Hay grasa en todo nuestro cuerpo y esto debemos asumirlo, del mismo modo que debemos asumir que mucha de ella tiene funciones necesarias para nuestro organismo y por lo cual no debemos criminalizarla. Evidentemente, como en tantos casos, el exceso es lo que nos perjudica. Razón por la que hoy nos evisceramos -no literalmente- en un ejercicio de biología para saber a quién podemos poner remedio y a quién no.
Porque, aparte de algo que nos preocupa y que nos suele llevar a dietistas, nutricionistas y médicos, ¿qué es la grasa corporal? Pues primero debemos decir que, como en tantas cosas, hay partes esenciales y partes no esenciales y nuestro cuerpo, y grasa, no son ajenos a ellos.
Después hemos de tener claro para qué la necesitamos, aunque sobre todo deberíamos llamarla tejido adiposo, uno de los muchos tejidos de nuestro cuerpo, conformado por células que acumulan lípidos. Sus funciones elementales son mecánicas, es decir, amortiguan, protegen y mantienen en su lugar las diversas estructuras del cuerpo, ya sean órganos, músculos o huesos, por lo que podríamos decir que son una suerte de separadores. Además, su otra gran función es metabólica, ya que genera y almacena energía para nuestro organismo.
Una vez sabido que nos hace falta y que es a la vez 'estantería y combustible', hemos de tener en cuenta que no toda la grasa de nuestro cuerpo es igual. Para empezar hay que discernir entre la grasa esencial y la grasa no esencial. La primera es la que necesitamos para nuestras funciones fisiológicas normales, que normalmente oscila entre un 3% y un 12% del peso corporal total. Por así decirlo, digamos que si fuéramos un coche sería nuestra 'reserva'.
A partir de ahí podríamos tener el 'depósito lleno', que sería la grasa no esencial y que tiene ratios que entre el 10% y el 22% en el hombre y un 20% y un 32% en el caso de las mujeres. Huelga decir que, cuanto más altos sean estos valores, más estaremos tentando a la suerte con enfermedades relacionadas con la obesidad como la diabetes, los riesgos cardiovasculares, la hipertensión y ciertos tipos de cánceres.
Sabiendo esto, aún hay más márgenes para distintos ejemplos, por lo que no podemos amargarnos cuando no adelgazamos tanto como querríamos o no desaparezca de antiestéticos lugares porque, queridos lectores, no toda la grasa de nuestro cuerpo se reparte ni de la misma forma ni tiene la misma función.
La grasa corporal en función de su localización y uso
De esta manera llegamos a los tres tipos principales en función de su localización: dura, blanda e intermuscular, a las que pronto les pondremos cara. En el caso de la primera, también llamada visceral, es la que recubre los distintos órganos, así que está focalizada en el abdomen y tórax. Como podéis imaginar, es complicada de eliminar -y también de conseguir-, pero también la más peligrosa porque para llegar a un nivel alto de grasa dura o visceral debemos haber cometidos ciertos excesos. Una elevada presencia de ésta tiene relación con las cardiopatías y enfermedades anteriormente mencionadas.
Distinto es el caso de la grasa blanda, también llamada subcutánea o periférica, que ya no tiene como misión proteger a nuestros órganos, sino que se encuentra por debajo de la piel, siendo la capa más externa. Aquí ya nos estamos yendo a grasas por todos conocidos como la que se acumula en vientre, caderas, pecho o glúteos. Curiosamente, en el caso del hombre se concentra en el vientre y abdomen, mientras que en las mujeres se va a piernas, caderas y glúteos.
Esto, que puede parecer injusto o arbitario, obedece a una razón biológica y fisiológica: estas zonas actúan como reservorios de energía para una hipotética lactancia. Por eso, cuando coges peso y dices "es que todos los kilos se me van al culo o a las caderas" es por una razón biológica: el cuerpo de la mujer actúa como reserva natural . Es a ésta a la que nos referimos como la que podemos combatir de forma constante con el ejercicio (incluso andando) o con las precauciones en la dieta.
Por último, en esta categoría, encontramos una tercera clase, la intermuscular, que es residual en términos totales y se encuentra entre las diversas fibras de los músculos y, en caso de sobrepeso, es más notoria.
Grasa blanca y grasa parda: qué son y qué función tienen
Sin embargo, no solo importa dónde está ubicada, sino también para qué la usa nuestro cuerpo y por qué hay grasas que no podemos perder, aunque nos empeñemos, y otras que nos ayudan a que el organismo se mantenga en forma. Por eso, tenemos que hablar de dos tipos de grasa en cuanto a funcionalidad: la parda y la blanca.
En el caso de la primera hay que decir que tiene una función termogenética, es decir, crea calor, razón por la que es muy abundante en los recién nacidos (hasta el 5% del peso total de la grasa del bebé) y va menguando según creciendo. Es además eminentemente visceral, ya que rodea las arterias renales y carótidas, además de la glándula tiroidea y el mediastino, amén de estar presente en la zona axilar. Básicamente sirve como 'estufa' como respuesta al frío exterior.
Por su parte, la grasa parda está más presente en los recién nacidos, donde supone el 5% del total de la grasa corporal, y su porcentaje va disminuyendo a medida que crecemos. La parda se localiza sobre todo alrededor de las arterias renales, del mediastino, de las arterias carótidas, del tiroides y en la zona axilar.
En el otro lado de la balanza, casi literalmente, tenemos que hablar de la grasa blanca. Ella ya abarca la inmensa mayoría de nuestra grasa corporal, pudiendo suponer los porcentajes anteriormente mencionados y es, fundamentalmente, un reservorio de energía. Como tal, actúan metabolizándose para obtener alimento celular en forma de glucosa. Aquí es donde sí podemos ponernos manos a la obra para reducir su cantidad, sobre todo a través del ejercicio y la dieta, buscando el famoso déficit calórico: ingerir menos calorías de las que gastamos y evitar así engordar.
En discordia podríamos hablar de una tercera grasa, bautizada como grasa beige, que abarca un nuevo campo de investigación y que se encuentran a medio camino entre ambas, siendo más cercanas a la grasa parda, ya que nos ayudaría a quemar energía en vez de almacenarla. De ella se desprende que ciertas hormonas y enzimas que liberamos en nuestro cuerpo en momentos de estrés, tensión o frío, servirían para convertir esa grasa blanca en grasa beige.