Rodrigo Blanco es una de las voces narrativas más ambiciosas de su generación. Su prosa es violenta y desasosegante. Efectiva. Sórdida. El efecto de conjunto, sin embargo, entraña una belleza rota como la que ya demostró sobradamente en su primera novela The night (Alfaguara, 2016). En esta oportunidad, el narrador venezolano regresa con un libro de relatos, Los terneros (Páginas de Espuma), en cuyas páginas Blanco exprime el carácter sacrificial que supone habitar una ciudad, un país, donde todos se dirigen rumbo al matadero. Nadie puede librarse del lugar donde nació y aunque Rodrigo Blanco vive desde hace ya casi dos años en París, los ecos de su ciudad, Caracas, entran en el laberinto de los cuentos publicados en este volumen.
Un pintor taxidermista que descubre, de pronto, cómo en una sociedad puede sembrar el miedo al mismo tiempo que reservarse el derecho a sacrificarla; un viejo sastre que cose un traje a Leonardo Ruiz Pineda, uno de los fundadores de la social democracia venezolana, asesinado por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en los años cincuenta y que regresa en estas páginas cual espectro triste; un Sancho y un Quijote de desguace, dando tumbos en un lugar donde nadie puede ser libre. La galería de monstruos que entrega Rodrigo Blanco en Los terneros basan su malformación no en quienes son, sino en lo que el entorno ha hecho con ellos, dónde los ha colocado y de qué forma. Ninguno parece tener voluntad propia sobre sus movimientos y deseos, como si una fuerza los empujara o los arrastrara al desolladero.
Existe en Rodrigo Blanco una cierta influencia del argentino Ricardo Piglia o el chilo Roberto Bolaño, aunque ya tiene galones suficientes el venezolano para levantar su propio universo de obsesiones. Desde muy joven fue señalado como un autor de peso en su propio país Tras publicar los libros de relato Una larga fila de hombres (2005), Los invencibles (2007) y Las rayas (2009), su debut como novelista, The night, obtuvo el prestigioso Premio Rive Gauche de París, en la categoría de narrativa extranjera. Ahora, en Los terneros, el autor recupera y da una vuelta de tuerca a dos de sus temas recurrentes: la literatura como experiencia de vida y la violencia como experiencia límite.
Después de una novela tan ambiciosa como The Night, ¿cómo se regresa al relato?
Nunca vi este libro como una decisión de regresar al género, sino como un proceso paralelo a la propia escritura de The Night. De vez en cuando, mientras escribía la novela, aparecía un relato. Muchos de los que terminaron incluidos en Los terneros no son todos los que llegué a escribir. Así que puedo decir que fue un proceso intermitente. Nunca se detuvo.
Sin embargo, entre este libro de cuentos y el anterior han transcurrido siete años.
Sí, desde Las rayas, que se publicó en 2022. En ese sentido sí hubo un lapso considerable, pero en el que nunca paré de escribir. También durante la escritura de The Night, intenté mantener viva la estructura del cuento. Por eso tengo la sensación de que me mantuve siempre cercano al género. A pesar de eso, Los terneros requirió un trabajo de escritura muy concentrado y específico. Me sentí cómodo de nuevo, porque yo vengo del relato. Mis primeros libros fueron libros de relatos.
Aquí administra espacios desasosegantes y situaciones sórdidas. Pero hay algo mucho más fuerte: Venezuela como presencia.
Los terneros recoge varios viajes que hice antes de mudarme a vivir fuera de Venezuela. Por eso uno de los relatos ocurre en Ciudad de México, otro se desarrolla en Francia. Es mi primer texto parisino, porque lo escribí ya viviendo allí. Al mismo tiempo, hay cuentos como Agujeros negros, que es profundamente venezolano. Ni siquiera venezolano. Es caraqueño. Porque recoge muchas de mis experiencias en la ciudad. Más allá de la constante del espacio, hay una constante de sordidez, de violencia y muchos elementos que forman parte de mis textos, aunque quizá fue en el último relato, el que da nombre al libro, Los terneros, cuando me di cuenta de que el leit motiv de este libro, en realidad, es la noción de sacrificio.
"Nos sembraron el miedo sin sacrificarnos", dice en ese relato donde relata la violencia y la represión política en un país, contada a través de un artista plástico
Los terneros está construido alrededor de una versión ficticia del artista venezolano Miguel von Dangel, que es para mí es una referencia importante, un personaje cuya obra y su biografía me interesan mucho. Ese personaje que en Los terneros se llama Thomas Von Hrsfrih reaparece en una novela que estoy escribiendo hoy.
