El pasado 24 de febrero la Premier League registró un suceso sorprendente: el portero español Kepa Arrizabalga se negó a ser cambiado durante la final de copa. Siguió una áspera polémica y el joven guardamenta tuvo la necesidad de explicarse. El problema es que, en el breve texto que colgó en Twitter, mostraba un criterio errático con las tildes: ni en “título”, ni en “médico”, ni en el “más” que debe llevarlo…También escribía “malentendido” separado y hacía un cuestionable uso del gerundio al final del comunicado. Pero, sobre todo, el problema llamativo eran las tildes, consideradas por muchos famosos -y jóvenes en general- como algo prescindible en las redes sociales.
— Kepa Arrizabalaga (@kepa_46) February 24, 2019
Otro caso reciente es el Alejandro Sanz, superventas pop internacional, que tuvo un arrebato de dulzura y compartió el siguiente pensamiento (transcripción literal): “Me gustan los abrazos que dicen cosas. Hoy tengo uno para ti que dice gracias y que si aprieto un poco mas dice: que necesitas?”. La respuesta de un tuitero fue “Tildes”, señalando que se echaban de menos en el texto (una en “más" y otra en el último “qué”). El caso más delirante, sin duda, es el de Kiko Rivera, que el pasado verano se hizo un tatuaje en el brazo donde se olvido de cinco tildes, nada menos. Esto decía la tinta: “Cuando quieras emprender algo habra mucha gente que te dira que no lo hagas. Cuando vean que no te pueden detener te diran como lo tienes que hacer. Y cuando finalmente vean que lo has logrado... diran que siempre creyeron en ti”. ¿Es posible que tengamos perdida la batalla de las tildes?
Tildes. https://t.co/YsECDNLE0q
— Iago Davila (@IagoDevil) February 16, 2019
¿Tan malo es pasar de tildes?
Algunos profesores optan por cortar por lo sano. Es el caso de Rafael Carrasco, que cuenta con una extensa trayectoria en colegios de Madrid y Andalucía. “Creo que las tildes deberían desaparecer; en inglés no hay y no pasa nada. También veo un problema de exceso de academicismo en algunos sectores del profesorado, que no entienden que la sociedad es menos lectora en general. He visto verdaderos talibanes del tema. Personalmente, pongo mucho mas énfasis en la comprensión lectora que en las reglas de la ortografía, que son muchísimas y hay tropecientas excepciones. Además, el uso continuado de programas como Word acaba evitando la mayoría de ellas”, opina, sabedor de que su postura es tan radical como impopular. “Sin duda considero incoherente que la ortografía no se lleve a rajatabla en los institutos, pero luego suspendan selectividad por las faltas. Quizás sería conveniente un consenso a nivel general sobre qué criterios adoptar y ponerlos realmente en práctica”, apunta.
También nos cuenta cómo lidia con el problema en su trabajo cotidiano. “La ortografía es un campo de batalla. Según el nivel del centro puede ser una exigencia imprescindible o utópica. Si tomáramos sintaxis y ortografía al pie de la letra, no digamos ya la puntuación, no aprobaría ni el cinco por ciento del alumnado", confiesa Carrasco. "Lo usual suele ser llegar a un consenso por departamentos y descontar un tanto por ciento de la nota hasta un máximo, más alto en bachillerato y más bajo en la ESO. El problema fundamental es que los niños no leen y eso tiene difícil solución. En los cursos más bajos todo mi esfuerzo es que lean todo lo posible y que lo disfruten”, señala.
Campañas de concienciación
En el otro lado del espectro, instituciones como Fundéu apuestan por el máximo rigor ortográfico. “Somos partidarios de mantener las tildes en cualquier texto, ya sea un correo electrónico o una publicación en una red social. Es más, también recomendamos que las etiquetas se escriban con tilde cuando así corresponda”, explican. En septiembre de 2015, propusieron la campaña #Acentúate, que alcanzó una notable repercusión en redes sociales, cosechando el apoyo de Antonio Banderas, el Instituto Cervantes o la actriz Lucía Jiménez, entre otros. “Muchos tuiteros creen que no pueden o no deben poner acentos en las etiquetas, ya que, de hacerlo, el sistema no las incluirá en las búsquedas o categorizaciones de tuits. Pero esto no es cierto, ya que desde hace años Twitter permite a sus 316 millones de usuarios usar tildes y otros símbolos ortográficos en los ‘hashtags’”, subrayan.
