En El opio de los intelectuales, Raymond Aron ejecutó un retrato demoledor de la izquierda intelectual europea, a la que acusó de abrazar los argumentos con los que soviéticos consiguieron si no su apoyo, sí su silencio cómplice. Un año antes, Jean Paul-Sartre daba a conocer Nekrassov, una comedia con la que pretendía agitar su soflama sobre los profesionales del anticomunismo y acusar a los medios de comunicación de falsear la realidad en favor de su propio bienestar económico. Entonces, ya Sartre y Aron estaban en las antípodas, aunque muchos preferían equivocarse con el primero que acertar con el segundo.
Lo que Aron aseguraba en aquel libro, El opio de los intelectuales, Sartre lo refutaba con esta sátira, una obra que el director británico Dan Jemmett ha elegido para representar en el teatro de la Abadía, en madrid. En época de "posverdad y fake-news”, no puede tener más vigencia, asegura. La pregunta es de qué forma: si en su adanismo o su voluntarismo. Con este montaje, Jemmett añade una más a las producciones que ha hecho en la Abadía, entre ellas, El Burlador de Sevilla y El café.
Escrita en plena Guerra Fría, Nekrassov describió un mundo en el que Sartre ya se movía como pez en el agua y ante el que se presentaba como un faro iluminador. La Revolución Cubana estaba por estallar y Sartre a punto de descubrir el mayor parque temático de todos, el de los barbudos de la Sierra Maestra , aquellos que pasaron del buen salvaje al buen revolucionario, en palabras de Carlos Rangel. Buena parte de ese entusiasmo panfletario se respira en el texto de Nekrassov y cuya traducción de Miguel Ángel Asturias ha servido para la versión de Brenda Escobedo de la parte Jemmett para dirigir la pieza del existencialista, que estará en cartelera desde el 17 de enero hasta el 24 de febrero.
Según la aproximación de Jemmett, en Nekrassov Sartre pretendía hacer "una crítica feroz al cuarto poder y su posicionamiento ideológico por conveniencias políticas o económicas". La práctica no era del todo desconocida para Sartre, que ya entonces había recorrido un amplio camino en la construcción de una obra, según el propio Mario Vargas Llosa, capciosa y sofística, eso sí, tan espléndidamente expuesta, con retórica tan astuta y persuasiva, que se convirtió en un artefacto intelectual típico de la época. "Arthur Koestler pensaba en Sartre cuando dijo que un intelectual era, sobre todo en Francia, alguien que creía todo aquello que podía demostrar y que demostraba todo aquello en que creía. Es decir, un sofista de alto vuelo", dice el Nobel de la obra de Sartre en La llamada de la tribu (Alfaguara).
El director británico considera intacta la vigencia de Nekrassov en “la era desinformación, la posverdad y las fake news”. De no ser por el detalle de que ocurrió la primavera de Praga, cayó el Muro de Berlín, se disolvió la URSS y la Rusia actual se reconfigura -otra vez- como una amenaza sobre las democracias occidentales, no habría algo tan jabonoso y moralmente accidentado en esta Nekrassov. Pero… ¿Qué ocurre y qué cuenta esta sátira? El ministro del Interior ruso Nikita Nekrassov acaba de desertar. El periódico conservador Soir de Paris necesita urgentemente noticias atractivas para poder subsistir, sean falsas o verdaderas. ¿Qué mejor reclamo que aquellos testimonios? Escrita entre la adaptación que hizo Sarte del Kean de Dumas y Los secuestrados de Altona, Nekrassov es un alegato político al uso, probablemente uno de los más evidentes dentro de su dramaturgia.
Cuando la crisis de los misiles estaba por llegar y en plena incubación del espíritu del 68, la Cultura estaba altamente politizada. Hasta el punto de que las mayores uniones y separaciones intelectuales ocurrieron en ese contexto: Camus rompió con Sartre por su estrecha relación con el Partido Comunista. Pero no sólo eso, Aron, quien para el año en que esta obra estaba por salir a la luz, ya criticaba su actitud, había portagonizado la génesis del existencialismo, la tiempo que se había desembrazado de él. El cisma lo cuenta Sarah Bakewell en su libro En el café de los existencialistas. Un relato épico de encuentros apasionados (Ariel).
En el año 1933, Jean-Paul-Sartre y Simone de Beauvoir conversabann con Raymond Aron, cuenta Bakewell. Beben cócteles de albaricoque en el bar Bec-de-Gaz de la calle Montparnasse, en París. Aron está entusiasmado y les habla de un nuevo marco conceptual aparecido en Berlín: la fenomenología. Europa está a punto de estallar en mil pedazos. Para hacerse entender, Aron explica a sus dos colegas: "Si eres fenomenólogo, puedes hablar de este cóctel y hacer filosofía con él!". El ejemplo dio de sí, lo suficiente como para inspirar a Sartre en la creación de un enfoque filosófico que mezclara la libertad radical, la autenticidad y el activismo político con el hedonismo como experiencia humanística. El asunto pasaría de los clubes de jazz y cafés de la Rive Gauche hasta la mismísima Cuba de los años sesenta y el Nanterre de mayo del 68.