En nuestros días el tiempo corre a una velocidad vertiginosa ordenado por una regla de inmediatez, más todavía en una ciudad y, sobre todo, si esa ciudad es Madrid. Al pasearte por el pleno centro, mires a donde mires, puedes observar cómo este ritmo ansioso se explicita también en un espacio que podríamos llamar incluso “el reino de las marcas”, dispuesto para que no inviertas demasiado tiempo en cada uno de los sitios a los que accedes para que puedas rápidamente pasar al siguiente.
Así, podemos observar estructuras modernísimas, anuncios publicitarios de todo tipo, tiendas y edificios de grandes multinacionales y, como ya entramos en temporada navideña, el famosísimo montaje del espectáculo Cortylandia que se celebra cada año. Muy cerquita de este Corte Inglés, que está frente al Zara, encontramos una llamativa excepción. En medio de todos estos exitosos comercios presentes y futuros todavía resiste un poco del pasado: el Monasterio de las Descalzas Reales.
Este edificio, en sus orígenes, fue el palacio de Alonso Gutiérrez, contador del emperador Carlos V, que le cedió el inmueble para que residiese la emperatriz Isabel. Allí mismo dio a luz a su hija Juana de Austria, que terminó por comprar el palacio para convertirlo a 1559 en un monasterio de clarisas franciscanas, cuya costumbre de calzarse durante todo el año con unas sencillas sandalias da origen a su nombre. Junto a otras figuras históricas como la emperatriz María de Austria, la reina Margarita de Austria y la archiduquesa Isabel Clara Eugenia; Juana de Austria llevó a cabo una importante labor de mecenazgo artístico cuyos frutos conservamos a día de hoy en el Monasterio.
Siglos más tarde, con el estallido de la Guerra Civil, las religiosas abandonaron el convento y el gobierno de la II República lo incautó, pero, sin embargo, durante este periodo no dejó de ser cuidado y conservado junto con el enorme patrimonio cultural y artístico que dentro contiene. En el transcurso de esta misma guerra fue bombardeado por el bando sublevado, quedando afectada, sobre todo, la bóveda de la escalera y el coro que fueron completamente restaurados.
Pintura, cerámica, tapices...
La entrada en el edificio genera una sensación extraña en el cuerpo. El Madrid central, ruidoso y a base de cemento y brea del que uno viene contrasta con el silencio y la ostentosidad de la estancia en la que se encuentra, también, la escalera principal, al presentarse en ella numerosos trampantojos entre los que destaca especialmente el falso balcón que expone las figuras de Felipe IV, Mariana de Austria y los infantes Margarita, famosa por su retrato en Las Meninas, y Felipe Próspero.
La renovación consta de 41 piezas restauradas y 200 obras que se exponen por primera vez distribuidas en las ocho salas que conforman la entreplanta
De repente y por sorpresa, el visitante se encuentra con un mandato, que procede de aquello que tiene ante sus ojos, imposible de desobedecer: la obligación de parar. El disfrute de un lugar como este requiere de una actitud paciente y pausada impropia de los movimientos de este Madrid tan acelerado en el que todo el mundo corre y se tropieza. Las paredes de piedra que separan la Historia del bullicio y su conservación, integran una dimensión de no-tiempo en el que el sujeto tiene la oportunidad de escapar al imperio de lo inmediato y regresar a esa época en la que Juana de Austria regentaba el Monasterio acumulando en su interior piezas artísticas de valor incalculable.
La colección que en él se encuentra, como nos cuenta la conservadora Ana García Sanz, se compone de unas diez mil obras de arte de distinto tipo: orfebrería, cerámica, esculturas, tapices y pinturas. Llama la atención el retrato atribuido al reputado pintor Pedro Pablo Rubens de Sor Ana Dorotea de Austria, hija ilegítima del Emperador Rodolfo II. Expuesto en el Candilón, sala en la que conviven distintos retratos de religiosas de especial relevancia para el Monasterio, ésta aparece vestida de monja clarisa mirando directamente al espectador. En el piso al que se accede subiendo por la escalera principal están situados una serie de tapices sobre El triunfo de la Eucaristía, realizados por encargo de la infanta Isabel Clara Eugenia sobre cartones de este mismo pintor fechados entre 1625 y 1626.
Restauración amplia
Con la pandemia, al igual que el resto de espacios de esta índole, cerró sus puertas al público y, a tres de diciembre de 2021, por fin vuelven a abrirse; pero no de cualquier manera, sino con una renovación museográfica amplísima que consta de 41 piezas restauradas y 200 obras que se exponen por primera vez distribuidas en las ocho salas que conforman la entreplanta. Entre las obras de nueva exposición que procedían de la clausura y que, por tanto, no habían sido de acceso público hasta ahora, destaca La Anunciación de Vicente Carducho, que fue encargada y recibida por el Monasterio en 1624. Recién restaurado, este cuadro preside la sala de pintura dedicada al siglo XVII junto a otros que reflejan a la perfección la esencia artística y estética de la centuria. Estamos, sin ninguna duda, ante una de las mayores joyas artísticas y arquitectónicas del centro de la capital, escondida de los recorridos turísticos más habituales y, quizás por ello, tristemente desconocida.
Este Monasterio es un ejemplo más de la fundamental importancia de la conservación del patrimonio histórico, artístico y cultural de nuestro país. Una conservación que no sólo nos ayuda a comprender o a poner en valor la existencia de un pasado, sino que su alcance interrumpe también nuestro presente en un ejercicio de resistencia frente al Madrid más cosmopolita de la dictadura de la prisa y los tropiezos. Un lugar donde detenerse y sentirse, aunque sea por un rato y aun estando en el corazón de la misma, fuera de la urbe.