Cultura

El malestar de la élites: cómo la Agenda 2030 menoscaba la libertad de las empresas españolas

La editorial Sekotia publica un potente ensayo que tiene su origen en una columna de Vozpópuli

Hace pocos meses se publicó en Vozpópuli una columna titulada “El malestar difuso de las élites españolas (o cómo la Agenda 2030 sustituyó nuestros valores)”. Manuel Pimentel, exministro de Aznar y prestigioso editor, pensó que el texto podía convertirse en ensayo, así que llamó a Juande González -licenciado en Administración de Empresas y experto en comunicación política- para hacerle una propuesta. Se trataba de explicar el proceso por el que una generación destinada a liderar la nación española  (que estudió en universidades católicas como ICADE, CEU y Deusto) se estaba viendo obligaba a desechar los principios en los que habían sido educados para aplicar la Agenda 2030, diseñada por las élites globalistas anglosajonas. Algunas de las preguntas del texto son así de oportunas: "¿Quién ha diseñado la agenda política actual? ¿Por qué el cambio climático es una prioridad por encima de la natalidad? ¿Es más poderoso el que hace la ley o el que logra imponer un nuevo sentido común?"

De ahí nace un libro titulado El malestar de las élites y la revolución de la agenda. Ideología, moral y futuro de Occidente (Sekotia). La columna vertebral es una explicación del "pensamiento pluto", que alude al progresismo liberal tecnocrático dominante en el  periodo de prosperidad occidental que abarca desde la caída del Muro de Berlín en 1989 hasta la gran recesión de 2008. Se trata de un paradigma que "observa los dilemas humanos como problemas técnicos que es posible resolver a través de la ciencia natural o social. Se tiende a rehuir las cuestiones morales, invocando algunas veces al pluralismo y otras al consenso, ignorando que ambas conceptos son contradictorios y conflictivos". El autor echa la vista atrás en su biografía y reconoce el valor de la Doctrina Social Cristiana que se impartía en su universidad, inspirada en el pensamiento del Papa León XIII, que defendía el principio de subsidiariedad, por el que el Estado solamente debe entrar en juego allí donde no alcanza el poder de los individuos, las familias y el entramado de la sociedad civil. Partiendo de esa base, se hace un llamamiento a elaborar una agenda alternativa a la actual sobre dos pilares clásicos: la familia y la nación.

González defiende que el constitucionalismo es una especie de patriotismo pluto, "que siempre ha tenido algo de elitista". Muchas veces se pone la Constitución antes que la nación, pero se trata de un error de cálculo. "Estamos, de nuevo, ante la defectuosa idea de libertad convertida en un fin en sí mismo. Otra vez el deseo soberano nos conduce a un callejón sin salida", advierte. La nación, como la familia, se acepta y nos obliga. "La democracia carece de sentido sin una comunidad previa que se dé por hecha y cuya integridad no se puede poner en cuestión. La nación (o la patria, o el pueblo) precede a la Constitución y a la democracia, como no ignoraban todos los legisladores que, a lo largo de la historia, desde el 'We, the people of the United States', han comenzado sus textos con un sujeto que existía antes de la aprobación del texto", recuerda.

Derecha social española

El ensayo reivindica la fructífera tradición social de la derecha, muchas veces ocultada en el debate público. A finales del XIX, Antonio Cánovas del Castillo -que nunca ocultó sus pulsiones antiliberales- diseñó la primera ley de descanso dominical y la mejora de condiciones de vida para mujeres y niños, inspirado por las reformas del legendario cancilller Bismarck. "No logró sacarlas adelante por la oposición de la izquierda sistémica (los liberales) y ciertos recelos entre los conservadores, pero sí tuvo éxito, ya en el siglo XX, Francisco Silvela. En 1908, Antonio Maura creó el Instituto Nacional de Previsión, una seguridad social embrionaria. Posteriormente, Eduardo Dato se convirtió en una figura esencial de las políticas sociales españolas al crear el Ministerio de Trabajo, aprobar la primera Ley de Accidentes Laborales, reducir la jornada laboral y proteger a la infancia", destaca. En realidad, mientras la izquierda se dedica a la vanguardia revolucionaria, es la derecha política y religiosa la que mejor ha atendido a quienes se quedan atrás.

El mayor avance en política migratoria sería abandonar la hipocresía

El autor no se asusta ante conflictos polarizantes como la inmigración masiva, cada vez más en el centro del debate público español. “Lo primero que hizo Pedro Sánchez al llegar al gobierno de España fue acoger al buque Open Arms, que buscaba un puerto para desembarcar a unos migrantes rescatados en el mar. Eso fue todo. España rechazó a los siguientes barcos que pretendieron lo mismo y, desde entonces, ha aplicado una política migratoria dura (a veces, hasta la crueldad) e ineficaz. Ha habido muertos en las fronteras africanas y devoluciones ilegales. El sistema de asilo, pensado para proteger a quienes son perseguidos en su país de origen, es una catástrofe que propicia chantajes de las mafias”, denuncia. ¿Conclusión? El mayor avance en política migratoria sería eliminar la hipocresía política para centrarnos en conseguir que "quienes entran en nuestro país puedan ganarse la vida como nos gustaría ganárnosla a los españoles".  

El tono del libro se esfuerza en no caer en lo que el escritor y columnista Juan Manuel de Prada llama ‘demogresca’, la pelea de guiñoles entre izquierda y derecha que domina los medios, normalmente centrados en disputas sin sustancia. Las posiciones del autor son claramente antiprogresistas, pero es capaz de lamentar que la izquierda actual condena al ostracismo a sus líderes más valiosos: entre ellos, a cuadros de primera fila en Podemos como Manuel Monereo y Carolina Bescansa, que defendían posturas de sentido común. “A mí me gustaría un Podemos que hablase más a España y a los españoles, y no solamente a los independentistas”, dijo Bescansa, poco antes de que le enseñaran la puerta de salida.

En las páginas finales, se incluye una cita emocionante del historiador José María Marco: “Había llegado la hora de ese patriotismo que es uno de los grados supremos de la civilización: solidarizarnos y sentirnos identificados con nuestros compatriotas, amar y aspirar a mejorar el patrimonio común, no sustituir la realidad por el deseo, rechazar la tentación de enarbolar la nación como una bandera contra nadie, y menos que nadie contra quienes son española como nosotros, y concebir la propia conducta como homenaje a aquellos que nos han precedido en esta tierra, españoles igual que nosotros, sin que quepa darles lecciones de españolidad, ni decidir quién es español y quién no lo es, ni dar lecciones de españolidad”, subraya. Pocas líneas más elocuentes y contundentes para encontrar salida a nuestras disfunciones nacionales. 

 

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