Hay entrevistas que se podrían confundir con la transcripción de la conversación entre un psiquiatra y su paciente. En estos textos periodísticos, de altas miras y afán de trascender, se alcanza tal profundidad que se podrían considerar como todo un análisis de la psique de su protagonista. La mujer de Alberto Cortina, Elena Cué, demuestra desde hace unas semanas en el diario ABC que domina este género como nadie, pues ya son varias las conversaciones con artistas de primer orden que “el gran periódico español” ha publicado con su firma. En ellas, hace un alarde de conocimientos pictóricos, pero también de su bagaje intelectual, al incluir preguntas que oscilan entre lo filosófico y lo intangible.
Según ha podido saber este Buscón, la relación profesional de Cué con ABC es la de “colaboradora por amor al arte”. Es decir, no cobra ni un duro por sus extensas entrevistas. El pasado lunes, publicó la que le realizó en Mallorca a Miquel Barceló, en la que, entre los dos, se explayan en temas como la matérica de sus cuadros, la inspiración africana “que encontró” el artista en Mali, la búsqueda de la purificación y el equilibrio, las cuevas de Drach; o el placer, la angustia y la agonía en las que se zambullen los pintores durante su proceso creativo.
A la reportera le gusta de empaparse de la circunstancia que rodea a los protagonistas de sus artículos, a imitación de los miembros de la escuela del Nuevo Periodismo. Por eso, en algunas de sus entrevistas, al párrafo en el que traza el perfil del artista le antecede otro con su experiencia personal, como ocurre en el que recoge su encuentro con el chino Cai Guo-Qiang: Una mañana del pasado mes de Mayo llegamos al apartamento que Cai comparte con Hong Hong Wu, su mujer y sus dos hijas en el Soho neoyorquino. Por aquellos días, el artista estaba reformando su estudio y tuvimos la suerte de ver su casa convertida en taller con algunas de sus obras apoyadas entre los muebles y contra el suelo. Compartimos con la familia Cai, y con algunos amigos, un almuerzo inolvidable que se prolongó hasta bien entrada la tarde y en el que pudimos disfrutar de observar detenidamente al maestro en su mundo: su ritmo, su mirada, su profunda afición por la música y sobre todo, su conversación.
En este texto, Elena da rienda suelta a sus inquietudes filosóficas y, en una de sus preguntas, cita al influyente Thomas Hobbes ("El hombre es un lobo para el hombre"). Esta referencia no es un hecho aislado, pues en otro de sus artículos, con el argentino Guillermo Kuitca como protagonista, saca a la palestra a Schopenhauer para pedir al artista su opinión sobre si es factible considerar el arte como un “fármaco para calmar momentáneamente el sufrimiento que produce la cadena continua de las necesidades y deseos a la que nuestra voluntad no puede sustraerse”.
Este concienzudo trabajo periodístico parece una clara muestra de que Elena Cué no es una consorte al uso, de ésas a las que sólo les gusta figurar y pasear sus caros modelitos por las fiestas de la alta sociedad madrileña, mientras rechazan sistemáticamente los ofrecimientos de aperitivos. Ella parece desenvolverse con soltura en el papel de protagonista y, por lo que se ve en sus textos, se pirra por la filosofía y por el arte creado para ser expuesto en los más prestigiosos museos y galerías. Apunta alto.