Cultura

¿Ha ganado el "pensamiento crítico" las elecciones?

El pensamiento crítico se ha convertido hoy en día en el exocerebro de los descerebrados y en el látigo con el que el autoritarismo tecnócrata global pretende obtener, mediante intimidación moral, el consentimiento ciudadano

  • Imagen de los objetivos de desarrollo sostenible. -

Poco antes de suicidarse, Stefan Zweig afirmaba en El mundo de ayer (1942) que una de las causas del descarrilamiento civilizatorio que dio lugar a las dos guerras mundiales fue “el desprecio y sentimiento de superioridad a las épocas anteriores”, consideradas por el “idealismo liberal” en boga “como un tiempo en el que la humanidad aún no había alcanzado el uso de razón ni estaba bastante ilustrada”. Según Zweig “esa fe en el progreso ininterrumpido e imparable tenía en verdad para aquella época la fuerza de una religión”. De manera casi idéntica, en 1944 Karl Polanyi comparaba la gran transformación que el mundo había experimentado al entregarse irracionalmente a la ideología del libre mercado con “la más violenta de las explosiones de fervor religioso que haya conocido la historia”. 

Si algo define el clima intelectual del segundo cuarto del s. XX son alertas como las de Zweig y Polanyi que intentan echar el freno de mano al tren del progreso y advertir a la población de que la tecnología que prometía la liberación del ser humano de todas sus ataduras naturales podía ser en realidad causante de su esclavitud e incluso de su extinción. Por poner tan solo unos ejemplos, pensemos en el peligro de caer al abismo de lo sub-natural que pronosticaba Rudolf Steiner si hacíamos depender nuestra civilización de la electricidad, en la distopía anunciada por Norbert Weiner si no controlábamos la sociedad cibernética que él mismo había ayudado a impulsar, o en las imploraciones de Oppenheimer para erradicar el uso de la bomba atómica. 

En este contexto de perversión ilustrada surge el llamado pensamiento crítico (que no puede reducirse a la teoría crítica de Lukács, Horkheimer, Adorno, Benjamin o Gramsci) con dos grandes objetivos de salvación humana: por una parte, combatir el totalitarismo de la ciencia y la tecnología por medio de una apuesta por la interdisciplinariedad que reduzca los sesgos de tal o cual rama del conocimiento; por otra parte, denunciar mediante el pensamiento humanista la alienación que la sociedad tecnológica causa como sociedad del consumo y del control de masas. 

La deriva reaccionaria del pensamiento crítico

Estemos a favor o no de sus posicionamientos, es de justicia reconocer que la alerta civilizatoria lanzada por el pensamiento crítico al mundo post-1945 ha sido manipulada y reapropiada precisamente por aquellos contra los que iba dirigida. El pensamiento crítico se ha convertido hoy en día en el exocerebro de los descerebrados y en el látigo con el que el autoritarismo tecnócrata global pretende obtener, mediante intimidación moral, el consentimiento ciudadano. Por medio de una inversión de sentido, pensar críticamente significa hoy no pensar y aceptar sin protesta alguna todo lo que los grandes organismos de gobernanza mundial ordenen en nombre de un hipotético bien común. Por el contrario, razonar de manera crítica significa ser negacionista y abrazar tesis cripto-fascistas. El consenso es total. Tanto los camisas negras de nuestra izquierda plebéfoba, como los grandes organismos al estilo OMS o la ONU por los que se pirran los camisas blanco-veraniego del PP, consideran el pensamiento crítico como el nuevo cielo de la humanidad.

Pensar críticamente significa hoy no pensar y aceptar sin protesta alguna todo lo que los grandes organismos de gobernanza mundial ordenen en nombre de un hipotético bien común

El pensamiento crítico es tan importante para nuestra liberación ciudadana que la OCDE ha conseguido incluso que todos los libros de texto destaquen en letras coloridas “pensamiento crítico” y lo hagan coincidir con las aún más coloridas letras de la Agenda 2030. Preocupado por el bien común, el Foro Económico Mundial también se ha unido a la causa y promueve el pensamiento crítico como una de las habilitades fundamentales en la era digital, tal y como nos informa la catedrática Inmaculada Berlanga en un insólito artículo titulado “El foro de Davos se mira en Aristóteles”. Las multinacionales españolas tampoco se quedan atrás: en un lugar destacado de su web, Iberdrola promueve el pensamiento crítico como fundamental en la sociedad actual para luchar contra la desinformación, aunque lo hace por medio de una disparatada fake new que considera al filósofo natural Francis Bacon (1561-1626) como uno de los padres del pensamiento crítico, llegando a inventarse una cita de principio a final.

