Cultura

Le debemos un hígado a Bolaño

 

Roberto Bolaño. Un detective de los que sí escriben. Parricida del boom que espantó a escobazos las mariposas de García Márquez y nos dejó una orfandad más auténtica.Este 15 de julio se cumplen 10 años de su muerte.

Es cierto que alrededor del autor de Los detectives salvajes se congrega una feligresía entusiasta en la que hasta Patti Smith ha conseguido una resurrección. Que quizás su muerte prematura a causa de una insuficiencia hepática –murió esperando un trasplante de hígado- lo hizo lo suficientemente inofensivo como para concederle la gloria literaria que en vida no llegó a recibir como merecía. Y sin embargo, ¿acaso eso importa?

Bolaño enseñó a una generación entera de escritores latinoamericanos a desaprender lo que hasta ahora habían recibido como complicada herencia: un continente desigual travestido literariamente en versiones más jóvenes de Macondo. Consciente o no de ello, Bolaño destiñó el color local y lo reemplazó por una novelística en tránsito, sin país; con la ficción como única pertenencia.

Un retrato suyo es el que intenta mostrar Archivo Bolaño (1977-2003), una muestra organizada en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona por Juan Insúa, director del centro, y Valérie Miles, editora de la revista Granta, cuando se cumplen diez años de la muerte del chileno.

Bolaño enseñó a una generación entera de escritores latinoamericanos a desaprender lo que hasta ahora habían recibido como complicada herencia

Organizada en tres capítulos, a exhibición recorre la vida del escritor desde sus días como anónimo, con apenas 24 años, cuando llegó a Barcelona procedente de México, en 1977; pasando por su etapa de madurez en Gerona del 80 al 84, y finalmente su período en Blanes, donde vivió hasta su muerte el 15 de julio de 2003.

Carolina López, viuda del escritor y albacea del universo Bolaño, colaboró con una muestra que recupera más de 240 manuscritos, centenares de fotografías y dibujos, 8 audiovisuales y un archivo digital con más de 167 entrevistas y que nos devuelve dos imágenes de un mismo personaje: el Bolaño joven ocupado sólo en encontrar su potente voz literaria; y el otro, el que escribe para ganarle tiempo a la muerte.

 Archivo Bolaño exhibe desde una caja de fósforos en la que escribió cuando era cuidador de un camping en Castelldefels hasta cuatro novelas inéditas: La virgen de Barcelona (1979) y tres más de su etapa gerundense: Diorama y El espíritu de la ciencia ficción, ambas escritas en 1984, y La paloma de Tobruck, de 1983.

Quizás demasiado poco pudorosa y a la vez entrometidamente necesaria, Archivo Bolaño muestra a un escritor empeñado en serlo. “En un vano intento de que el Tiempo/ no me devore/ Soy un pasajero ilegal en este autobús del Infierno”, escribe Bolaño casi en tránsito de convertirse en Ulises Lima, el escurridizo realviceralista en su búsqueda de Cesárea Tinajero.

Hoy, a diez años de su desaparición, es mucho más lo que nos queda por pagarle de vuelta. Y quizás no lleguemos a conseguirlo.

Unos meses después de su muerte, durante la Feria del Libro chilena, el poeta Nicanor Parra ideó y exhibió Artefacto, un rudimentario ensamblaje formado por una revista ilustrada en sus páginas centrales con dos fotos del autor de 2666. La publicación se sostiene con pinzas de ropa colgada de una cuerda. Abajo, en una cartulina, con letra de molde, podía leerse: “Le debemos un hígado a Bolaño”. Hoy, a diez años de su desaparición, es mucho más lo que nos queda por pagarle de vuelta. Y quizás no lleguemos a conseguirlo. 

 

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