Lleva cinco pintalabios en el bolso, el síndrome de Diógenes de la coquetería, escribe. Una camorrera de modales lectores impecables: Günter Grass junto al lipstick rojo, Thomas Mann al lado de una cerveza, Charles Dickens mezclado con el yogurt caducado del afecto, Homeland y Carver. Una autora culta pero no arrogante, y sincera hasta las trancas: alguien que no se avergüenza al decir que llegó tarde a Camarón, aquella que descerraja que los hijos pueden llegar a ser un incordio y que avanza demoliendo trepada en los tacozanos de su prosa elegante. Se trata de Virginia Galvín, la dueña de estas estampas.
En este libro, Virginia Galvín se revela como una escritora culta pero no arrogante, y sincera hasta las trancas
Se dedica al periodismo -es subdirectora de Vanity Fair- y al parecer padece de insomnio, porque, de lo contrario, a qué hora ha escrito los textos reunidos en La vida en cinco minutos, un libro de… ¿crónica? ¿prosa? ¿ingeniosos y confitados venenos? publicado hace poco menos de un mes. Olvidad las estupideces que en nombre de lo femenino se perpetran a diario en blogs y pseudo libros. En estas páginas, Galvín se muestra afilada, brillante, glamurosa y metálica a la vez; una rubia platino –el rucio proviene del brillo del tipo hoja de cuchillo, no del amoníaco-. Valga decir que con este libro editado por el sello Círculo de Tiza, que está a poquísimos meses de cumplir un año, esta pequeña editorial dirigida por Eva Serrano certifica su buen gusto y su todavía mejor ojo literario. El volumen además está prologado por el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince e ilustrado por Rebollo&León -Detengan a esta madre serviría para empapelar una ciudad completa-.
Volviendo a Virginia Galvín: comenzó vistiendo tacones de novicia, o al menos eso escribe. Porque esa prenda, que usa para hablar de su impuntualidad en la cita obligatoria de la vida con Camarón, le sirve no sólo para desgranar los versos de García Lorca versionados en La leyenda del tiempo, sino para elevarse cinco centímetros por encima de todo. Y lo hace en este potentísimo artefacto cuarteado por la vida, que llega a las manos del lector como si en verdad ocurriera en cinco minutos: breve y fulminante, como esa electricidad silenciosa que recorre los objetos y anuncia las tormentas cuando están a punto de ocurrir; esa corriente que a veces derrite el corazón –porque ella, como los diluvios, toca todo lo que duele-. Sobre estos temas reflexiona Virginia Galvín en este entrevista y lo hace de la mejor forma posible: tecleando.
Mi madre me llamó el otro día para decirme que le estaba gustando mucho el libro pero “hija, me pones a caldo...!”
-Afirmar que un marido es un hombre que da besos sin lengua; alquilarse como mamporrera social; clasificar a las mujeres por sus psicopatías. Para "transcurrir en cinco minutos" su visión de la vida es punky. Hábleme de eso, si quiere. Si no lo desea, igual podemos quedar a patear contenedores en tacones.
-Creo que para no patear contenedores afilo la lengua y tecleo palabras sin desaliento. Mi vida no es punky, pero mi mirada sí puede ser descarnada cuando busca el detalle de eso que damos por bueno. Me gusta demoler las convenciones falsas y dañinas. ¡Ser mamporrera social es un honor, sobre todo si te sientas a la mesa con el escritor Héctor Abad y tú eres la sustituta de Andrés Trapiello! Respecto a los maridos, hace años que no tengo uno, pero veo poca tensión sexual en los ajenos. Claro que lo mismo soy víctima de una psicopatía no descrita aún en el Journal of Developmental and Educational Psychology y debo hacérmelo mirar. (O lo mismo se llama escepticismo y no hay pastillas que lo curen, salvo la alegría. Y de esa estoy genéticamente sobrada) .
-Su concepción de lo femenino tiene un punto farsa y un punto real. No sabe uno si usted parodia o retrata. Eso sí, sin una pizca de autoayuda pastelera, sino con venenito para untar. ¿Eso qué es: ansiolíticos, anti-impulsivos, talento, escepticismo, trabajo de fondo o todo junto?
