Al preparar mi segunda entrega de «Escolios de la escollera», me he retrotraído de golpe veinticinco años. Había publicado mi primer libro de poemas y creí que lo más difícil ya estaba hecho. Romper el techo de cristal del vate inédito. El maestro José Mateos me advirtió, sin embargo, que el libro más complicado venía ahora. Al primero se le perdonaban muchos defectos por la alegría de que un nuevo autor le había nacido al mundo y por la simpatía que despierta todo novato. Al tercero, ya le acogería una incipiente trayectoria. El segundo, nada. Una situación parecida a la clásica de los segundones de las familias antiguas, que ni las delicias de los benjamines ni los privilegios de la primogenitura. Y aquí estamos, veinticinco años después, sacando la segunda entrega de aforismos. A la tercera, como quiere la frase hecha, debería ir la vencida o, al menos, ya se habrán ustedes hecho al cuerpo. Hoy les ofrezco al menos un pensamiento motivador. Sin oscura segunda, no hay tercera que valga. Seguro que tiene usted un día con muchos segundos pasos que dar. Delos firmes, y con mi solidaridad. Yo, ya ve, ya voy.
Un signo de los tiempos
Hay que ser prácticamente suicida para declararse optimista.
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Un aforismo no da excusas.
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Que hay más alegría en haber vivido que en vivir lo demuestra que las puestas de sol nos enamoran, mientras los amaneceres nos parecen desabridos y malencarados.
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Más difícil todavía
«Olvidarse de uno», verbo reflexivo que se conjuga en primera persona.
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El pesimista tiene muy fácil la coherencia: no le ve ninguna gracia al optimista. El optimista, en cambio, ha de admirar todo lo bueno del pesimista.
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La prueba del nueve de una novela. Ese momento a partir del cual el lector, incluso el más resabiado, queda secretamente convencido de que el libro es autobiográfico.
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Al silencio sólo lo conozco de oídas. En cuanto me alejo dos pasos del mundo y me recojo, resuena la música de las esferas, la conversación de los difuntos y el susurro de Dios.
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Burkeana
El lector auténtico vive en conversación con los difuntos y escucha con sus ojos a los muertos y el escritor verdadero se dirige a los que están por nacer y les musita secretos que el presente no alcanza a oír.
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Number one
Sé más ambicioso: no aspires a ser el número uno sino el uno mismo.
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Oh, jóvenes, no os podéis ni imaginar lo coetáneos míos que os veo.
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Cuando le decían que era formal pero irónico, no entendía el adversativo.
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El hipocondríaco pone toda su esperanza en su neurosis.
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Mi oración de Caná
¡Por favor, que Jesús convierta a los aguafiestas en vino!
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Que el presente no para, nos quejamos sin parar, pero ¿nos paramos nosotros en el presente un poco?
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Una prueba de la inmortalidad del alma: sólo ella se rebela contra el totalitarismo de la muerte.
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Cuando estés triste, piensa cómo podrías alegrar a alguien.
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Un deber de todos es ser cada uno.
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Advierte Adolfo González en su libro Comer oscuridad: «Conviene tomarse las cosas medio en serio medio en broma. No hay otra manera de tomárselas en serio». Ni hay otra manera, querido amigo, de tomárselas en broma.
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La caballerosidad es el heroísmo ejercido con tranquilidad.
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Los celosos guardianes de la intimidad literaria harían bien en fijarse en el rostro humano. Justo donde se concentra nuestra personalidad y nuestra vida interior, y lo llevamos por todo lo alto, abierto a cualquiera, sin vergüenza.
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Dimensiones distintas
Hay quien confunde el tiempo con el espacio, y se piensa que no eres de tu época porque no estás en el centro del escenario.
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Un tradicionalista comme il faut debe amar, entre todas las disciplinas olímpicas, las carreras de relevos.
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Contrarrevolucionario, sólo frente a la revolución. Jamás ante el espejo.
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Contra la vanagloria no hay que exigir la humildad, que está muy por encima, en otra dimensión, sino la veragloria.
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En la calidad de un texto rige la ley de los vasos comunicantes. Sin lector excepcional no hay obra grande.
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«Fijo mucho amado», leo a don Juan Manuel en su Libro del cavallero y del escudero y me emociona la literalidad de una falsa etimología que es verdad. Nada más fijo que el amor a un hijo.
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Mis últimas palabras serán «Ahora empiezo».