerra Mundial, con sus atrocidades, resumidas en un momento de la lectura –volvemos, de nuevo, a la obligación de los ojos abiertos- en una imagen tan literaria como terrible, donde Roth explica cómo cavar una tumba; una estampa en la que reparó además J.M. Coetzee como una lección tanto de vida como de muerte, y a la que se refirió como una especie de credo en el que Roth, afrontando la muerte, ve la posibilidad de aprender a vivir, únicamente, a través de la escritura.