Los apodos han marcado la imagen de los reinados de ciertos monarcas españoles y europeos. Si alguien le pregunta por Carlos II, le vendrá a la mente el calificativo de “el Hechizado”, o por ejemplo sobre Luis XIV pensará que fue “el Rey Sol”. Pero si hay un sobrenombre que ha perfilado la vida de una reina, sin duda es el de “la Loca” otorgado a Juana I de Castilla.
En estos últimos años, los investigadores han tratado de acercarse a la figura de una mujer que esconde una cantidad de secretos que invitan a reconfigurar la visión sobre la primera monarca que heredó las coronas unificadas de España. Una vida que se prometía muy feliz se truncaría a la hora de heredar la responsabilidad de dirigir unos dominios -con presencia en Italia y América- ansiados por los hombres más allegados a la protagonista de este artículo.
Su vida destinada a Flandes
Juana de Castilla fue hija de los Reyes Católicos. El futuro que le depararon sus padres fue el casamiento con el hijo de la otra gran casa reinante en Europa, la de los Austrias. Felipe, conocido como “el Hermoso”, fue hijo de Maximiliano de Austria y de María de Borgoña -quien murió a los 25 años tras caerse de su caballo-, cohesionando el futuro de los Habsburgo y los borgoñones bajo un mismo soberano.
La princesa nacida en Castilla aspiró a vivir una vida en libertad y tranquila en Flandes alejada de la tutela de su familia. En 1496, Juana y Felipe se casaron en Lier (actual Bélgica), una ciudad que todavía recuerda por sus calles aquella cita histórica. A modo de anécdota, el recuerdo en ciudades flamencas como Brujas de la figura de la futura reina castellana guarda un tono menos tenebroso del conservado en España.
Una serie de muertes
Una vida que se antojaba feliz para Juana se truncaría por una serie de muertes que le colocaron como la legítima heredera del trono de Castilla, lo cual despertó el interés de su marido Felipe y la corte flamenca. En 1497 murió el infante don Juan traspasando la línea sucesoria a la hija mayor de los Reyes Católicos, Isabel. Tan solo un año después, Isabel la Católica conoció el fallecimiento de su sustituta, por lo que las esperanzas se depositaron en el hijo de la recién difunta, el príncipe Miguel, fruto de su casamiento con Manuel I de Portugal. El joven niño también murió con apenas dos años.
Este cúmulo de infortunios en la línea heredera obligaron a Juana -solicitada por sus padres- a volver a Castilla abriendo una puerta muy jugosa para la dinastía de los Austrias, que representados por su marido Felipe I y posteriormente por su hijo Carlos I, marcarían el futuro de las coronas todavía no unificadas de España.
La responsabilidad de ser la sucesora al trono de Castilla marcará la vida de Juana I. Hasta ese momento, según la historiadora María Lara en su obra Juana I, la reina cuerda (Sekotia), no había vestigios que anunciaran una falta de cordura de la monarca. Aunque el elemento clave para estas teorías sobre el estado de su salud comenzaron -en palabras del historiador Carlos Belloso- con el testamento de Isabel la Católica, donde al referirse a su hija sembró la duda con la frase: “Si no quisiera o no pudiera reinar”.
El primer pariente que utilizó la baza del factor psicológico de Juana fue su marido Felipe de Austria, del que ya se conocían las infidelidades hacia su pareja. El pastel de ser el heredero de un reino pujante como el de Castilla con expansión hacia América propició que en 1506 este hombre fuera reconocido como único rey de Castilla arguyendo los problemas mentales de su esposa para administrar el reino. Este suceso provocó el pánico de Fernando el Católico, rey de Aragón, ya que vio como el trono de su difunta cónyuge pasó a manos de un extranjero trastocando los planes de una futura unificación de reinos españoles. Por suerte o por desgracia, este rey nacido en Brujas murió a los pocos meses en Burgos -se sospecha que a causa de un envenenamiento-, quedando el reino vacante para Fernando, que no dejó pasar esta segunda oportunidad.
Carlos Belloso, en su entrevista para Trincheras Ocultas, explica como esta “reina no esperada” sí que pudo dar señales de “algún tipo de trastorno”, ya que paseó con una comitiva el cuerpo de su difunto marido por los pueblos castellanos a modo de cortejo fúnebre. Estas actitudes fueron el argumento perfecto para que su padre Fernando el Católico -a su vuelta de Sicilia- apartara a su hija del trono y la recluyera en el Palacio Real de Tordesillas, donde pasó los siguientes 46 años de su vida hasta su muerte.
Carlos -influenciado por su corte flamenca- visitó a su madre tras 12 años sin contacto
En 1516, Fernando II murió en Madrigalejo (Cáceres). Esta noticia arribó a los Países Bajos donde vivía un joven Carlos, nacido en Gante y criado en Malinas. La corte flamenca estalló de júbilo al contemplar la posibilidad de colocarse en los mejores puestos españoles. Debido a lo cual, en 1517 un séquito de Flandes acompañó al futuro Carlos I a España -como anteriormente hizo su padre- para tomar posesión de aquellos dominios que le permitieran recaudar el dinero suficiente para ser proclamado emperador del Sacro Imperio, por delante del rey francés, Francisco I.