La aportación de Iberdrola a la divulgación del pensamiento crítico es, sin embargo, reveladora cuando el anónimo autor del artículo se autopregunta “¿Se puede adquirir el pensamiento crítico?” para responder que “algunos expertos consideran que sí, sobre todo si esa formación comienza en la etapa escolar. En la edad adulta se vuelve más complicado”. En otras palabras, el pensamiento crítico no es ya asunto de cuestionar aquello que le han enseñado a uno con argumentos racionales, sino de interiorizar desde pequeños el catecismo enseñado que ahora sería, gracias a nuestro progreso moral, una verdad ya irrefutable. La conclusión más importante es, sin embargo, que todos aquellos que no estamos ya en edad escolar no podemos apenas ejercitar nuestro pensamiento crítico y tenemos que obedecer a aquellos que sí saben. 

No debiera extrañarnos, por eso, que según la opinión pública biempensante que se dedicó en la pre-campaña electoral a educar en antifascismo a la ciudadanía, el resultado de las elecciones no se deba a la legítima e insondable voluntad popular, sino a un contagio masivo de pensamiento crítico que ha permitido que Pedro Sánchez, el cancerbero de Davos, siga vivo para detener al fascismo, aunque debidamente atado por una triple correa que sostienen Ursula von der Leyen, Mohammed VI y el venerable Klaus Schawb. Entendiendo que, sea cual sea el resultado de las negociaciones pos-electorales, estamos condenados a años de este nuevo “pensamiento crítico”, pasamos a enumerar cuatro de sus principales dogmas para que así el lector que no haya adquirido en la escuela este crítico pensar se atenga a las consecuencias.

El pensamiento crítico: supremacismo moral, europaletismo, tecnocracia, trumpismo cultural.

El primero de los dogmas del pensamiento crítico es que más allá de él no hay pensamiento. El mutante conjunto de enunciados que conforman el pensamiento crítico dan lugar a un supremacismo moral que, según intelectuales como Azahara Palomeque, Lucia Litjmaer o Antonio Maestre, es privativo de la izquierda y debe ser abrazado con orgullo. No hablamos de la defensa de la vida sobre la muerte o de la libertad sobre la esclavitud, sino de la elevación de una serie de ideas moralmente cuestionables -por ejemplo, la ley trans- a categorías éticas universales que excluyen de la humanidad a quien las cuestione. Recordemos como Irene Montero, Pablo Iglesias o Ione Belarra silenciaban en mítines a feministas críticas con la ley trans acusándolas, al más puro estilo atlantista de los EEUU -que no bolivariano-, de ir en contra de los derechos humanos y de ser gente inhumana con la que no se debía discutir. 

Supremacismo moral

Este supremacismo moral antepone una concepción otanista de los derechos humanos a los derechos de la ciudadanía, de manera que acaba tratando a la propia población como extranjera y sacrificable si no vota como debe (pensemos en las jaculatorias de intelectuales de izquierdas contra los abstencionistas, a quienes acosaban invitándoles a que, vista su “irresponsabilidad”, transfiriesen su derecho al voto a un inmigrante). En un artículo previo a las elecciones, la referida Palomeque defendía este exclusivismo moral al afirmar mediante una plebéfoba cita de Jorge Reichman que “mantener creencias irracionales, contra la evidencia disponible, es una falta moral” (¿es también, entonces, una falta moral criticar, de acuerdo a la evidencia disponible pero silenciada, las políticas sanitarias de la OMS o el capitalismo verde del FMI?). Por si su mensaje no fuese claro, Palomeque proponía que “debe ser reprochable” esa “ciudadanía desalmada dispuesta a depositar en las urnas una papeleta que conlleva una clausura de futuro”, puesto que no es lo mismo votar a las derechas que a las izquierdas porque no es igual “interiorizar y proyectar la vileza que ser en el buen sentido de la palabra, bueno

El segundo de los dogmas del pensamiento crítico es el europaletismo, que no deja de ser una versión exaltada del más vil y colonial eurocentrismo que se maquilla ahora con compases beethovenianos y con el azul añil de la bandera de la UE. Según este dogma, la UE no se puede criticar en ningún sentido bajo pena de excomunión ontológica europea. Toda la intelectualidad favorable al “pensamiento crítico” está de acuerdo en este punto, como testimonia Andrea Rizzi, alertando desde El País de que hay que hacer un cordón sanitario no solo a la eurófoba extrema-derecha, sino también al “campo progresista europeo [en donde] también se acumulan fallos de bulto y riesgos serios” como por ejemplo que, igual que la extrema-derecha, “Jean Luc Mélenchon también planteó, si ganaba las presidenciales, incumplir los tratados europeos si estos entorpecían su programa de gobierno”. El consenso entre partidos constitucionalistas y soberanistas es en este sentido, total. Todos quieren europear en un dulce sueño suizo de chocolate Godiva, como si fuesen parte de la burguesía catalana retratada por Juan Marsé en sus novelas, de manera que están a punto de sustituir ser y estar por europear.

