Podríamos pensar que una vez pasada la alergia en primavera, el verano será un camino de rosas para todos aquellos que las padecen. Lamentablemente, hay algunas recurrentes durante los meses de junio, julio y agosto, incluso hasta entrado el otoño. Razón por la cual nunca estamos plenamente a salvo.
Encontramos así, casi sin motivo aparente, personas a las que el lagrimeo, el picor y el enrojecimiento ocular aparecen durante sus vacaciones. Rinitis, estornudos, cierto nivel de fatiga añadida, dolor de cabeza o asma bronquial se suceden así en cuadros recurrentes que uno creería más propio de los meses de abril o mayo.
Incluso le puede pasar a personas que durante el año no muestran síntomas y, cuando ponen rumbo a su destino vacacional, los comienzan a presentar. No hablamos de las alimentarias, las cuales crecen durante el estío porque no vigilamos de la misma forma lo que comemos. Y tampoco nos referimos a la denominada alergia al sol, que no se podría considerar como tal, sino una reacción a la exposición como la urticaria solar, la erupción solar polimorfa o la fotodermatosis.
Podría pasar además que tuviéramos alergia al cloro o a determinados agentes químicos usados en la depuración de aguas, más aún en el caso de los menores. Podría así pasar que aquellos con asma o con hiperreactividad bronquial sufran más de la cuenta al tragar agua clorada, produciéndose pequeñas inflamaciones en el sistema respiratorio.
Pero si hablamos de la alergia por antonomasia, es decir, la polinosis, sentimos deciros que ni en las vacaciones estamos libres de ellas, particularmente a un segmento muy determinado: las gramíneas. El que lo sufre las conoce, pero la realidad es que esta familia de plantas herbáceas no solo está compuesta de los cereales (avenas, trigos, cebadas, centenos...), sino de muchas otras especies, principalmente salvajes.
Encontramos así gramíneas silvestres en prados, parques, bosques, cunetas e incluso el propio césped. Hablamos de la espiguilla, del ballico, de la hierba timotea o de la grama, como explican desde la SEIAC, muchas de las cuales pueden estar presentes en nuestros lugares de vacaciones.
Alergia en verano: precaución con polen y ácaros
También podríamos caer en el error de pensar que solo la polinosis de las gramíneas retorna en julio y principios de agosto, o que en casa estamos plenamente seguros. Por desgracia, no es así. El hogar se convierte en otra fuente importantísima de reacciones alérgicas durante los meses del tercer trimestre del año con los temidos ácaros, los cuales son responsables del 40% de rinitis alérgicas de nuestro país.
Estos diminutos animales viven su particular agosto (casi literalmente) a costa de las altas temperaturas y del aumento de la humedad, lo que favorece su proliferación y también la diagnosis en personas que durante el año no los sufren con la misma vehemencia. Puede pasar, sobre todo, cuando ponemos rumbo a un destino de costa, como una segunda residencia, que ha estado cerrada mucho tiempo.
Se producen así los síntomas habituales como la rinitis o el lagrimeo, acompañado en numerosos casos del asma extrínseco, que es aquel que podemos achacar directamente a factores ambientales. En ese sentido, la presencia de animales en casa, ya sean de pelo o de pluma, aumentan la presencia de los ácaros, ya que se nutren de las pieles y tejidos muertos de ellos (y de los propios humanos).
Para evitarlo, lo mejor es lavar la ropa de cama al menos con una frecuencia semanal; eliminar polvo y aspirar con frecuencia; ventilar bien las habitaciones y recurrir a una baja humedad ambiental. Lógicamente, su proliferación también dependerá de la superficie sobre la que se asienten: ropa de cama, tapicerías, sofás, sillones, alfombras, moquetas...
En este sentido, es conveniente prescindir de tejidos de lanas o de plumas en la cama, siendo preferible apostar por el algodón o por ciertos tejidos sintéticos (que acumulan menos cantidad de estos dermatófagos, aunque también pueden generar alérgenos).
Estas técnicas también son particularmente prácticas para todo tipo de pólenes, como es el mencionado de las gramíneas, que se da de forma salvaje con abundancia hasta el mes de agosto. Razón por la que merece la pena echar un vistazo a un calendario polínico e ir esquivando determinadas zonas del país si somos alérgicos (salvo que estemos pautados bajo un tratamiento alergológico).
Junto a ellas, otras pautas que no entienden de fechas cuando se trata de reacciones alérgicas. Algo que explican desde Rino-Ebastel, incluyendo lavados nasales para disminuir las cargas de alérgenos, o mantener las ventanas cerradas en los momentos de mayor emisión.
Recomiendan del mismo modo no exponerse a los alérgenos directamente. Pongamos por caso, pasear por una pradera, tumbarse en ella o practicar deporte en este tipo de superficies (lo cual puede generar la denominada alergia al deporte (anafilaxia inducida por el ejercicio físico). También sería conveniente mantener el uso de la mascarilla, no abrir las ventanas del coche cuando nos desplazamos e incluso no tender la ropa al aire libre, aunque la imagen sea bucólica durante nuestras vacaciones, porque el polen puede quedar atrapado en ella.
Aún así, ningún alérgico está plenamente a salvo de pólenes y ácaros durante el verano, pero sí podemos minimizar los riesgos en la medida de lo posible y, siempre que estemos diagnosticados, recurrir a los antihistamínicos que tengamos pautados para evitar complicaciones.