Cultura

El pop de mierda contra el Rock de Lux

El fenómeno indie de los 90 ha sido la etapa más nefasta de la música española del siglo XX: una generación sin casi nada que expresar (de ahí tantas letras en inglés), ni siquiera alegría

  • Spice Girls.

"Se había presentado a veinte, cien castings (el último, para hacer de segunda bruja mala —¡Dios mío, de SEGUNDA bruja mala!— en la undécima parte de Harry Potter), y en todos se habían reído de ella. "Ja ja ja", les había oído pensar a esos jovencitos a los que aún les quedaban marcas de acné y que ya se creían los reyes del mambo por decidir qué nombre aparecía y cuál no en sus películas de mierda, "qué mal le sienta a Putón la decadencia". Putón era el mote con que la prensa había bautizado a Gloria en sus años dorados. ¿Años dorados? Diecinueve meses, exactamente. El tiempo que el grupo duró al completo y obtuvo sus cinco números uno, antes de caer en el más absoluto olvido.

Se consolaba pensando que al resto de la formación no le había ido mejor…".

Así comienza el cuento Spice Up Your Life: A Pop Tale en mi libro Todas putas. Es mi cuento favorito porque, entre otras cosas, en él homenajeo (vale, y también parodio un poquito) a mi grupo favorito, mis Beatles o mis Stones generacionales: las Spice Girls.

Pero la pregunta que os interesa es: ¿cómo acabé escribiendo una crítica entusiasta del grupo femenino más prefabricado de la historia del pop en la revista musical más prestigiosa y pedante del panorama cultural español?

Un pueblerino entre la crema urbanita

En 1992 entré a trabajar como redactor jefe en la revista de cómics El Víbora. Sin comerlo ni beberlo, de rebote empecé a codearme con gente cool del mundo cultural barcelonés y madrileño. Sólo que yo no era cool y enseguida se dieron cuenta. Recuerdo el desdén con que me miraban los responsables del fanzine de culto Mondo Brutto, por ejemplo: ellos escribían de cultura popular española, pero siempre con un aire de superioridad, de descreimiento. Ellos se consideraban mejores que la cultura de la que hablaban. En Rock de Lux sentí tres cuartos del mismo ambiente pedorro, pero quizá por mi amistad con uno de sus plumillas, Ramon Llubià, me toleraron y ofrecieron empezar a colaborar haciendo reseñas de cedés y algún que otro concierto.

Yo era un chico de pueblo (Barberà del Vallès, en el extrarradio de Barcelona: a media hora en tren y a años luz en sofisticación), hijo de emigrantes leoneses y nieto de minero, poco dado a la cautela y el postureo. Y encima la música que más me molaba era la descaradamente comercial. Por ahí podía de vez en cuando marcarme una escucha de Lisa Germano o Bic Runga, pero claramente mis preferencias se inclinaban por el pop prefabricado: mis gustos adolescentes procedían del New Romantic (y antes, de las rancheras de Rocío Dúrcal, Antonio Aguilar y Jorge Negrete). Por supuesto, todos mis ídolos eran despreciados por el criterio elevado de los críticos de altos vuelos que pululaban bajo esa cabecera: Queen, A—ha, George Michael, Mecano, Roxette, Britney Spears… Sin embargo, estar al frente de la principal publicación nacional de cómic underground e independiente me confería una pátina de clase y elegancia que mi realidad desmentía a los cinco minutos.

Una revista para gente fea

En general, la gente que escribía para estas revistas eran tipos feos a los que, en consecuencia, les gustaban artistas muy feos con los que poder identificarse: Elvis Costello y toda esa plumbiedad típica. Cuanto más adefesio y peor cantara el grajo de turno, con mayor calor y cariño lo acogían en sus textos. Recuerdo las portadas espantosas de músicos españoles poco agraciados —por decirlo graciosamente—, como Sr. Chinarro o Los Planetas, artistas de los que jamás he llegado a aguantar una sola canción entera. Y es que el fenómeno indie de los 90 ha sido la etapa más nefasta de la música española del siglo XX: una generación sin casi nada que expresar (de ahí tantas letras en inglés), ni siquiera alegría. Una generación que se refocilaba en demostrar lo mal que lo hacía todo. Les faltaba tal vez una guerra que les insuflara un poco de trasfondo, textura o personalidad. O vida. Nosoträsh es el nombre de banda musical que mejor resume aquella época: egocentrismo y basura.

