Llevamos esperándolo 50 años, pero Godot no llega. A pesar de eso, insistimos. Desde que fuera estrenada en 1953 el teatro Babylon de París ante 75 personas, Vladimir y Estragón aguardan junto a un árbol. Mientras lo hacen, sostienen un diálogo delirante, sin aparente sentido, que terminó por convertirse en icono del teatro del absurdo y a Samuel Beckett en su mayor autor.
En España, la obra no se estrenó hasta 1966, aunque hay versiones de que se representó en 1955, en el paraninfo de la Facultad de Letras de Madrid. Precisiones aparte, lo que sí es cierto es que desde entonces no ha parado de recibir adaptaciones y traducciones, una de ellas, la que hace la escritora Ana María Moix, que se presenta ahora bajo la dirección del joven director Alfredo Sanzol en el Teatro Valle Inclán.
Su desasosiego existencialista, encarnado en la estéril espera de una pareja de mendigos, todavía remueve a quienes la leen. Son Vladimir y Estragón hombres sin atributos, sin Dios, sin sentido. Son la imagen del desvalimiento humano del siglo XX y puede, al menos en opinión de Alfredo Sanzol, que del XXI: “Esperando a Godot es necesaria para iluminar los tiempos que estamos viviendo”, explica el joven director.
Hombres condenados a representar la misma historia
Cuando se publicó en 1952, de Samuel Beckett sólo se sabía una cosa: había sido el asistente personal de James Joyce. Sin embargo, el irlandés ya había publicado su primera novela, Murphy, en 1938 y había abandonado su Dublín natal. Vivió en Londres y se radicó luego en el París ocupado por los nazis, donde participó en la resistencia. Desde entonces no abandonó la ciudad ni el francés como idioma en el que escribiría sus obras.
Entretenido en sus partidas de ajedrez con Marcel Duchamp en La Closerie des Lilas o sus largos paseos con Giacometti por el Sena, Samuel Beckett fue convirtiéndose en el autor de una obra lúcida en la que siempre parece ser media noche, como lo demuestran su celebérrima trilogía narrativa formada por Molloy (1951), Malone muere (1951) y El innombrable (1953).
Sin embargo, a lo largo de las siguientes décadas, una de sus obras fundamentales continuaría siendo Esperando a Godot. Las reacciones de su estreno londinense en 1955 fueron variadas. Hubo quienes se levantaron y se marcharon; al menos la mitad. Pero también otros que reconocieron en Beckett una senda. El dramaturgo Jean Anouilh celebró la obra como “una revolución”. Incuso llegó a decir que a partir de ese entonces a su generación le sería “mucho más fácil escribir con libertad”.
Subtitulada por el propio Beckett como una tragicomedia, Esperando a Godot habla del estado de ánimo de toda una civilización. Quizás se justamente por eso que su representación parece necesaria en todas las décadas, incluyendo ésta.
Vladimir y Estragón en el Valle Inclán
“También ahora estamos esperando a que venga algo o alguien a sacarnos las castañas del fuego. Pero Godot no va a venir. Tendremos que hacerlo nosotros. Y como Vladimir y Estragon, lo sabemos, pero no queremos verlo”, afirma el director Alfredo Sanzol al referirse a la versión de Beckett que presentará desde el 19 de abril hasta el 19 de mayo de 2013 en el madrileño teatro Valle-Inclán en una producción del Centro Dramático Nacional.
Con un reparto integrado por Juan Antonio Lumbreras, Paco Déniz y Pablo Vázquez, así como Juan Antonio Quintana y Miguel Ángel Amor, el Esperando a Godot de Sanzol lleva 17 años en la mente del director, finalmente decidido a acometer una empresa tan compleja como necesaria. “Estamos en un momento vital en el que necesitábamos contar esta historia”, dice.