El tercero de los dogmas, en íntima conexión con el yo europeo, tu europeas, él europea propone que todo aquello que el régimen filantrópico mundial (Gates, Soros, Fink et al.) disponga a través de las instituciones de gobernanza mundial es indiscutible y debe ser acatado. La disciplina del pensamiento crítico en este sentido es ejemplar, pues no solo normaliza que catedráticos de epidemiología de Oxford, Harvard y Stanford como los que promulgaron la Great Barrington Declaration hayan sido censurados por alertar contra la contraproducente gestión del covid-19 y hayan tenido que publicar sus artículos divulgativos en la prensa sensacionalista, sino que promulga una nueva concepción de libertad para estos tiempos globales que sigue el modelo de la purga del ciudadano disidente.

Las políticas impulsadas a propósito del cambio climático son el nuevo campo de batalla para este disciplinamiento, pues según el “pensamiento crítico”, ecologistas decrecentistas como Antonio Turiel pasan a formar parte de la escoria reaccionaria mientras que impulsores de tesis ecofascistas como Emilio Santiago son el futuro. La mutación de la izquierda de acuerdo a este nuevo pensamiento crítico es sorprendente, ya que borra la solución genuina de izquierdas a la crisis climática (el decrecentismo anticapitalista) y la sustituye por un capitalismo verde estilo Green New Deal de cuño americano.

En contra de las fronteras

El cuarto de los dogmas del pensamiento crítico ejemplifica la tesis de que la excepción confirma la regla. Toda la intelectualidad crítica y pensante se opone a las políticas trumpistas, proteccionistas o de extrema-derecha que defienden las fronteras y los intereses de los trabajadores nacionales por considerar que son racistas y contrarias a nuestros tiempos globales, aunque, sorpresa, defienden la necesidad de proteger la cultura patria de competencia foránea.

Poniéndose por encima de la plebe trabajadora, nuestra industria cultural parece reclamar, como casta destinada a preservar el pensamiento crítico, un privilegio similar al aforamiento de los diputados o la inviolabilidad del rey

En una entrevista reciente Rodrigo Sorogoyen era claro al respecto, pues mientras alertaba sobre el referido peligro fascista diciendo que “frente al odio solo cabe la educación con mayúsculas” (es decir, pensamiento crítico) dejaba claro que “si [yo] gobernara, protegería el cine español por delante del extranjero”. Poniéndose por encima de la plebe trabajadora, nuestra industria cultural parece reclamar, como casta destinada a preservar el pensamiento crítico, un privilegio similar al aforamiento de los diputados o la inviolabilidad del rey por medio del cual ellos sean protegidos en tanto que promotores de vida cultural, no vaya a venir una morita nacionalizada como Najat El Hachmi, a la que quieren cancelar, a decir lo que no quieren que oigamos. En fin, que Bob Pop es cultura (¡escultura!), como también lo son todas esas esculturas de cultura que de Litjmaer a “nuestro Pemán” García Montero (Gregoria Morán, dixit) velan por nuestra moral.

El pensamiento crítico que se desprende de estos cuatro dogmas pareciese ser el ganador de las elecciones según buena parte de los medios, al hacer que la ciudadanía se haya movilizado contra el “retroceso civilizatorio” que estaba por venir. Sin embargo, para que esto fuese así, habría sido necesaria una amnesia generalizada e inhumana, pues es difícil creer que alguien con pensamiento -aunque no sea crítico- haya olvidado tanto lo sucedido en estos años como la historia democrática del PSOE, que allanando el camino al consenso ultra-liberal dijo primero que no a la OTAN para votar después que sí, e implantó por medio de Zapatero un artículo 135 que da a los recortes en gasto social rango de mandato constitucional y europeo. Derecha e izquierda llevan desde 1977 bailando un tango en el que la izquierda interpreta siempre los movimientos más guarros y provocativos, para escenificar así un erotismo ideológico que seduzca a los “críticos radicales” y haga que estos acepten el sexo cauto y misionero que la derecha practica nada más llegar al poder para arreglar desperfectos y cimentar todo lo andado. 

En otras palabras, por mucho que Ursula von der Leyen y la antidemocrática UE hayan hecho campaña en contra del PP, por el miedo a los desperfectos en el consenso europeo que pudieran causar los ratoncitos falangistas de Vox, no hemos salido de la farsa política que escenifican en España izquierda y derecha. Más que al pensamiento crítico, quizás cabe atribuir, por eso, el resultado electoral, a una voluntad popular que quiere un cambio que aún no existe y que por eso ha decidido que no va a promover falsos giros de tuerca. Sería urgente empezar a formular ese cambio proponiendo todas aquellas políticas que los poshumanos defensores del “pensamiento crítico” actual quieren someter a destierro. Se trata de atreverse a pronunciar lo que es impronunciable desde el status quo, no por ominoso, sino por radicalmente humano.

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