Cultura

Las mascotas como niños mimados

Este hipócrita pacifismo deja en paz hacer a los sinvergüenzas cercanos, mientras tratamos a los malvados lejanos a golpe de bomba de fragmentación

  • Un perro en su hogar.

Los niños mimados, una especie que no parece en peligro de extinción. Permítasenos esta pequeña crueldad sobre nuestra crueldad global. Hoy es imposible sentarse en una terraza sin ser asediado por una bandada molesta que casi te quitan la comida de la mano. Lo que en la famosa película de Hitchcock se trataba de un trastorno transitorio de los pájaros, ahora es una agresividad normalizada que ocurre todos los días. También en las playas, con las gaviotas que nos quieren robar la merienda. ¿Qué pasó para que consideremos normal esta histeria pasivo agresiva de las mascotas, los antiguos animales de la naturaleza o los de compañía?

Seguro que la masificación de las ciudades, con la consiguiente destrucción de ecosistemas naturales y el aumento de basura urbana, explica algo de esta reciente invasión. El campo y las costas se vacían de humanos, pues nadie quiere sudar ni arriesgarse. Por contra, las ciudades se llenan. Todo lo urbano será muy precario, pero aquí al menos hay ambiente. Parece normal que los animales se corrompan. Incluso los zorros y jabalís, que descienden en busca de desperdicios, encuentran un modo fácil de alimento recogiendo restos para los que ni miramos. Pero en las mesas no son restos, sino nuestras viandas. En algunos casos, sin olivo en el pico, el antiguo símbolo de la paz protagoniza una guerra de guerrillas que amenaza la pequeña calma de las tardes con amigos. Curiosamente, somos en extremo tolerantes con estos molestos animales, mientras a los taurinos, los machistas y los rusos no les damos cuartel. ¿Será porque a las alimañas las entendemos como víctimas de nuestro desarrollo sostenible?

En suma, ¿será porque solo aceptamos al otro como Víctima, alguien vulnerable que mendiga ayuda? Este hipócrita pacifismo deja en paz hacer a los sinvergüenzas cercanos, mientras tratamos a los malvados lejanos a golpe de bomba de fragmentación. No hay nada como ser uno de los nuestros para tener impunidad. Que le pregunten otra vez a Obama. Y a los miles de inmigrantes latinos arrojados al desierto.

Ahora nosotros, pacifistas ecológicos, parecemos convertidos en mascotas de nuestras mascotas

Un campesino cuidaba animales para trabajar, para defender la casa, para cazar o alimentarse. También palomas, por cierto. ¿Se imaginan entonces un abuso semejante al de estas terrazas españolas? En el campo, digan lo que digan los urbanitas actuales, podía muy bien haber cariño y proximidad con el animal, convivencia y comida compartida. Pero los bichos tenían su sitio, caliente y cuidado, aunque siguiendo la sombra de las mujeres y hombres que sudaban para sobrevivir. Ahora nosotros, pacifistas ecológicos, parecemos convertidos en mascotas de nuestras mascotas.

Humanización de los animales

Antes de esta última conversión, hay que decirlo, degradamos al animal a la patética condición de una cosita que ha de parecérsenos. Padecen la misma histeria nuestra, similar neurosis, parecido encierro y la misma mansedumbre. En el fondo de nuestro animalismo actual puede anidar el intento perverso de rebajar al animal para que se haga tan "interdependiente" como nosotros y así desaparezca otro puente que nos vinculaba con la tierra. Hemos extendido la neurosis y la impotencia a nuestros animales de compañía. El antiguo símbolo de la paz ahora se convierte en una antipática ave rapaz que nos quita los cacahuetes en las terrazas y rompe los vasos. Ocurre como si la ciudadanía masiva de las urbes, domesticada por el consenso y las nuevas tecnologías, buscara este efecto de rebote, compartiendo con los animales un mismo parque temático donde, por fin, nada ni nadie es primitivo o salvaje.

Pero acaso esta aparente comunidad es otra ficción social y nuestros animalitos, bajo cuerda, conspiran y se ríen de nosotros. Recuerden lo que tardamos en entender que Zi bwana quería en realidad decir "Pronto te comeré". Si fuese así, para vengarse lentamente, las antiguas bestias harían muy bien. Cuando una especie retrocede, otra ocupa su lugar. Los hombres modernos se sienten culpables de su pasado violento, como si ahora no siguiésemos subvencionando matanzas democráticas. Los animales domésticos saben de este falso complejo de culpa, por eso lo explotan y abusan. Son como niños mimados, desbordando todos los límites y sin estar nunca satisfechos.

Gracias a nuestros cobardes mimos digitales, no criamos más que maltratadores en nuestra cercanía. Curiosamente, no es así allende nuestras fronteras, donde matamos a mansalva malvados. Aún así, con la tonta furia estadounidense en cabeza, los  occidentales no dejan de retroceder. Las culturas atávicas exteriores y los animales, que para nuestro racismo son algo parecido, avanzan. ¿El transhumanismo de esta humanidad satisfecha, bastante catatónica en la inmediatez gracias a la ficción de sus conexiones al silicio, se corresponde con una especie de transanimalismo? Estos animalitos urbanos fingen domesticidad. Pero ni siquiera los gatos son capaces de obedecer como nosotros. En el fondo de su instinto, que nunca nos hemos tomado la molestia de entender, saben que tienen ganada la partida. Por ahora recogemos sus excrementos. Tal como son nuestras parejas, pronto les pediremos favores afectivos y sexuales. Una vez más, para nuestra desgracia a cámara lenta, Kafka parece haberse quedado muy corto.

Las palomas y las mascotas se entrometen en nuestras vidas y nos obligan a cuidarlos. Mientras, agotados, los inmigrantes desembarcan en nuestras costas en calidad de nuevos esclavos. Al recibir a unos y otros, aunque que sea con higiénicos guantes y mascarillas, nos sentimos opulentos, parte de este primer mundo aspiracional. En realidad, todo es bastante perverso, pues solo buscamos nuevas "víctimas" sobre quienes mandar. ¿Por este orgullo escondido de adoptadores somos tan pacíficos, tan falsamente permisivos? No hace falta ningún profeta para vaticinar una catástrofe en este trastorno bipolar que consiste en ser estúpidamente blandos con las mascotas y despiadados con los humanos que no se nos parecen, esos supuestos bárbaros de las afueras.

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