Víctor Lapuente Giné (Chalamera, Huesca, 1976) se ha dedicado al estudio y análisis de las diferencias en la calidad del gobierno y las políticas públicas entre países. Así reza el resumen biográfico que acompaña su más reciente libro Decálogo del buen ciudadano. Cómo ser mejores personas en un mundo narcicista (Península), pero existe en él una mirada bastante más amplia que la descrita en esas líneas. A lo largo del ensayo, Víctor Lapuente desarrolla diez reglas que permitan al lector asumir otro tipo de individualismo alejado de la victimización, el infantilismo y el sentimiento de agravio que caracteriza a la sociedad contemporánea. Así lo describe al otro lado del teléfono, desde Suecia, donde vive y trabaja. Doctor en ciencias políticas por la Universidad de Oxford, en la actualidad se desempeña como catedrático en la Universidad de Gotemburgo (Suecia) y profesor visitante en ESADE.
Todo bien común se sustenta sobre los individuos y así lo formula en el libro y desarrolla en esta conversación. "Tenemos que salvar al capitalismo de los capitalistas desatados y al progreso social de los progresistas desenfrenados. Mantener la democracia liberal pide más que individualismo, pide otro tipo de individualismo". En su Decálogo, Lapuente apela al sentido común para diagnosticar algunas disfunciones que afectan a la sociedad como todo. El ensayo es, por completo, un libro diagnóstico, entre otras cosas porque comenzó a escribirlo tras la detección de un cáncer. La vida es vulnerable e incierta, estamos en ella sólo de paso. Entender eso fortalece y amplía el punto de vista.
El ser humano, propone el politólogo, no es el tornillo de un engranaje o una teocracia. Es su aportación individual a un bien común lo que marca la diferencia. "Desde Estados Unidos a Italia, la falla que fractura las sociedades atraviesa todos los continentes. Parece como si la mano invisible, que según los teóricos del capitalismo guía armoniosamente los movimientos de los mercados, se hubiera convertido en una garra", escribe. Lapuente es columnista de El País, colaborador de la Cadena SER y miembro del colectivo Piedras de Papel. Es autor también de El retorno de los chamanes. Los charlatanes que amenazan el bien común y los profesionales que pueden salvarnos (Península, 2015), un libro en el que ya trabajaba la idea del individuo como combustible social.
Pregunta. ¿El cáncer le aportó más certezas o más voluntad para dudar?
Respuesta. Me ayudó a abrazar la incertidumbre. Nos pasamos la vida intentando esquivarla y buscando una falsa sensación de certeza y riqueza, tanto económica como emocional. Lo hacemos con temor a perderlo si lo obtenemos, cuando en realidad no es así. Hay que aceptar que el mundo es frágil y la mayoría de las cosas no dependen de nosotros, también tenemos que darnos más a los demás, ser más generosos.
P. "Los pequeños miedos cotidianos atosigan, pero los grandes miedos liberan", escribe en el libro...
R. Sí. El libro está teniendo éxito justamente por eso. Ha sido escrito antes de la pandemia. Ha caído de pie. La pandemia retrasó la salida, lo bloqueó. Pero resulta que sí, ha llegado. La pandemia nos ha devuelvo a una situación que ha sido normal a lo largo de la historia, que es vivir expuestos a incertidumbres: catástrofes, guerras, crisis económicas… Lo que hago en el libro es destilar sabiduría de hombres y mujeres que desarrollaron músculo espiritual y mental. Vivimos en un mundo volcado con la tecnología y lo novísimo, que desprestigia las épocas pasadas. Hemos avanzado en muchas cosas y en otras nos hemos desentrenado. Olvidamos la muerte o el envejecimiento. Hemos enterrado la incertidumbre.
P. En El retorno de los chamanes y en este libro reflexiona sobre el individuo en un mundo polarizado. ¿Por qué la apelación constante al individuo?
R. El libro es una crítica al individualismo, que implica una responsabilidad personal, pero son dos caras de una misma moneda. Vivimos en una época en la que, precisamente, tenemos tan altas aspiraciones para el individuo, que si las cosas no salen bien, no puede ser culpa nuestra. Por eso lo fácil es entrar en la dinámica del victimismo: desde los banqueros y capitalistas, que nos exprimen, hasta los inmigrantes, que nos quitan el trabajo. Es un individualismo hiperbólico. Padecemos un narcisismo que afloja la responsabilidad individual. Al mismo tiempo, hay reflexión sobre qué es ser individuo siendo parte de una sociedad. Las sociedades avanzan cuando los individuos buscan un fin comunitario. Es entonces cuando alcanzan las más altas dosis de autodeterminación.
