Cultura

¿Es Queen un grupo fascista? (reflexiones desde la era de la cancelación)

Mercury nunca ha sido visto como lo que era: un hijo del Oriente Medio en la corte de la civilización occidental

Nunca salió del armario, adoraba sin coartadas la frivolidad y el desenfreno hedonista del mundo del espectáculo, rompió el boicot artístico sobre la racista Sudáfrica para actuar allí por puro afán de lucro y el triunfalismo de sus letras lo llevó a ser acusado de liderar un grupo fascista. Claramente, hoy un Freddie Mercury con vida no sería un mito intocable ni un mártir del SIDA, sino una estrella del rock cuestionadísima… y posiblemente cancelada.

«De hecho, Queen podría ser fácilmente la primera banda fascista del rock». Así se despachaba en 1979 el crítico Dave Marsh nada menos que en las páginas de la revista Rolling Stone sobre el disco Jazz. Además de llamar a los cuatro miembros del grupo unos «mocosos arrogantes» y sus ideas «contaminantes», a Freddie Mercury lo definía como «demasiado patán como para sentirse idiota al respecto».

Apología del triunfo

Seamos sinceros: esa crítica feroz no era una excepción. Toda la prensa musical odió casi unánimemente a Freddie Mercury mientras transitó este planeta como estrella del rock, tal vez por una no identificada homofobia de los plumillas de la época. Mientras vivió, la máscara pública de Farrokh Bulsara (Isla de Zanzíbar, Tanzania, 1946 — Reino Unido, 1991) jamás halló comprensión o compasión en los medios. Al poco de su muerte, la revista 'Mojo' publicaba una encuesta para decidir cuál era la mejor banda británica de todos los tiempos: para la crítica, The Beatles ganaba por mucho el primer puesto y el último era para Queen; para el gran público, los chicos de Liverpool mantenían su liderazgo, ¡pero el segundo puesto era para la formación de May, Taylor, Deacon y Mercury! Este 2023, otra encuesta pública ha revelado que la banda resucitada que el público británico desearía ver en directo por encima de cualquier posible mito zombificado sería Queen, muy por delante de The Beatles o incluso de otros iconos colonialistas como Elvis Presley o Michael Jackson.

Antaño ni siquiera hacía falta señalar los presuntos mensajes totalitaristas en las letras de Queen, inferidos sobre todo de sus himnos masivos y triunfalistas como "We are the champions" o "One Vision" (donde coreaban con parejo desparpajo «dame una visión», «un mundo y una nación», «una religión verdadera» o «dame pollo frito». ¡Se reían de todo!): simplemente, el canto al egotismo que emanaba de la actitud vividora de la banda y en especial del extravagante Freddie Mercury reventaba las pelotas de la crítica musical. De hecho, en la reseña a su siguiente disco (The Game, 1980), otro periodista del Rolling Stone igualaba la anterior agresión verbal con una de marrullería equivalente: ahora Queen componía «marchas militares criptonazis»… ¿Qué no dirían hoy estos señores tan serios?

Yo no soy ese

Extrañamente, pese a no haber disfrazado su etnicidad persa —por más que tampoco la publicitara—, Freddie Mercury nunca ha sido visto como lo que era: un hijo del Oriente Medio en la corte de la civilización occidental. Todos lo veían como un hombre blanco, requisito casi indispensable para triunfar en el Olimpo del rock. No son de extrañar pues sus ganas de divertirse y disfrutar las ventajas de la meca colonial. En sus propias palabras: «No voy a ser una Eva Perón. No quiero entrar a la Historia pensando preocupado “Dios mío, espero que cuando haya muerto comprendan que he creado algo o que fui alguien”. Me lo he estado pasando bien».