-Me río, parodio, me burlo, digo la verdad, juego con las palabras. Mi madre me llamó el otro día para decirme que le estaba gustando mucho el libro pero “hija, me pones a caldo...!”. Tuve que explicarle que hablo de las madres que utilizan a sus hijos como sustitutos de su nada. Igual que hablo del histerismo sin aceptar que sea cosa de mujeres. Y líbrenme los dioses de hacer autoayuda -yo lo llamo autosuicidio- porque creo que este libro en todo caso ayuda a enfrentarse a las etiquetas y a hacer un ejercicio de libertad desde el humor, la sátira, la ironía y la cerveza con mejillones en escabeche. ¿Trabajo de fondo? Pues sí, yo me levanto a las seis de la mañana para escribir y me funciona como terapia de autoconocimiento. Pienso con los dedos (que no es porno, aunque pueda parecerlo). Y sí, un punto farsa, un punto real (en realidad mucha realidad. Reality bites, te diría).
"Y líbrenme los dioses de hacer autoayuda -yo lo llamo autosuicidio- porque creo que este libro en todo caso ayuda a enfrentarse a las etiquetas"
-Ya era hora de que alguien desmitificara, por Dios, a los hijos y la maternidad. ¿Cuándo le tocará el turno al resto de la basura: desde la rubia hasta la suicida melancólica; desde el síndrome Plath hasta la pegatina de Súper-Mujer?
-Cuando dejen de hacer falta las camisetas con el claim “Soy rubia, háblame despacio”. Cuando Hillary Clinton sea presidenta de EEUU (aunque yo me conformo con Claire Underwood, esa diosa que es Robin Wright en la serie House of Cards) El síndrome Plath, tal vez cuando el talento extraordinario y la hiperestesia dejen de acercarse al horno de gas que son los y las machistas. Y respecto a la súper mujer, ¡conozco a pocas en mi entorno que no lo sean! Y están cansadas, pero no se compadecen de sí mismas.
-"Esa mujer, la buena literatura, a la que uno quisiera arrancar el velo, los ojos, la cabellera. El aliento mismo, si pudiera", escribe. Ya que Benet ha muerto, ¿en la cola de cuál feria del libro esperaría su turno para quitar el aliento?
-Soy muy poco mitómana, me temo. Y hacer colas me pone del revés, así que mi vida cambió con la compra en Internet. Pero creo que haría una excepción delante de John Berger, que acaba de publicar una elegía a la muerte de su mujer de una delicadeza extraordinaria, o de Lorrie Moore, mi cuentista actual de referencia. Y, si es posible hacer cola en el más allá, sin duda la haría por Stefan Zweig, Robert Louis Stevenson o Virginia Woolf.
-Yo no sé si sus editores pretenden que este sea un libro ligero, vaporoso, veraniego; que no creo, la verdad. Pero de eso nada, este libro una molotov, un puño americano. Nunca procaz, todo sea dicho. Ya lo dice Héctor Abad, usted no necesita perdón ni permiso. ¿Alguna advertencia para el lector?
-Que lea y opine, se indigne, se ría, lo comente, lo subraye si algo le conmueve o le excita. Que si le cambia un poco la vida y la mirada, eso tan difícil, haga lo que hago yo: contárselo a las personas que quieran. Y creo que mi editora tiene claro que no es un libro vaporoso, pero sí llevadero a la playa, al tren, a la junta de vecinos...
-Dígame una cosa, con el corazón en el teclado: ¿el periodismo es un verdadero problema al escribir otro género? Vamos, la ficción, ¿o el asunto es al revés? ¿es la ficción la que sigue atravesada, como una vaca de concreto en una carretera comarcal?
-El periodismo es preguntarse qué quiere saber el otro y averiguarlo tú. Después, contarlo con rigor y buen estilo literario, ese que tanto escasea: En mi caso soy una privilegiada porque trabajo en una revista, Vanity Fair, donde no sólo se puede sino que se debe hacer ese tipo de periodismo. Y respecto a la ficción...hay buena y mala, como el colesterol. Y conviene afinar el paladar para seleccionar la que nos alimenta y no la que obstruye las arterias.