¿Qué problema encontró el príncipe Carlos y su escolta extranjera? En Castilla, concretamente en Tordesillas, vivía la heredera legítima de aquellos reinos, Juana I. Esa situación había que arreglarla, por lo que Carlos -influenciado por su corte flamenca- visitó a su madre tras doce años sin contacto. Geoffrey Parker recoge en su obra magna sobre Carlos V (Esfera de los Libros), el encuentro entre ambos y señala como el señor de Chievres -su persona de máxima confianza- mantuvo una conversación de treinta minutos a solas con la monarca castellana para que cediera el poder a su hijo. Algunos investigadores alaban la actitud de Juana y “su amor de madre” al delegar la gobernanza de la recién unificada España a un Carlos que añadía unos territorios clave a su imperio, que le allanará el camino hacia la obtención del título de nuevo “César romano”.
Para comprender mejor las situaciones que tuvo que enfrentar la aislada Juana conviene destacar “el mundo ficticio” -según Geoffrey Parker- en el que vivía la reina viuda. Hasta la llegada de Carlos a España, el regente fue el cardenal Cisneros, quien ocultó a la soberana la muerte de su padre. Esta estrategia será seguida por su hijo que tampoco reveló a su madre la muerte de su abuelo. Esto lo expone Parker en la carta que envía Carlos al marqués de Denia -encargado de custodiar la incomunicación de Juana con el exterior-: “Yo le he dicho a la Reina nuestra señora que el Rey mi señor, su padre, está vivo porque todo lo que se hace que no es de consentimiento de su Alteza, digo que lo manda y lo ordena así el Rey, porque con el acatamiento que le tiene pasa lo mejor que pasaría que si le dijera que está muerto”.
Carlos también escribió al marqués de Denia que trasladara a Juana que Maximiliano -su abuelo- no había muerto, sino que se había retirado a un monasterio a descansar y le había cedido la casa de Austria. Parece ser que Carlos V no dejó que le entrara la luz del día al palacio por miedo a que los comuneros abrazaran a Juana I como única reina de Castilla. Incluso cuando los comuneros trataron de intitularla como la soberana legítima de aquellos territorios, esta se niega demostrando una vez más “su amor de madre”.
A todo aquel que visite Tordesillas verá que simplemente queda una puerta de lo que fue este Palacio Real donde Juana pasó 46 años de su vida. Durante las pestes que asolaron Castilla en 1520, se permitió a la reina recorrer los pueblos de alrededor y en este momento es cuando Geoffrey Parker piensa que unos ministros -desconocedores del mundo ficticio en el que vivía la monarca- le desvelaron la muerte de su padre.
Juana se llevó múltiples secretos a la tumba
El periodo del aislamiento en Tordesillas se encuentra rodeado de mitos y leyendas. Desde el terreno se explica como Juana sí salió de su palacio para visitar a pie el monasterio de Santa Clara, donde descansaban los restos de su marido Felipe “el Hermoso”. Su traslado final a Granada se realizó en 1525, impulsado por Carlos V -ya emperador-. Por lo que esta tesis podría romper la teoría de que estuvo un largo periplo recluida sin ver la luz del sol.
Hasta la muerte de Juana a la edad de 76 años en 1555, Carlos V no se sintió libre para abdicar en Bruselas sus reinados en Felipe II. Hasta aquel momento, en las monedas acuñadas de la época aparecían ambos monarcas compartiendo el título de reyes de España, pero con las funciones plenamente ejercidas por el hombre nacido en Gante.
En el terreno de la interpretación de los hechos, hay historiadoras como las hermanas Lara que comparten en su libro Mentiras de la Historia de España (Espasa) que Juana se llevó múltiples secretos a la tumba y que las recreaciones de su “locura” tras la muerte de su marido fue un teatro orquestado al detalle por una mujer que no quería compromisos de matrimonio con otros reyes, por ejemplo, con Enrique VII de Inglaterra. La tradición en Castilla era que una reina viuda no podía volver a casarse hasta un año y un día después de la muerte de su esposo. Otro requisito era el de enterrar a su marido. Por ello, puede ser que Juana mantuviera el cadáver de Felipe I junto a ella hasta la muerte del rey inglés en 1509.
En definitiva, la eterna pregunta que los investigadores tratan de resolver es la de si realmente Juana estaba “loca” siendo una obra referencia La reina Juana de Bethany Aram. De una vida que se antojaba libre y tranquila en Flandes, a la vuelta repentina a Castilla por el problema sucesorio. Sus parientes más cercanos vieron en ella una oportunidad de poder. Las infidelidades y muerte del esposo al que amaba, la decisión de su padre de recluirla en Tordesillas, o la disposición de su hijo a crearle un mundo ficticio del que no tuviera escapatoria, invitan a pensar un deterioro en la confianza de la legítima heredera Juana I de España, la primera reina en unir todas las coronas de la Península, a excepción de Portugal.
donjuan
13/11/2024 07:59
No se trataba de Juana de Castilla sino de Juana de Aragón, apellido que compartía con sus hermanos, siendo la más conocida en nuestros días Catalina de Aragón, primera esposa de Enrique VIII de Inglaterra