Cultura

Yvan Attal explora las zonas grises del consentimiento sexual en 'El acusado'

El francés estrena en España un drama judicial que profundiza en la distancia que existe entre los dilemas morales y la verdad judicial

Hace apenas unos días, el Congreso dio el visto bueno definitivo a la denominada ley del solo sí es sí, que impone el consentimiento explícito en las relaciones sexuales, y que entrará en vigor próximamente. En pleno debate acerca de los avances y los retrocesos de la norma, llega este viernes a los cines españoles El acusado, un drama judicial presentado en el Festival de Venecia con el que su director, el francés Yvan Attal, navega en las zonas grises que existen en las agresiones sexuales y la culpabilidad, así como en la distancia que se impone entre los dilemas morales y la verdad judicial.

Dos jóvenes (Ben Attal y Suzanne Jouannet), una fiesta, una copa de champán, un porro, un paseo al aire libre y veinte minutos dentro de un cobertizo donde nadie sabe qué ha ocurrido. Él es Alexandre, un joven estudiante francés de Stanford, hijo de un influyente periodista y de una mediática escritora. Ella, una joven de 17 años, la hija de la pareja de su madre. Después de la denuncia, que acapara el interés mediático, ninguno de los dos volverá a retomar sus vidas y ambos se enfrentarán en un juicio en el que el espectador experimentará las dimensiones más humanas de las dos partes de un conflicto.

Yvan Attal, director de películas como Buenos principios (2019), Una razón brillante (2017) o Mi mujer es una actriz (2001), se basa en el bestseller de la multipremiada escritora francesa Karine Tuil para reflexionar con acierto y humanidad sobre uno de los temas sociales protagonistas en los medios de comunicación desde la eclosión del "Me Too": el consentimiento sexual.

El actor Ben Attal, hijo del director, es el encargado de dar vida al joven veinteañero sobre el que recae la acusación. Los detalles, los matices, el acercamiento a sus padres (Pierre Arditi y Charlotte Gainsbourg) y una narración cuidada y precisa enfrentan al espectador a un dilema moral, en el que las cosas no están tan claras a pesar de los hechos, y en el que la verdad judicial no siempre es compartida por todos.

A pesar de las dificultades que presenta un tema tan espinoso como es el consentimiento sexual, Yvan Attal consigue para esta redactora de Vozpópuli algo a priori imposible: empatizar con todas las partes, por polémico que pueda parecer. Y aunque la película se centra en la versión de los jóvenes, todos los puntos de vista se entretejen en esta historia.

Consentimiento sexual y la "desconexión" con el feminismo

De hecho, es probablemente el personaje que encarna Charlotte Gainsbourg es el que más invita a reflexionar sobre los matices, lo que todos tienen claro hasta que la realidad golpea demasiado cerca. "Soy mujer y también madre. ¿Cuál de los dos debo ser hoy?", afirma en el juicio la ensayista y madre del acusado, que después de haber militado en los derechos de la mujer experimenta la "desconexión entre el discurso de compromiso feminista y la realidad de la existencia".

Si en algo destaca Attal es en su habilidad para caminar con pies de plomo sobre un asunto tan peliagudo y sensible, que se ha convertido en un tema político, y también en su maestría al ser capaz de hallar las contradicciones de la sociedad y la complejidad en torno a las agresiones y el consentimiento sexual que, más allá de la verdad judicial, encierran detalles a los que no siempre es fácil mirar.

Al mismo tiempo, la paciencia es en esta película la mejor arma del director, que escucha a todos: al acusado, a la denunciante, a los abogados, a sus padres, a sus exnovias. Precisamente, en las declaraciones de sus exparejas encuentra uno ese sometimiento tan permitido, que durante tanto tiempo las feministas han relacionado con el predominio del varón en la sociedad y que en España ha cristalizado en la denominada ley del "solo sí es sí". Sin entrar en posicionamientos, desde una distancia prudencial y con suficientes dosis de compromiso con lo humano, Attal vislumbra en El acusado un cambio de ciclo irreversible.

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