¿Qué significaría para un casi indio (un nativo parsi) salir cada noche al escenario portando sobre su cabeza y hombros una corona y una capa alegóricas de la realeza británica? A veces los conversos son los peores, los charnegos lo sabemos bien. En España, por ejemplo, jamás lo hubieran perdonado, ni entonces ni ahora, por un acto así, de tratarse de un músico nacional: los monárquicos por apropiarse y burlarse de los símbolos reales; los republicanos, paradójicamente, por exhibirse impúdico con tan detestados símbolos. Y si llega a salir según dónde desplegando a sus espaldas una bandera española y paseándola con esa chulería, le abren la cabeza a pedradas…

¿Pero qué motivos y subtextos anidan en los temas de Queen que Mercury compuso y en los de su discografía personal? A grandes rasgos, y pese a las abundantes excepciones (la elegía solidaria "Is this the world we created?" coescrita con May, la proclamación emancipadora "I want to break free" coescrita con Deacono el lamento confesional "There’s must be more to life than this"), por lo general las letras de Mercury lidian juguetonamente con tópicos amorosos y desamorosos propios del pop ("I was born to love you", "It’s a hard life", "Somebody to love") o frivolidades y veleidades egocéntricas. Su único disco en solitario, "Mr. Bad Guy", pone de relieve ese narcisismo en la composición que da título al álbum: «Sí, soy el chico malo de todo el mundo. ¿No lo ves? Soy el Sr. Mercury. Despliega tus alas y vuela conmigo». Esa autopercepción semidivina, que le hace sentirse «el presidente de los EE.UU.», prolonga su discurso grandilocuente en su mejor canción, "Made in Heaven": «Juego mi papel en la Historia, buscando hallar mi finalidad, asimilando toda esta miseria pero entregando toda mi alma». La finalidad íntima de Mercury como 'autor', en todo caso, podría ser despertar la conciencia en sus oyentes de que pueden ser felices de modo individual, independientemente de las injusticias y el mal estado del mundo. Un afán egoísta para gran parte de la sociedad y sobre todo del escaparate cultural.

Pese a que tras ese talante mayestático Freddie ocultaba también su timidez enfermiza y su vulnerabilidad emocional, resulta cierto que le molestaba profundamente caer en los lugares comunes de las celebridades filántropas. Sus discursos no podrían estar más alejados de la compasión social que rezuman coetáneos como Sting, Bono o John Lennon (en descargo de Freddie: al menos tampoco contradecía esos discursos buenistas golpeando mujeres en su vida privada). Durante una entrevista en 1986 para promocionar el musical Time de su amigo y colaborador Dave Clark, se puso muy nervioso al escuchar esta pregunta: "¿Crees que es algo más que una coincidencia que sentimientos como 'tenemos que construir juntos este mundo' (letra de Time) lleguen justo cuando el rock le está demostrando a los políticos todo aquello en lo que han fracasado?".

Su respuesta no podría ser más vehemente y reveladora:

«Querido, ¿qué mierda de pregunta es esa? (A Dave Clark) ¡Contesta tú! Es demasiado rollo». Más tarde aclara, ya sereno: "En Queen no nos gusta escribir canciones con mensaje, aunque sí podemos entenderlas. (…) Para mí la música es escapismo. (…) Yo no escribo mis canciones en términos de mensajes de paz y amor. Puedo incorporar ese tipo de cuestión, pero no soy Stevie Wonder o John Lennon: para hacer ese tipo de cosas tienes que sentirlas de verdad. (…) Yo no soy esa clase de persona. Sólo quiero que mis canciones lleguen a todo el mundo en forma de escapismo. Por lo que a mí respecta, pueden comprar mis discos para que durante cinco o tres minutos sean felices escuchándolos, y luego tirarlos como un pañuelo usado. No soy la Madre Teresa ni Bob Geldof".

Sus preocupaciones sociales son mínimas: él vino al mundo a divertirse. En A Day at the Races, mi disco favorito de Queen (y concretamente en el maravilloso himno semiolvidado "The Millionaire Waltz"), Mercury se muestra en toda la dimensión de su máscara, tanto adoptando un modo diva para imitar dicharachero a Marlene Dietrich como asumiendo la forma de fauno dionisíaco para confesar: «Dame un poco de amor, toma otro poco de mí, quiero compartirlo contigo. Me siento como un millonario». Ese era Freddie.

