El plumaje de las águilas reales (Aquila chrysaetos) varía su pigmentación en función de la cantidad de radiación solar y terrestre que reciben los animales en sus hábitats. Durante más de siete años, el equipo del investigador español Ismael Galván ha escalado hasta nidos de águilas reales en trece países de Europa para tomar muestras de las plumas de sus polluelos y estudiar la composición de su pigmentación. Entre 2006 y 2013 él y sus compañeros subieron a nidos en los Cárpatos, Noruega y Extremadura para recoger muestras de hasta 113 águilas en 95 territorios de cría con un solo objetivo: comprobar si la radiación es un factor relevante en el color de sus plumas.
Los autores han recogido muestras de 113 águilas en 95 territorios de cría
“Hemos utilizado el águila real como modelo de estudio porque es muy cosmopolita, se observa en todo el hemisferio norte y tiene un patrón de pigmentación muy uniforme, es muy fácil comparar unas con otras”, explica Galván. Ya en el año 1924 un estudio en el que se describió la subespecie que vive en la península y el norte de África señalaba su pigmentación especialmente oscura. “Eso ya dio pie a que la consideraran una especie distinta, y daba una pista sobre la existencia de un posible gradiente en Europa en esa especie como el que hemos descubierto”.
Los resultados del trabajo, publicados en la revista Oecologia, indican que en los sitios con más radiación, tanto solar como terrestre, las águilas son más oscuras. “Las que son procedentes de lugares con altos niveles de radiación, como España y Portugal, son más negras que las de otros lugares con niveles menores de radiación, como Rumanía y Escocia”, explica Galván. Para el estudio, los autores han analizado la química de las melaninas: las dos tipos eumelanina (negra) y la feomelanina (roja). “Lo que hemos visto es que lo que varía con la radiactividad y la la radiación ultravioleta son los niveles de feomelanina en las plumas, los que están expuestos a más radiación producen menos feomelanina”.
Por obvio que parezca, los resultados son interesantes por varias razones. La primera, porque nunca se había estudiado este gradiente en poblaciones, ni siquiera en humanos, donde se da por hecho que a la concentración de melanina en la piel es mayor según nos acercamos al ecuador terrestre. La segunda, porque demuestra mediante análisis estadístico que la radiación natural, procedente de las rocas, también tiene un papel en la variación de la pigmentación. “Se sabe que existe, pero siempre se ha supuesto que los niveles no son suficientemente altos para remecer efectos biológicos apreciables”, explica el investigador. “Pero en los últimos años se ha visto que los niveles varían muchísimo de un lugar a otro y que en algunos lugares, como Kerala, en La India, hay efectos apreciables en humanos, animales y plantas”.
La radiactividad actúa en el metabolismo generando más radicales libres lo que convierte en más costoso la producción de feomelanina, como había comprobado el propio Galena en un estudio sobre las poblaciones animales en torno a la antigua central de Chernóbil. Por este motivo, la producción de feomelanina - la típica coloración roja o parda - se da con menos frecuencia en lugares con mayor radiactividad terrestre. “El efecto es el mismo que produce la radiación solar pero a menor escala”, explica. “Cuanto más radiactividad más oscura es la pigmentación de los animales, desde el norte hasta el sur”. En su opinión, el resultado es una primera pista para estudiar con mayor detalle estos efectos y algunas correlaciones curiosas. En Galicia, por ejemplo, un ave de presa llamada aguilucho cenizo porque en todas partes es gris presenta individuos completamente negros, lo que podría tener relación con los altos niveles de radiación natural que presenta el macizo sobre el que se asientan.
Para los investigadores, además, estos resultados son extrapolables a otras especies y quedan por conocer los mecanismos de selección natural que producen estas adaptaciones y si se producen cambios en el mismo individuo al cambiar de hábitat. “Para mí lo más interesante sería verlo ahora si existe en humanos”, concluye Galván. “Porque en humanos - a pesar de que asumimos que es así, nunca se ha analizado a lo largo de grandes escalas espaciales. Y si pones en un mapa la distribución humana por color de piel y la radiación ultravioleta no coinciden exactamente, estaría bien estudiar qué sucede ahí”.
Referencia: Solar and terrestrial radiations explain continental-scale variation in bird pigmentation (Oecologia)