La Oreja de Van Gogh viven un momento de extraña actualidad. Por un lado, regresan con “Abrázame”, su primera canción en cuatro años, que lleva más de dos millones de escuchas solamente en Youtube en unos pocos días. Se trata de otro chute de épica sentimental, que se ajusta bien a los tiempos del coronavirus. “Abrázame, abrázame/ Que el Sol se va y hay que volver/ Abrázame, que tengo miedo/ A no volver, a no volver”, reza el estribillo. Su décimo disco de estudio, con fecha de publicación en septiembre, iba a estrenarse con una gira por Estados Unidos, que obviamente fue cancelada por la crisis sanitaria.
Por otro lado, su exvocalista Amaia Montero anunció este mismo mes una retirada temporal de la luz pública, por un problema de salud que no ha querido especificar. Este contratiempo se une al creciente hartazgo por la continua exposición en las redes sociales. En este tiempo de transparencia digital, muchos fans terminan creyendo que los artistas son productos sobre los que comentar y reclamar como si fueran móviles de última generación. Resulta temerario tratar así a cualquier miembro de un grupo que ha hecho de la vulnerabilidad humana la protagonista de la mayoría de sus letras.
El periodista José María Calleja esperaba que la generación que empezó a vibrar con el grupo fueran quienes enterrasen la trágica división política del País Vasco
En este momento extraño, seguramente es buena idea hacer una pausa y recordar algo de lo que se habla poco, que es la condición de clásicos pop del grupo donostirarra. Siempre fueron objeto de bromas y menosprecio por parte de la crítica y del público autopercibido como “serio”. Las pegas a su trayectoria hace mucho tiempo que no se sostienen. También toca recordar que hay quienes incluso ven en la banda donostiarra claves para entender la política española. Es el caso de José María Calleja, prestigioso periodista fallecido hace unos días, incluyó en su libro La Diáspora Vasca (1999) un capítulo titulado “La generación de la Oreja de Van Gogh”, donde confesaba su esperanza de que los jóvenes que empezaron a vibrar con el grupo fueran los que enterrasen la trágica división política del País Vasco. Aunque suene extraño, de alguna manera la intuición se cumplió.
Canciones inmortales
¿Cuándo comenzó a quedar claro que aquel grupo del que todos los musiqueros nos burlábamos en el cambio de milenio podía convertirse en un clásico de nuestro pop? Diría que la altura de “Rosas”, una melodía sutil y deslumbrante que podrían haber firmado cualquier superventas global de los setenta. Por supuesto, sigue siendo la canción más escuchada del grupo en todas las plataformas, un verdadero destello de genialidad pop. De manera merecida, la canción fue número uno en España, Argentina, Colombia, México, Paraguay, Uruguay, Perú y Chile. También alcanzó el número 45 en Francia (a pesar de la barrera idiomática) y el cuatro en las listas latinas de Estados Unidos. Un éxito internacional por derecho propio, como tantos de su cancionero.
Iñigo Argomániz, mánager del grupo, explica que el éxito temprano del grupo también tuvo que ver con su humildad y capacidad de trabajo"
El crítico musical Diego Manrique les escribió una hoja de promoción donde afirmaba que La Oreja no tenían nada que envidiar a grupos de culto de la ciudad como los primeros Le Mans o La Buena Vida, una afirmación escandalosa para la gente 'cool' de la época, pero que el tiempo ha demostrado que tenía mucho de cierto. Puede ser que estos tuvieran colecciones de discos más exquisitas, pero carecían de las habilidades para hacer himnos de estadio, lo uno por lo otro. La Oreja, al menos, tuvieron el detalle de rendir tributo a La Buena Vida en su himno “Cuídate”, una de las joyas de su repertorio.
El problema para el reconocimiento artístico de La Oreja de Van Gogh es en realidad una chiquillada de los noventa, muy relacionada con el elitismo hípster. Por esa época gustaban los grupos herméticos, que rendían pleitesía al fracaso y menospreciaban olímpicamente la mayoría del pop-rock grabado en castellano. El grupo donostiarra estaba hecho para los estadios y trabajó duro para ello: su manáger, Iñigo Argomániz, explicaba que su éxito temprano tenía mucho que ver con que son uno de los artistas más disciplinados a los que ha representado. “No se quejan nunca de nada: si algún día toca dormir en el hostal ‘La chinche feliz’, pues se duerme”, explicaba a los medios. Tras la salida de Amaia Montero, ninguna de las dos partes ha alcanzado la altura de su etapa unidos, pero tampoco publicaron nada indigno de su legado, lo cual no es poco. Disfrutemos sus enormes canciones pop mientras sigan sonando sobre un escenario.