Cultura

Zweig como vacuna contra "la peor peste" de los nacionalismos que buscan destruir Europa

El escritor austriaco se enfrentó y sufrió el auge del nacionalismo en Europa

  • El escritor Stefan Zweig.

La carta de despedida de Stefan Zweig sigue doliendo a los que sentimos Europa, es la rendición de un hombre que prefirió no contemplar la destrucción absoluta de la civilización soñada. “El mundo de mi propio idioma se derrumbó y mi hogar espiritual, Europa, se autodestruyó”, decía en su último escrito antes de suicidarse en 1942 en su exilio en Brasil. El austriaco había vivido el derrumbe del Imperio Austrohúngaro en el que tanto había creído, había visto a toda su generación masacrarse en la Primera Guerra Mundial, y había tenido que huir cuando los nazis conquistaron el poder. 

Abrazado a su mujer se quitó la vida en una cama en Petrópolis el 23 de febrero de 1942, momento en el que el Ejército alemán era una apisonadora de naciones, contaba las batallas por victorias y tras una década de persecución y expulsión, había iniciado en el Este su plan de asesinar a todos los judíos de Europa. “Ingesta de sustancia tóxica-suicidio”, apunta el certificado de defunción del escritor, expuesto en "Stefan Zweig. Autor universal", una exposición que acoge la Biblioteca Pública Municipal Eugenio Trías, del parque de El Retiro de Madrid.

Austria, y con solo siete años de diferencia había engendrando a Zweig y a Hitler. Ambos acabarán quitándose la vida ante el derrumbe de sus mundos. El primero creía que en una Europa unida, pacífica, libre y diversa, un ideal político que para él encarnaba el Imperio Austrohúngaro. El segundo se encargó de destruir hasta las cenizas todo aquello impulsado por el veneno nacionalista que intentó la homogeización absoluta hasta el ADN. Zweig, de familia judía aunque no religiosa no dudó en exiliarse en cuanto los nazis llegaron al poder, poco después sus libros serían quemados. La muestra, organizada por el Centro Stefan Zweig de Salzburgo y con la colaboración de la editorial Acantilado, da cuenta del éxito del austriaco con contratos editoriales y las traducciones globales del vienés. El escritor sigue siendo un superventas con sus biografías de personajes como Fouché, Calvino, Magallanes o los maravillosos relatos históricos de Momentos estelares de la humanidad. Pero hoy se vuelve más necesario que nunca volver a El mundo del ayer, escrito con una nostalgia colosal entre 1939 y 1942, como una biografía generacional. 

Las sociedades occidentales llevamos sintiendo un profundo cambio en la percepción de la seguridad y las certezas que alguna vez se consideraron inquebrantables. La crisis económica de 2008 fue un punto de inflexión que sacudió los cimientos de la estabilidad económica y social, y desde entonces, se ha instalado una sensación y desconfianza en el futuro que perdura en la mente de las últimas generaciones. La certeza de vivir mejor que nuestros padres se va esfumando. En su archiconocido arranque de El mundo del ayer, Zweig añoraba la “edad de oro de la seguridad” previa a la Primera Guerra Mundial. “Todo en nuestra monarquía austriaca casi milenaria parecía asentarse sobre el fundamento de la duración, y el mismo Estado parecía la garantía suprema de esta estabilidad”. 

El nacionalismo, "la peor peste"

“Nunca he confiado tanto en la unidad de Europa, nunca he creído tanto en su futuro como en aquella época”, señala más adelante en su obra. Zweig había vivido su primera treintena en una Europa de progreso y paz. “El progreso se respiraba por doquier. Quien se arriesgaba, ganaba. Quien compraba una casa, un libro raro o un cuadro, veía cómo subía su precio”. “Nunca fue Europa más fuerte, rica y hermosa”. Los europeos que vivieron el progreso de los ochenta, noventa y primeros dosmil también suspiran por aquel mundo del ayer.

Zweig escribía desde una posición ultra privilegiada, rico desde la cuna, pero acertaba en señalar el progreso y las mejoras sociales, a veces muy tímidas, en las principales potencias europeas. Al mismo tiempo, en esa Europa se estaba cociendo “la peor peste”, la del nacionalismo que como indicaba Zweig “antes o después lleva a una guerra“. Él vivió las que siguen siendo las más grandes de la historia, las que más muerte y destrucción causaron.

Ahora, el nacionalismo, enmascarado en nuevos ropajes, sigue atacando a la idea de una Europa unida. Lo hizo en el Brexit y lo seguirá haciendo los próximos años con los Le Pen, Meloni y Abascal. “Los burócratas de Bruselas” son el espantajo que agitan estos nuevos movimientos identitarios que vuelven a señalar a minorías religiosas o étnicas. Ya no son los judíos de la época de Zweig, ahora son los inmigrantes africanos o los nativos musulmanes. Un nacionalismo que toma por programa político la irracionalidad y hace gala de discursos acientíficos negando desde las vacunas al cambio climático. Y un nacionalismo que disfrazado de democracia se saltó la ley en España, destrozó con violencia las calles y cuyo principal responsable, previsiblemente, no será juzgado. Dejó escrito Zweig que los hombres de hoy hace tiempo que excluimos del vocabulario la palabra seguridad.

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