La narrativa de la violencia es una corriente bajo su narrativa y en ese libro está presente. Mucho más.
Hay pulsiones de las que no es posible darse cuenta del todo. El editor, Juan Casamayor, me dijo que le parecía un libro nocturno, lo cual daría cierta continuidad y relación con la novela. Él me señalaba escenas que le parecían fuertes y que para mí no lo eran, porque formaban parte de la cotidianidad de cualquier venezolano hoy día. Fue con esa lectura, ajena al contexto venezolano, cuando me di cuenta del ambiente profundamente violento en el que viví hasta hace dos años.
Siempre algo malo está a punto de ocurrir en sus relatos
Creo que es una especie de contagio o mímesis con la ciudad de la que vengo. En Caracas uno tiene la sensación constante de que algo va a pasar y eso algo siempre es malo: de que te van a matar, te van a secuestrar… y esa sensación no se verifica. Puede no ocurrir. Los cuentos llegan a encrucijadas de ese tipo: a veces son confirmaciones de cosas terribles y en otras son un giro medianamente luminoso
¿Qué percepción tiene del relato como género?
Depende de cómo y desde dónde se mire. Editorialmente, el relato ha sido desplazado, incluso más que la poesía, lo cual es una cuestión extraña. Eso hace que una editorial como Páginas de Espuma haya crecido, porque en una apuesta tan arriesgada como esa, han conseguido crecer a contracorriente. Y en ese aspecto hay otra cosa que me parece llamativa: escribo constantemente, pero he notado que tengo mucho tiempo sin leer cuentos, sin descubrir un buen libro de cuentos y no creo que sea porque no existan, sino porque el mercado influye.
El relato, aun siendo autónomo, puede anticipar un ciclo de novela. ¿Los temas de Los Terneros anticipa los que vertebran una siguiente novela?
No obedece a ninguna planificación consciente. Los terneros son propiamente cuentos. Al momento de su escritura no buscaban ser el antecedente de otros textos novelísticos, lo que ocurre es que el cuento como género permite eso: contar una historia con gran economía de recursos y capacidad de impacto. Y nada te impide retomar esa historia y desarrollarla en un formato mayor. Bolaño lo hizo con un capítulo de Los detectives salvajes. Es una licencia que uno puede permitirse con su propio trabajo: un ecosistema de personajes e historias que terminan relacionándose. A eso se suma algo que también creo que está muy presente: a Piglia le gustaban los autores que eran consecuentes con unos cuantos temas. Me gusta, como escritor y como lector, ser fiel a unos pocos temas.
¿Cuáles de esos están deliberadamente en Los terneros?
La violencia, que emerge constantemente, y la literatura o el arte como una especie de discurso a veces contrapuesto o simultáneo, aunque eso no necesariamente conduzca a pensar que la literatura tenga que ser la contraparte luminosa de la violencia. Depende de con lo que conecte en ese momento. Darío Lancini, el protagonista de la novela The Night, y que está construido como un héroe, termina teniendo el mismo papel que personajes de estos relatos, como el Quijote o Thomas Von.
Son héroes depauperados
Son elementos tomados de la realidad. Miguel Von Dangel, el artista venezolano en quien se inspira ese personaje, llegó desde Alemania a Venezuela y se quedó ahí. Vive en una enorme casa, que hace las veces de su museo, rodeado de la barriada más peligrosa de Latinoamérica y construyendo una obra que estoy seguro que va a perdurar.
¿Tuvo Venezuela que llegar al infierno para que al fin su narrativa experimentara un momento de irrigación, de vitalidad?
La tragedia venezolana está conectada con muchas de nuestras mejores páginas en la literatura y eso es una constante. Las tragedias, muchas veces, producen buena literatura o una que tiene sangre, que está bien irrigada, bien conectada con todo y que transmite la idea de un organismo vivo. Lamentar eso sería una estupidez. Hay quienes pueden reprocharme a mí o a autores como Alberto Barrera o Eduardo Sánchez-Rugeles lo que consideran un oportunismo por escribir de lo que pasa en Venezuela pero, de qué se supone que tengo que escribir… ¿De lo que pasa en Dinamarca? El asunto de fondo, además, al menos en mis textos es que eso más allá de un elemento regional, conducen a un con el que todo el mundo podría conectar. Borges decía: le hecho estético es la inminencia de una revelación que no se produce y hay cosas que se manifiestan de esa forma.