P. ¿Los seres humanos se han vuelto presas de dioses menores, o al menos paganos?
R. Tenemos que salvar al capitalismo de los capitalistas desatados y al progreso social de los progresistas desenfrenados. Mantener la democracia liberal pide, más que individualismo, otro tipo de individualismo. No sólo existe ese tipo de individualismo cultural de la izquierda o el de la derecha. También hago una crítica de dios y al fundamentalismo religioso. El individuo no es tornillo de una maquinaria patria o una teocracia al servicio de un mecanismo definitivo.
P. Para ser un decálogo del buen ciudadano, hay mucha religión en este libro. ¿Por qué?
R. Lo que diferencia a los seres humanos de los animales no es el pensamiento o los sentimientos, sino la búsqueda de sentido. Este impulso religioso lo tenemos todos. Está en nuestros genes. El libro propone una paradoja: lo que no tengamos en la esfera personal lo vamos a volcar en lo público. Convertir la política en religión es una de las cosas más perversas en el mundo. Paradójicamente, eso explica que existan personas con condiciones religiosas en lo personal. Pongo de ejemplo a los padres fundadores, pero podríamos citar otros. La vida nos hace a todos iguales y eso es algo sagrado. No vas a torturar a los oponentes, aunque discrepen conmigo, pero precisamente por eso, esa es la parte positiva del asunto, la negativa tiene que ver con las mezclas de religión y política.
P. La idea de que el mundo te debe algo y del agravio resulta útil hoy para muchos. ¿Cuál fue el caso cero del populismo en el mundo occidental?
R. No sabría decir uno exactamente, porque se me ocurren varios. Por ejemplo, los populismos de izquierda, pero sería uno de los focos de origen. También están los nacionalpopulismos de derechas, que son también muy peligrosos. El mayo del 68 dejó muchos huérfanos de un lado y del otro. En un mundo secularizado, surgen nuevos predicadores que venden identidad del oprimido o de la nación oprimida por un factor externo. Es la banalización.
P. "Nos consideramos víctimas a las primeras de cambio, y a veces incluso por herencia". ¿Hace falta una posguerra o acaso una pandemia?
R. Creo que falta perspectiva histórica. Se desconoce el lado frágil de las civilizaciones y cómo han caído grandes sociedades muy avanzadas científicamente. Hoy nos vestimos mejor y vivimos más años, también viajamos más que nuestros ancestros. Podríamos pensar que somos mejores y no es así. Estamos viviendo de las rentas más de lo que nosotros creemos.
P. ¿La España contemporánea también vive de sus rentas?
R. Sí. Yo mismo, incluso estudiando política, llegué a imbuirme en esta especie de mensaje según el cual la transición era una chapuza: una cesión del franquismo que las élites cambiaban y maquillaban. Podía pensarse que todo era una gran traición, hasta que los datos te abren la mente. España llegó a la estabilidad por la vía de intuición: gente que estuvo amenazándose y apuntándose con una pistola en la guerra civil buscó y consiguió una solución tan diferente. Pero nos olvidamos de eso, no valoramos el pasado, aunque estamos viendo cierta rectificación. Podemos surgió contra régimen del 78 y ahora saca a cada rato la constitución. Además de un malabarismo tremendo, es una constatación de que hubo un cierto aprendizaje.
Veo algo ahí: en el individuo, y pienso que todo pasó muy rápido. Desde la irrupción de Podemos ha pasado más tiempo con respecto a lo que duró la República. Recuerdo escuchar a los curas del pueblo criticar a los revolucionarios. Había que cambiar desde los corazones, decían. Entonces sus opiniones me parecían anacrónicas, pero ahora pienso que era un mensaje progresista. Cada uno es libre, que la gente lea el libro y disfrute las ideas de que efectivamente hemos mejorado y el progresismo debe ir en este línea. Se trata de replantear las estructuras y entender que podemos hacer cosas desde nuestra responsabilidad.
¿Cómo lleva el individualismo sueco?
Vivo en Suecia desde hace un tiempo. Creo que tienen un individualismo que puede ser exagerado, pero pienso también que el progresismo de los países nórdicos se parece mucho al bien común: no puedes construir buenas políticas sin individuos que no estén dispuestos a asumir una responsabilidad importante. No puedes construir Estado de bienestar basado en el paternalismo.