Andrea Palaudarias es profesora en una escuela concertada y en una universidad privada en Barcelona. Conoce de primera mano las dificultades del reto. “Si penalizara el mal uso de las tildes no aprobaría casi nadie. Mi postura es señalar pero no penalizar, ya que enseño Filosofía y me interesa centrar la atención del alumno en otro tipo de errores, aquellos que tienen que ver con la construcción del discurso. En las asignaturas de lengua y literatura sí se penalizan. A mí me gustaría hacerlo, pero los chavales llegan a bachillerato con unas lagunas tan brutales que tienes que priorizar”, admite.
"El problema empieza ya en los materiales didácticos. Muchos libros de texto escolares están plagados de errores y escritos con una prosa espantosa" (Andrea Palaudarias, profesora en Barcelona)
¿Qué opina en concreto de las tildes? “Ay, criatura. ¡Las tildes! Me da la risa. Ojalá fueran las tildes el mayor mal. Las tildes son quizá lo de menos. Lo de más es el léxico, la gramática, la sintaxis, los conectores textuales, la organización del discurso, del pensamiento... Lo peor es la literalidad, la lectura pegada al texto, la incapacidad para detectar la ironía. El problema empieza ya en los materiales didácticos. Muchos libros de texto escolares están plagados de errores y escritos con una prosa espantosa. También los materiales didácticos del máster de profesorado son de traca, por cierto. Además se tiende a abarrotar los programas curriculares y a aprobar a los alumnos sin que hayan asimilado lo necesario. Es un sinsentido. La pedagogía se somete al ídolo de la innovación y deja a estos niños nuevos sin herencia simbólica”, lamenta. Su posición final, sin embargo, es de defensa de las tildes. “Deberíamos reforzar su conservación. Hay una sobreadaptación a los errores ortográficos -y de otro tipo- del alumno y de la población en general. Como si fueran imbéciles. Esa condescendencia no es nada pedagógica. Lo pedagógico es una exigencia flexible, no la ausencia de exigencia”, concluye.
Responsabilidad social
Otro docente que destaca por su implicación es Antonio Solano, director del instituto de enseñanza secundaria Bovalar en Castellón. Una porción importante de su tiempo la dedica a formar profesorado. Se le considera uno de los mejores expertos en ABP (Aprendizaje Basado en Proyectos) y ha liderado proyectos como: ‘Callejeros literarios’, ‘Un paseo con Antonio Machado’ y ‘El Quijote sincopado’, entre muchos otros. Lo primero que reclama es exigir su cuota de responsabilidad a todas las personas con proyección pública. “Creo que existe un descuido generalizado, por parte de los medios de comunicación, pero también por parte de las instituciones, las empresas y las figuras de referencia (políticos, tertulianos y deportistas). Si se está bajando la guardia al respecto es porque la sociedad no valora adecuadamente la buena ortografía”, señala. “La ortografía de mis alumnos es pobre porque están aprendiendo y por eso intentamos que lean y escriban más. Me preocupan mucho más los errores ortográficos de personas que deberían ser ejemplo para los demás. Me duele cada vez que escucho en televisión ‘habían muchas personas’ o ‘preveyeron’, por poner solo dos ejemplos llamativos”, señala.
"El sistema educativo es menos tolerante con la mala ortografía que la sociedad. A un alumno se le puede suspender por faltas, pero para un profesional que escribe mal no hay castigo", explica Antonio Solano, director de un instituto en Castellón
Su solución es establecer un sistema de grados. “Al acabar educación primaria, debemos exigir que el texto se entienda; en la ESO, que esté bien construido; en bachillerato, que no haya faltas evidentes o sangrantes; en la universidad, tolerancia cero”, propone. El centro de su discurso es que estamos ante un problema de todos, donde los docentes son quienes más se vuelcan. “El sistema educativo es menos tolerante con la mala ortografía que la sociedad. A un alumno se le puede suspender por faltas, pero para un profesional que escribe mal no hay castigo. Como he dicho, desde la escuela tratamos de que lean mucho y de que escriban también bastante, para evitar errores. Al final, parece que la escuela es ese mágico lugar donde se han de solucionar todos los problemas que la sociedad no es capaz de arreglar: la ortografía, el uso de móviles, el respeto de la convivencia…”, remata Solano.