La polémica de Sun City

La infamia más grande protagonizada por Mercury (pero también por sus compañeros del grupo) tuvo lugar en octubre de 1984 a raíz de los conciertos programados por Queen en Sun City, el complejo de ocio sito en medio del gueto sudafricano de Bofutatsuana (bantustán o "zona destinada a reserva de la etnia bantú"), con los que la banda rompió un justo boicot mundial contra la segregación vigente en Sudáfrica que les valdría una importante multa por parte del Sindicato de Músicos Británicos y la entrada en la lista negra de las Naciones Unidas por no respetar el embargo cultural contra aquel país. En esos años el apartheid todavía estaba en vigor, pero ello no impidió a Queen aceptar actuar para la élite blanca en esas Las Vegas afrikáner. Esta decisión los convirtió en unos parias todavía más despreciables para la prensa musical y casi les cuesta la que sería su legendaria participación en el concierto benéfico Live Aid de 1985.

Pese a supuestas promesas de que su audiencia sería mixta racialmente, Peter Hince, miembro del equipo técnico, llegó a confesar que «no vimos ningún rostro negro entre el público. Habíamos regalado entradas al personal negro del bar, pero nunca lograron entrar». Como explica Phil Chapman en su libro This Day in Music’s Guide To Queen, los cuatro miembros se dieron cuenta tarde de que con tanta despreocupación esta vez sí la habían cagado: Frank Sinatra, Dolly Parton, Elton John, Status Quo, Liza Minnelli y Rod Stewart (y Ray Charles ¡y Shirley Bassey!) ya habían actuado previamente allí, pero nunca lo publicitaron. La presencia de todos ellos en Sun City se debía únicamente a la extraordinaria cantidad de dinero que les pagaban.

Tras llevar a cabo varios de los shows contratados, Mercury alegó que su voz no daba para más y canceló el resto de actuaciones. Poco después, Queen lanzó una versión en disco sencillo de Live Killers sólo para Sudáfrica y donó todos sus beneficios (y los de la discográfica EMI) a una escuela de niños sordomudos de Tswana, pero para entonces ya se les había visto el plumero.

Toda una vida sin salir del ropero

Aunque los estudiosos que hilan fino pretenden que Mercury lanzó un dardo contra el SIDA con su magnífico "Love kills" (corte compuesto junto a Giorgio Moroder para la edición colorida del Metrópolis de Fritz Lang que sería nominado a «Peor canción original» de los Premios Razzie de 1985), la verdad es que el británico siempre pasó bastante de prestar su voz a causas humanitarias, por no mencionar su animadversión al mensaje abiertamente contestatario… así como a salir del armario.

Pese a que en los 70 comentó al 'New Musical Express' ante la entonces espinosa cuestión de si era gay que, en efecto «¡soy tan gay (alegre) como un narciso!», respuesta muy similar en el fondo al brillante «lo que se ve no se pregunta» de Juan Gabriel, en verdad Mercury nunca quiso hacer una declaración oficial sobre su homosexualidad o bisexualidad. En los 80 casi nadie con un nombre en el pop internacional daba un paso al frente en esas cuestiones. Roger Taylor no tuvo problemas en agregar que su compañero era "un maricón, en serio", pero en aquellos días todos lo tomaban como una broma. Nadie estaba dispuesto a escarbar más.

A Mercury lo sacaron del armario a patadas en la segunda mitad de los años 80, cuando se sospechó de su contagio con el virus del Sida. En 1986, el semanario 'New Of the World' lo calificó de bisexual al informar de que el cantante se había hecho la prueba del VIH. Su antiguo mánager personal, Paul Prenter, cantó para 'The Sun' la traviata de todas las peripecias homosexuales de Mercury, detallando que cada noche dormía con un hombre diferente. Por entonces, Mercury ya convivía con su pareja Jim Hutton, oficialmente el "jardinero" de la casa para los padres de Freddie y el planeta ajeno a su esfera. El 22 de noviembre de 1991, veinticuatro horas antes de morir, lanza una nota pública en la que confirma que tiene Sida, pero ni en ese trance definitivo hace referencia alguna a su vida sexual.

