Cultura

El polémico silencio del Vaticano ante la ceremonia de apertura de los juegos de París

La experiencia con Pasolini, Buñuel y Madonna explica que el Vaticano no se precipite en condenas estéticas

Confusión máxima en París: la organización de los juegos se ha disculpado de manera pública por “cualquier ofensa a los sentimientos religiosos que haya podido causar” la inauguración de los juegos el pasado viernes. De manera contradictoria, el director del espectáculo, Thomas Jolly, ha explicado que el contenido de la escena más polémica no tiene nada que ver con la iconografía cristiana: “Nunca encontrará por mi parte ningún deseo de burlarme, de denigrar nada. Quise hacer una ceremonia que reparara, que reconciliara. También que reafirmara los valores de nuestra República”, dijo a la cadena de televisión BFMTV.

Jolly aclaró que La última cena de Leonardo da Vinci nunca fue su inspiración. “La idea era más bien hacer un gran festival pagano, conectado con los dioses del Olimpo… Olympus… Olimpismo”, aseguró. “Creo que estaba bastante claro que era Dioniso quien llegaba a esa mesa. Esta ahí porque es el dios de la fiesta (…) y el padre de Secuana", la diosa y personificación del río que cruza París. El artista especifica que el cuadro al que hacía referencia es La fiesta de los dioses, pintado por Jan van Bijlert en 1635, una celebración de las deidades grecolatinas, aunque ya en esa época la composición de la pintura remitiese al Evangelio.

A pesar del alegato de inocencia y de las disculpas, destacados miembros de la vida pública española mostraron su indignación, desde el presidente de la Liga de Fútbol española (Javier Tebas) hasta medios de comunicación como Info Vaticana. “También hubo una actuación parodia incluyendo drag queens y una gran mujer con una corona de aureola, parodiando La última cena, una pintura universalmente reconocible del artista renacentista Leonardo da Vinci de Cristo y sus apóstoles. Durante la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de París se pudieron ver proclamas a favor del ‘derecho al aborto’ e incluso una imagen de un becerro de oro, símbolo por antonomasia de la masonería”. Entre las figuras internacionales que condenaron esta performance están la joven líder derechista francesa Marion Marèchal y el multimillonario de Silicon Valley Elon Musk, que afirmó en X -la red social que dirige- que “esto fue extremadamente irrespetuoso hacia los cristianos”.

Con el paso de las horas, muchos católicos han ido mostrando su incomodidad con el silencio del Vaticano respecto a la gala. En realidad, desde el siglo XX la Iglesia siempre ha mostrado respeto por la libertad de expresión de los artistas, mucho más que otras organizaciones políticas y religiosas. Mientras el Partido Comunista Italiano expulsó a Pier Paolo Pasolini el 26 de octubre de 1949, espantado por su homosexualidad, el Papa Juan XXIII le invitaba a sus congresos de intelectuales. La noche anterior a uno de ellos, cuando estaba en su habitación con la Biblia como única lectura, Pasolini decide leer El Evangelio según San Mateo y le impresiona tanto que se promete rodarlo, obteniendo una película alabada por cristianos, ateos y agnósticos. El periódico vaticano L’Osservatore Romano la considera como la mejor sobre la vida de Jesucristo.

Buñuel y Madonna

Peor suerte corrió Viridiana (1961) de Luis Buñuel, que irritó al Vaticano tras ganar la Palma de oro en Cannes. La junta de censores franquistas no había visto inconvenientes morales en la versión exhibida en el festival, pero L'Osservatore Romano pidió que se prohibiera la cinta por “blasfema y sacrílega”. Incluso llegó a pedir la excomunión de sus autores. La escena más famosa del metraje, donde un grupo de mendigos se desatan hasta el punto de intentar abusar de la virginal Viridiana, culmina con la composición de La última cena de Da Vinci, acompañada por fragmentos musicales de El Mesías de Händel. Esa fue otra de las imágenes que enfurecieron a la Iglesia y a Franco, que ordenó destruir todas las copias de Viridiana en España.

¿Se equivoca o acierta la Iglesia actual al no querer entrar en condenas del trabajo de los artistas?

José Antonio Muñoz Fontán, máximo responsable de asuntos del cine del franquismo, acudió a Cannes para recoger la Palma de Oro, aunque fue cesado a su llegada a España. Viridiana no pudo verse libremente en cines españoles hasta 1977. A pesar de todo, la tensión quedaría resuelta tres décadas después cuando L’Osservatore romano ‘canonizó’ a Buñuel en su lista de mejores películas católicas mediante la inclusión de Nazarín (1959), la historia de un sacerdote joven que no encaja en la jerarquía de la Iglesia por su empeño en vivir de acuerdo a los principios del cristianismo.

El artista contra el que más ha peleado el Vaticano es la cantante pop Madonna, que chocó con Juan Pablo II por el vídeo de Like a prayer (1990), donde se recreaba una relación carnal con Jesucristo. Por supuesto allí se ganó la antipatía de san Juan Pablo II, que intentó prohibir un concierto de la cantante en el estadio San Flaminio de Roma. La historia se repitiría en 2006 con el Confessions tour, aunque el Papa había cambiado, ya teníamos a Benedicto XVI. En ambas fechas, Madonna pudo tocar en la ciudad eterna y realizar sus actuaciones blasfemas. Hoy la ambición rubia se declara devota ve Francisco I y ha pedido reunirse con él de manera reiterada. ¿Por qué gastar energía persiguiendo artistas cuando con la madurez van a querer volver ellos solos al seno de la Iglesia?

Tras estos antecedentes, parece natural que el Vaticano no se apresure en las condenas de expresiones estéticas o narraciones culturales que tengan que ver con la imaginería católica (o pensamos que tengan que ver). El Papa ha dejado clara su línea de acción al respecto, refiriéndose a estos juegos: “El auténtico espíritu olímpico y paralímpico es un antídoto para no caer en la tragedia de la guerra y para poner fin a la violencia. ¡Que el deporte construya puentes, derribe barreras y favorezca relaciones pacíficas!”, compartía en Twitter. “Deseo que este evento pueda ser un signo del mundo inclusivo que queremos construir y que los atletas, con su testimonio deportivo, sean mensajeros de paz y modelos válidos para los jóvenes. De manera particular, según la antigua tradición, que las Olimpiadas sean una ocasión para establecer una tregua en las guerras, demostrando una sincera voluntad de paz”, pedía también el Papa tras el Angelus del domingo. ¿Se equivoca o acierta la Iglesia actual al no querer entrar en condenas del trabajo de los artistas?

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