En el año 1999, cuando elaboraba el contenido de una encuesta sobre mitos del cerebro, la neurofisióloga Suzana Herculano quiso buscar una referencia para apoyar la conocida afirmación de que este órgano humano contiene 100.000 millones de neuronas. Para su sorpresa, no encontró ningún estudio del que partiera la cifra, ni sus compañeros supieron decirle exactamente de dónde salía aquel dato repetido en centenares de publicaciones. Comenzó entonces un largo camino que le llevó a desarrollar su propio método para el recuento de neuronas y ofrecer un número que sacudió los cimientos de la neurociencia: el cerebro humano tiene en realidad alrededor de 86.000 millones de neuronas, una cifra sensiblemente inferior que cambiaba muchas proyecciones hechas hasta entonces.
El caso de Herculano no ha sido el único en el que un dato ampliamente repetido y aceptado por la comunidad científica ha resultado tener escaso fundamento. Más recientemente el equipo del investigador Ron Milo ha desmontado la conocida afirmación de que en nuestro cuerpo habitan 10 bacterias por cada célula humana, recogido en multitud de trabajos científicos a partir de una extrapolación errónea realizada en la década de 1970. En realidad, la proporción es mucho más pareja y hay en torno a 1,3 bacterias por cada célula de nuestro cuerpo (1,3: 1), pero el error fue reproducido una y otra vez y utilizado como base para otros cálculos que ahora deben ser revisados.
El dato falso queda fijado en la mente colectiva a pesar de estar mal fundamentado
Esta especie de ceguera para los errores de bulto ha funcionado de forma parecida en otros ámbitos, en los que un dato falso queda fijado en la mente colectiva a pesar de estar mal fundamentado. Así ha sucedido, por ejemplo, con la afirmación de que las flatulencias de las vacas generan más gases de efecto invernadero que el transporte (basado en un error en un informe de la FAO), con la famosa “isla de plástico” del Pacífico, cuya existencia es irreal, y con el anunciado “apocalipsis de los insectos”, una advertencia hecha por científicos a partir de muestras que ahora se denuncian como poco representativas a nivel global y con bastantes problemas metodológicos.
Errores médicos y muertes prematuras
Aunque este sesgo hacia las grandes cifras aún no tiene un nombre ni está bien descrito, parece que existe una tendencia clara a dar por buenas determinadas afirmaciones cuando su extensión y carácter general desbordan nuestra capacidad de cálculo. Y también afecta a los científicos. Las nuevas herramientas de análisis estadístico y la revisión sistemática están ayudando a revelar más errores de este tipo, especialmente en ámbitos en los que la multitud de variables hace muy difícil la medición exacta. En el año 2016, por ejemplo, los medios se llenaron de titulares alertando de que los errores médicos eran la tercera causa de muerte en Estados Unidos. El dato comenzó a propagarse a partir de un trabajo publicado en el British Medical Journal cuyos autores cifraban el número de muertes anuales por esta causa en más de 250.000 al año. Pero ahora sabemos que es una cifra claramente exagerada y extrapolada a partir de datos poco representativos y fuentes poco fiables, además de basarse en una definición poco rigurosa de lo que es un “error médico”.
Un estudio concluyó erróneamente que los errores médicos eran la tercera causa de muerte en EEUU
Otro ámbito en el que se produce una cierta confusión, debido a su complejidad, es en el de los cálculos de las muertes prematuras por contaminación. Uno puede encontrarse con que la Agencia Europea del Medio Ambiente cifra en 30.000 las muertes al año por esta causa en España, mientras que la ONU habla de 21.000 y el trabajo de Julio Díaz y Cristina Linares, investigadores de la Escuela Nacional de Sanidad del Instituto de Salud Carlos III, cifra las muertes en 9.600. ¿A qué se debe esta discrepancia? Básicamente a que cada uno está midiendo con criterios diferentes que condicionan el resultado final.
Para hacer estos cálculos - basados en fuertes correlaciones estadísticas - se parte del número de muertes extra que se producen por cada 10mg de aumento de partículas. Pero esta función dosis-respuesta no es igual en todas las ciudades, porque depende de muchos factores, como la pirámide de población. Para entenderlo: como estas muertes se producen especialmente en mayores de 65 años, habrá mayor impacto en zonas con la población envejecida. Es decir, el número de muertes que se producen por cada aumento de 10mg de partículas no puede ser igual en Cuenca que en Madrid, pero algunos aplican una función estándar para todo e introducen un factor de confusión, en el que contribuye también la dimensión de las cifras. Aunque los hechos están bien comprobados y todas las autoridades dan cifras que se mueven en mismo orden de magnitud, Díaz y Linares insisten en que comunicar números tan dispares sobre un mismo fenómeno puede acabar restando credibilidad a los resultados.
Una conjunción de factores
El profesor de sociología Josu Mezo, autor de la famosa web Malaprensa, se ha especializado en analizar este tipo de afirmaciones gruesas que se hacen habitualmente en los medios sin contrastar el origen de los datos. En su opinión, parece claro que los "grandes números" tienden a despistarnos más fácilmente, porque se puede perder la perspectiva sobre si el número es ‘sensato’. “Yo le he dado muchas vueltas a algunos 'números grandes' famosos”, asegura, “como el de las 300.000 - 400.000 prostitutas que supuestamente habría en España. Es una ilustración curiosa de cómo un número increíble, sin apoyo empírico alguno, se impuso durante muchos años al sentido común y a estudios cuidadosos que lo desmentían”.
Los "grandes números" tienden a despistarnos, porque se puede perder la perspectiva
En ocasiones no es difícil localizar la fuente del error de estas “supercifras” que todo el mundo reproduce sin hacerse preguntas. En 2018, sin ir más lejos, un estudio publicado en el American Journal of Public Health afirmaba que las políticas de austeridad entre 2010 y 2015 habían causado un aumento de muertes en España de hasta 500.000 personas (¡!). Bastaba echar un ojo a los datos de población del INE para comprobar que había algo raro en aquella cifra. La clave, como explicaba Mezo en su web, estaba en un cambio en los indicadores utilizados, y era denunciado por otros investigadores en la propia revista.
Mezo cree que en este tipo de casos puede haber una acumulación de factores que favorecen que un número falso circule sin ser puesto en cuestión. “Un número grande, dificultad de poner en perspectiva en relación con otros números que conocemos, dificultad del propio proceso de cálculo o averiguación, no fácilmente replicable, fuentes de apariencia científica o fuentes oficiales y una "buena causa" (nadie quiere ser el que se pone a discutir los datos de quienes promueven luchar contra la contaminación del aire, las malas prácticas médicas o la contaminación del mar por plásticos)", enumera. "Es una conjunción de cosas que acaba produciendo que el número circule”.
Todos estos factores contribuyen también a que se hayan propagado datos disparatados sobre el número de coches oficiales en España, el número de políticos o el de inmigrantes. Pero en este caso influye que, además de ciegos a las cifras, somos propensos a reafirmar nuestras creencias. “Un caso simpático es el de la famosa estadística según la cual ‘España es el segundo país más ruidoso del mundo’”, recuerda Mezo. “No es un 'número gordo' como los anteriores, pero tiene muchos de los elementos: dato impactante, apariencia de fuente oficial, asunto socialmente de interés…”. El hecho es falso y aparece a menudo en los titulares a pesar de haber sido desmentido una y otra vez. Y seguirá apareciendo, porque se nos da bien hacer “oídos sordos” a los datos.