Quienes crecieron leyéndola, quienes se hicieron mayores viendo cómo se combaba la biblioteca pero jamás sus poemarios, e incluso quienes la descubren ahora, saben que la obra de la poeta venezolana Yolanda Pantin es un lugar al cual volver, una casa cuya paredes siempre serán firmes para recordarnos una cosa: se puede perder todo, excepto el lenguaje. Mientras podamos recordar las palabras de Yolanda Pantin, seremos ciudadanos de sus versos; nadie podrá desterrarnos de ellos. Y eso es Bellas ficciones, el más reciente libro de Pantin: un hogar encuadernado.
Bellas ficciones, el más reciente libro de la poeta venezolana Yolanda Pantin es un hogar encuadernado
Yolanda Pantin nació en Caracas, en 1954. Pero sus raíces, lo que verdaderamente sujeta y da sentido a su voz, está en Turmero: un pequeño pueblo de los valles de Aragua, ese lugar a setenta kilómetros de la capital venezolana donde crece la caña de azúcar y al caer la tarde los murciélagos muerden la piel del cielo y la de los caballos –por eso en la obra de Pantin siempre hay vampiros-. Allí transcurrió su infancia, ésa que ella ha buscado desde su primer poemario Casa o lobo (1981) y que más de una decena de libros después vuelve nítida - como un círculo trazado sin titubeos- en las páginas de Bellas Ficciones, poemario publicado por Eclepsidra, sello independiente que desde hace dos décadas reúne en su catálogo lo mejor de la poesía venezolana.
Yolanda Pantin ha logrado hacer suyo –y del lector- el dolor y la extrañeza invidividual y la de un país que se cae a pedazos
"Yo veo al poeta como un minero que va hacia adentro dando golpes de pico y pala para sacar de ese adentro algo que brille", responde Yolanda Pantin, tecleando ante la pantalla de su ordenador en Caracas, para hablar de esa poesía que emerge del escarmiento. Desde la publicación, en 2002, de La épica del padre (2002), la obra poética de Yolanda Pantin ha logrado hacer suyo –y del lector- el dolor y la extrañeza invidividual y la de un país que se cae a pedazos en el desencuentro, la persecución política, la humillación y la carestía.
«Ay, nada puede intimidarte, poeta/ Ni el viento en los alambres. Sí, (…) Mañana será el día del/ enfrentamiento. Te ruego/ Levanta la cabeza/ Pero que haga/ sentido lo que escribes», escribió Pantin en 2002, en El hueso pélvico, ese poema que se alza como las caderas que sostiene entre las manos la estatua de la diosa María Lionza, plantada en un pedestal de cemento en medio de una autopista caraqueña, desde donde ve pasar las interrogantes de quienes van hacia el centro del país herido.
En Bellas Ficciones el verso actúa como ficción y cemento de todos los huesos rotos. Por eso, mientras podamos recordarlos, seremos ciudadanos de los versos de Yolanda Pantin
En esta oportunidad, catorce años después, Bellas Ficciones aparece como esa forma de levantar lo que queda de nosotros: la casa en ruinas, el pueblo en ruinas, el país en ruinas: el de ella y el de quienes la leen. En Bellas Ficciones el verso actúa como ficción y cemento de todos los huesos rotos. Por eso, mientras podamos recordarlos, seremos ciudadanos de los versos de Yolanda Pantin; nadie podrá desterrarnos. Nadie.
-¿Qué aporta Bellas Ficciones en su proceso poético? ¿Qué retoma y qué profundiza?
-Creo que ningún libro puede leerse separado del que lo precede ni tampoco del conjunto del trabajo literario personal. Yo creo en los procesos de escritura, en eso que llaman ‘work in progres’. Nada está acabado, todos son borradores que pueden ser, además, borraduras en un sentido muy amplio, borraduras también de la memoria que la escritura intenta por pura terquedad de fijar. Pensar en ‘borradores’ te da una gran libertad.
"Nada está acabado, todos son borradores (...)Pensar en ‘borradores’ te da una gran libertad"
- ¿Y cómo es este libro respecto a la Yolanda Pantin que el lector español conoció en la antología País, publicada por Manuel Borrá en Pre-Textos?
-Bellas ficciones vuelve al comienzo de esta historia escrita en verso y completa lo que no queda ‘claro’ en mi primer libro, Casa o Lobo del año 1981. Las personas tenemos pocos temas, pocas historias que contar, así que son los mismos temas, las mismas historias, las mismas imágenes pero tratadas de otra manera, yo diría que de una manera ‘diáfana’. Al final, la edad pesa y con la edad las cosas se pueden entender, así sea la imposibilidad de entender. En ese sentido, hay una aceptación de los límites. Es verdad que ha sido un camino largo pero he avanzado no midiendo los pasos, sino paso a paso, sin prisa, con mucho respeto.
"Yo veo al poeta como un minero que va hacia adentro dando golpes de pico y pala para sacar de ese adentro algo que brille"
-Quien la lee percibe que su poesía se ha ‘hecho’ con el cincel del escarmiento, el que produce la vida. ¿Cuánto de eso tiene su reflejo literario?
-Es cierto. Yo veo al poeta como un minero que va hacia adentro dando golpes de pico y pala para sacar de ese adentro algo que brille. No recuerdo en cual libro o artículo Deleuze y Guattari decían que un artista era alguien que bajaba a lo profundo y regresaba con los ojos rojos, algo parecido decía Blanca Varela en alguna entrevista.