El alma inquisidora y catolicona que anida dentro de cada españolito les impide mostrarse glamurosos, porque saben que los fans de la "música seria" se les echarán encima a rajar de ellos y de su frivolidad. La frivolidad, que en cualquier sociedad avanzada es signo de inteligencia, en España es juzgada un rasgo pueril y de mal gusto. La fealdad, en cambio, gusta mucho en España. Menos cuando el artista procede del extranjero, claro. Entonces se les puede adorar sin sentido de culpabilidad y ponerles una foto en portada como dios manda… En verdad, esos colaboradores del Rock de Lux se mataban por construirse un prestigio intelectual con el fin de escudar sus profundas inseguridades personales tras esa proyección de exquisitez.

Bueno, yo comencé a escribir reseñitas de artistas pop que, tal vez por no ser aún muy conocidos (por ejemplo, Imani Coppola), podían colar en sus páginas sin hacer enarcar cejas. Del resto del contenido, sólo me interesaban las críticas de Nando Cruz, que a mi juicio contaba con una prosa muy superior a las nuestras. El menosprecio generalizado que capté en su staff hacia lo popular me inició ya en mi transición hacia la identidad sudaca: una cultura que respeta a Juan Gabriel es mucho más digna y llena de vida y futuro que una que no respeta a Camilo Sesto.

En cuanto al director de la revista, Santi Carrillo, siempre fue amable y educado conmigo. Sin embargo, aún no recuerdo cómo le convencí de escribir una crónica del concierto de las Spice Girls, por entonces en la cúspide de su popularidad. Y aún entiendo menos cómo él se convenció de que mi crónica sería crítica con ellas.

Pobre hombre.

¡Apartad, bitches!

El 13 de marzo de 1998 las Spice actuaron en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Desde el inicio del concierto, la platea era un enjambre de niñas de doce. Yo, una niña más dentro de mi corazón, me abrí paso a codazos entre tanta polluela, apartándolas con mis brazos hirsutos de 28 años. Empujé a más de una para hacerme un hueco en primera fila y allí gocé gritando como histérico los nombres de mis cuatro adoradas cantantes (a Baby Spice no la soporto). Busqué y obtuve con la mirada a mi favorita (la Deportista) y me arrepentí de no haber traído conmigo la autobiografía de Geri, If Only, una obra maestra en el subgénero de "estrella del pop nos cuenta cómo sufre vomitando su comida". Quizás hubiera conseguido que me firmara el libro.

Durante el descanso me di un garbeo por las gradas, para "captar" el ambiente. Por esa zona me topé con Santi Carrillo (¿y qué hacía él presente en ese festival de inmadurez, se preguntará el avispado lector? ¡Eso me gustaría saber a mí!), quien miraba mi eufórico sudor con expresión un poco descolocada. Allá ya adiviné que algo iba mal. «En fin», suspiré, "de aquí también me acabarán echando". En ningún momento se me ocurrió ocultar mi entusiasmo por lo que acababa de ver sobre el escenario. Simplemente me resigné.

Cuando salió publicada mi "crítica", en la revista se sintieron más traicionados que cuando Julieta Venegas se pasó al pop comercial para reinar en las listas de los 40 Principales (cómo les dolió lo de Julieta: pero ésa es otra historia…).

"Te falta sentido de la ironía"

Bueno, el cuento se cuenta pronto: pocos días después, Santi me convocó y me comentó que no deseaba más colaboraciones mías. Era lógico: qué pintaba yo en una revista especializada en análisis musicales enjundiosos, cuando a mí lo que más me interesaba era el alma y la estética poperas de los artistas… ¡y como mucho sus estribillos!

Sólo me molestó el tonito de superioridad moral con que justificó mi salida: en lugar de decir "la música que te mola es una mierda», me soltó un "te falta sentido de la ironía" que me tocó los cojones. Porque conozco bien al animal urbanita barcelonés de la élite cultural. Y sé que cuando dice que te falta ironía, en realidad lo que desean expresar (pero no se atreven, ¡porque son de izquierdas de cara a la galería!) es: "No te has reído de ellas como deberías haber hecho, para que todos los listillos del Rock de Lux nos echemos unas risitas a costa de esas zafias que idolatra el vulgo".

Eso es lo que quiso decir en realidad. A veces pienso cómo serían las críticas del Rock De Lux a los discos de Dolly Parton si en lugar de ser de Tennessee fuera de Calahorra. Así que me quedé sin medio musical donde divulgar mi falta de gusto. Por suerte, luego me hice amigo de los del Mondo Sonoro y pude usar su acreditación para entrevistar a Melanie C. Mi texto consecuente también fue un dechado de elogios y babas.

¡Pero a ellos no les importó!

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