Freddie Mercury jamás se sinceró con sus progenitores sobre su sexualidad

¿Fue un cobarde Freddie Mercury por no anunciar públicamente su homosexualidad ni siquiera en los últimos meses de su vida, ya resignado a su deceso por Sida? Lo único cierto es que nunca se alineó con la lucha pública del LGTBI. Quizá fue a causa de la religión de sus padres, el zoroastrismo, que define como demoníaca toda conducta homosexual. Quizá no los quiso enfrentar a su realidad personal: al contrario de lo que se fabula en el filme Bohemian Rhapsody, él jamás se sinceró con sus progenitores sobre su sexualidad.

Sin embargo, tampoco ocultaba sus visitas a los clubes gays de Londres o Berlín ni su actitud en escena puede ser tachada de reprimida precisamente. El mismo nombre de Queen (idea suya) era otro término más con el que designar en los 70 a un varón homosexual. En un minucioso artículo de Nick Levine para BBC.com, el editor de Pinknews, Ryan Butcher, lo define con gracia como «casi un agente encubierto de la comunidad LGTBI, soltando semillitas de la cultura queer dentro de la mentalidad heterosexual». En 1980, durante su gira estadounidense, el público lanzó maquinillas de afeitar a Mercury sobre el escenario, como repulsa a su nueva imagen con bigote, símbolo del estereotipo gay popularizado como «Castro clone» que exportó San Francisco y que al parecer los molestaba infinitamente. Para Diana Moseley, su última diseñadora de vestuario, «Freddie no tenía que gritar para demostrar: él vivía su homosexualidad”.

«Besa mi culo, cariño»

Ella compartió en el documental The Untold Story la anécdota más desgarradora y tierna sobre Freddie que conozco. La escuché hace más de dos décadas y sigue conmoviéndome cada vez que veo a Moseley relatar su última visita al cantante: «Jugamos una partida de Scrabble y bebí champán. Sólo nosotros dos. Y cuando iba a irme, me dijo: “Gracias por pasar la tarde con un anciano”».

La muerte le llegó a los 45. Vivió como predicó en sus canciones: al día y saboreando cada segundo.

En referencia a esa actitud descarada y terrenal de su compañero, Brian May mismo comentó en 2021 que el epicúreo Mercury hubiera tenido problemas con la cultura woke actual y su agenda políticamente correcta. Aunque personalmente creo que Mercury hubiera tenido problemas con el propio May y también con Taylor al comprobar cómo han expoliado la herencia musical de Queen y utilizado la figura del propio cantante muerto. Tanto el guitarrista como el batería —ambos excelentes músicos y vocalistas— ansiaron toda su vida poder despegar con sus carreras en solitario al margen de Mercury y la marca Queen. ¿Qué pasó con esos planes? Prefirieron consagrarse a explotar el legado de su tiempo con Freddie.

¿Cómo sería hoy Freddie Mercury? ¿Una «señora conservadora» como Elton John, soltando la lagrimita a la hora del té cada vez que habla de la difunta Lady Di y respetando todas las convenciones de la jet set británica? Lo dudo. Freddie hubiera seguido siendo un juerguista y casi con seguridad también un bocazas irreverente en la vigiladísima atmósfera de la vida pública de 2023.

Hoy los medios hubieran cuestionado a Freddie Mercury hasta el tuétano: desde su reticencia a admitir su homosexualidad hasta algunas de sus discutibles decisiones personales. Y él seguramente les respondería con la frase que incluyó en el tema "Khashoggi’s Ship" dentro del álbum The Miracle (1989): «Kiss my ass, honey!».

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