-En este libro parece completar, mejor dicho afilar, su tránsito desde una escritura individual hacia otra que concibe como parte de un demos ¿Es sólo una percepción?
-No lo sé porque de donde una menos se lo espere salta la liebre... El libro anterior a Bellas ficciones se llama 21 caballos y es absolutamente hermético, cargado de pesadumbre y oscuridad como saldo de la experiencia totalitaria, el peso del Poder sobre las personas. Al final llegué a un camino ciego, al ‘blanco sobre blanco’ del artista que me llevó como Virgilio al infierno. El viaje real e imaginario fue en tren por rutas desoladas.
"No recuerdo en cual libro o artículo Deleuze y Guattari decían que un artista era alguien que bajaba a lo profundo y regresaba con los ojos rojos"
-En La épica del padre y País ya existía una dimensión pública de la amenaza, en Bellas Ficciones la amenaza entra en casa. Hay un espíritu de depredación que recorre el libro. ¿Cuál es la naturaleza de esa amenaza?
-Mi primer libro se construye desde su titulo sobre la dicotomía infantil de la casa o el lobo. Mi mente es así. Los bloques de sentido vienen de golpe y de esa manera: lo claro y lo oscuro, lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro, los matices son el trabajo de la escritura. No veo depredación en Bellas ficciones sino imágenes de cuentos donde no faltan los lobos, los vampiros, y otros animales que viven dentro de mí. Pero la estructura de este libro coloca las cosas en sus lugares, así la primera parte está poblada de miedos y misterios, hasta que, de pronto, se abre la puerta en la casa de mis padres, a las 6 de la mañana y entra la luz poderosa. A partir de allí, todo cambia en medio de luces y sombras, de los vivos y de los muertos en un conjunto compasivo.
"L estructura de este libro coloca las cosas en sus lugares, así la primera parte está poblada de miedos y misterios, hasta que, de pronto, se abre la puerta"
-Memoria y arraigo están presente, pero en una versión envenenada. Retoma usted ese sentimiento en poemas como Vampiros, pero también en Rewind.
-Los vampiros siempre estarán sobre mí sobrevolando porque los conocí de cerca, hablo de esos pequeños animales que beben sangre y colgaban de los techos de nuestras casas. Pero claro, entraron en la literatura siendo una metáfora muy poderosa y muy trajinada. No hay misterio en ellos. El poema Rewind habla del paso del tiempo, o de la pérdida del tiempo. Esperando a Godot. Son mis padres engañados.
-Existe también un espíritu crepuscular (se palpa en Resaca) Se pregunta quien lee: ¿qué se apaga? ¿el país que usted vivió, la ciudadanía que usted ejerce y a la vez padece?¿su arraigo, la pertenencia?
-Lo que se apaga es la vida. La vida física.
"Ningún venezolano ha podido sustraerse del peso de la política que cae como una tela mojada sobre nosotros, los comunes"
-¿De qué forma el proceso político venezolano ha afectado su forma de escribir?
-Ningún venezolano ha podido sustraerse del peso de la política que cae como una tela mojada sobre nosotros, los comunes. En mi caso he dejado testimonio en el poemario País publicado en Caracas en el año 2007.
-A veces pienso que la única patria, la verdadera, está en la infancia… y su infancia recorre toda su poesía. Cito, Álbum: “¡Mira! ¡Parece que nos llamaran/ a voces los retratos!” ¿Cuál es su país poético? ¿Dónde está?
-Vuelvo y vuelvo siempre al ‘país de la primera vez’ y eso me lleva a exaltar el terruño, valorar y subrayar el dato local que en mi caso es un pueblo llamado Turmero, cerca de Caracas. Un pueblo como cualquier otro pueblo venezolano, ahora muy deteriorado, pero que levanté en la escritura a punta de voluntad hasta crear una ‘bella ficción’.
-Cito, Sedimento: “(…) Pero siendo que es tan mío/ lo que dices, es también/ de todos/ y es de nadie” ¿Qué hace poso en su país literario? ¿Y en su país-político?
-En mi país literario queda el sedimento de lo que pude leer vorazmente cuando joven y hasta hace unos años. El poso del país político es ingrato y amargo.
-Comenzó a escribir y publicar muy joven, desde entonces, varias imágenes se sostienen: la casa, Turmero, la soledad. ¿Cuánto de la joven poeta del Grupo Tráfico en los ochenta venezolanos queda hoy en usted?
-Queda una persona que dice y se desdice constantemente, que puede patear la mesa donde se sienta, que está siempre peleando con sus fantasmas y que no se deja amarrar.
-¿Con cuáles poetas dialoga su poesía? ¿Siente afinidades?
Afinidades muchísimas pero las ha ido dejando. No sé si son afinidades. Fueron mis guías. Vallejo, Cernuda, Varela, Bishop, Eielson, García Marruz, y tantos, aquí están detrás mío. Dejarlos tranquilos en las estanterías ha sido un duelo pero tengo ahora un sentimiento de aceptación.
"Queda una persona que dice y se desdice constantemente, que puede patear la mesa donde se sienta, que está siempre peleando con sus fantasmas y que no se deja amarrar"
-¿Qué nuevos poetas que escriban en español conoce? ¿Podría citar alguno que haya leído y haya llamado su atención?
-Hace muchos años que no puedo leer lo que significa una pérdida terrible. Mi nostalgia son los libros que pude leer. Quien no lee no escribe, pero yo pude escribir Bellas Ficciones con el poso. No sé qué va a pasar ahora.