Las revelaciones según las cuales unos agentes rusos insertaron anuncios en Facebook que intentaban influir en las elecciones estadounidenses de 2016 plantean una cuestión inquietante: ¿es Facebook malo para la democracia?
Como experto en las repercusiones sociales y políticas de la tecnología, pienso que el problema no es exclusivamente de Facebook, sino que es mucho más amplio: las redes sociales están debilitando algunas de las condiciones que históricamente han posibilitado la existencia de Estados nacionales democráticos.
Comprendo que es una afirmación drástica, y no espero que nadie la crea de inmediato. Pero, considerando que casi la mitad de todos los posibles votantes recibió noticias falsas promovidas por los rusos en Facebook, es un argumento que debe debatirse.
Cómo creamos una realidad compartida
Empecemos con dos conceptos: la “comunidad imaginada” y el “filtro burbuja”.
El fallecido politólogo Benedict Anderson sostenía, como es bien sabido, que el Estado nacional moderno se entiende mejor como una “comunidad imaginada”, posibilitada en parte por el auge de medios de comunicación de masas como los periódicos. Anderson se refería a que el sentimiento de cohesión que los ciudadanos de las naciones modernas sentían entre sí –el grado en el que podían considerarse parte de una comunidad nacional– era artificial y estaba al mismo tiempo facilitado por los medios.
Sin duda, hay muchas cosas que permiten que Estados nacionales como Estados Unidos se mantengan juntos. Todos aprendemos (más o menos) la misma historia nacional en el colegio, por ejemplo. Aun así, el típico pescador de langostas de Maine, por ejemplo, no tiene mucho en común con el típico maestro de Dakota del Sur. Pero los medios de comunicación de masas les ayudan a verse a sí mismos como parte de algo más grande, es decir, la “nación”.
Los sistemas de gobierno democráticos dependen de este sentimiento compartido de comunidad. Posibilita lo que denominamos la política “nacional”, la idea de que los ciudadanos consideran que sus intereses coinciden en algunas cuestiones. El experto jurista Cass Sunstein explica esta idea devolviéndonos a los tiempos en los que solo se emitían tres informativos y todos decían más o menos lo mismo. Como afirma Sunstein, históricamente hemos dependido de estos “intermediarios de los intereses generales” para enmarcar y articular nuestro sentimiento de realidad compartida.
Los filtros burbuja
El término “filtro burbuja” apareció en un libro publicado en 2010 por el activista Eli Pariser y sirve para caracterizar un fenómeno de Internet.
El jurista Lawrence Lessig había detectado, al igual que Sunstein, este fenómeno de aislamiento grupal en Internet a finales de la década de 1990. Dentro de un filtro burbuja, los individuos solo reciben básicamente el tipo de información que ellos mismos han seleccionado previamente o, y esto es más peligroso, que terceras partes han decidido que les interesa conocer.
Facebook sigue siendo, por un significativo margen, la fuente más destacada de noticias falsas.
La publicidad específica utilizada en las noticias de Facebook ayuda a crear estos filtros burbuja. La publicidad funciona determinando los intereses de los usuarios a partir de los datos que recopila de sus búsquedas, sus clics de me gusta, etcétera. Es una operación muy compleja. Facebook no revela sus algoritmos. Sin embargo, los estudios que ha llevado a cabo Michael Kosinski, psicólogo y experto en datos que trabaja en la Universidad de Stanford, han demostrado que el análisis automatizado de los “me gusta” que las personas emiten en esta red era capaz de determinar la información demográfica y las creencias políticas básicas de esas personas. Dicha segmentación puede ser también, en apariencia, extremadamente precisa. Hay indicios, por ejemplo, de que los anuncios contra Clinton emitidos desde Rusia consiguieron llegar específicamente a votantes individualizados de Míchigan.
Lo malo es que dentro de un filtro burbuja la persona nunca recibe noticias con las que no esté de acuerdo. Esto plantea dos problemas: en primer lugar, nunca se produce una verificación independiente de esa noticia. Quien desee una confirmación independiente deberá buscarla activamente. Segundo, los psicólogos conocen desde hace mucho el “sesgo de confirmación”, la tendencia de las personas a buscar solo información con la que están de acuerdo. Ese sesgo también limita la capacidad de cada uno para cuestionar una información que confirma o respalda sus propias creencias.
Y no solo eso, la investigación efectuada en el Proyecto de Cognición Cultural de la Universidad de Yale indica que las personas se inclinan a interpretar las nuevas pruebas a la luz de las creencias asociadas con sus grupos sociales. Esto puede tender a polarizar dichos grupos.
Todo ello significa que si estamos inclinados a sentir aversión por el presidente Donald Trump, es probable que cualquier información negativa sobre él refuerce nuestra creencia, y viceversa, seguramente no daremos crédito a las informaciones favorables a Trump, o las pasaremos por alto. Estas dos características de los filtros burbuja –la selección previa y el sesgo de confirmación– son las que las noticias falsas aprovechan con precisión.
¿Se están creando grupos polarizados?
Todas estas características están también integradas en el modelo empresarial de redes sociales como Facebook, que se basa precisamente en la idea de que permite crear un grupo de “amigos” con los que compartir información. Este grupo es en gran medida insular, separado de otros grupos. El programa selecciona muy cuidadosamente la transferencia de información a través de estas redes sociales y se esfuerza al máximo por convertirse en el portal principal a través del cual sus usuarios –unos dos mil millones– acceden a Internet.
Los ingresos de Facebook dependen de la publicidad, y esa publicidad es fácil de aprovechar: una investigación reciente de ProPublica muestra lo fácil que es insertar anuncios individualizados dirigidos a antisemitas. Más en general, el sitio también quiere mantener a los usuarios conectados, y sabe que es capaz de manipular las emociones de estos usuarios, que están más satisfechos cuando ven cosas con las que están de acuerdo.
Como documenta The Washington Post, son precisamente estas características las que aprovechan los anuncios rusos. Como observaba un redactor de Wired en un comentario inquietantemente clarividente, él nunca había visto un post favorable a Trump que hubiese sido compartido 1,5 millones de veces, y sus amigos progresistas, tampoco. En las noticias de sus redes sociales solo veían noticias de tendencia progresista.
En este entorno no debería sorprender un sondeo reciente llevado a cabo por Pew Research Center. Este sondeo muestra que el electorado estadounidense está profundamente dividido por razones partidistas, incluso en cuestiones políticas fundamentales, y se está dividiendo aún más.
Todo esto se combina para significar que el mundo de las redes sociales tiende a crear grupos pequeños y profundamente polarizados que tenderán a creer todo lo que oigan, por muy alejado que esté de la realidad. El filtro burbuja sin duda nos hará vulnerables a las falsas noticias polarizadas y nos aislará más.
¿El fin de la comunidad imaginada?
En este momento, dos tercios de los estadounidenses reciben al menos parte de su información de algoritmos desconocidos, altamente depurados y personalizados.
Facebook sigue siendo, por un significativo margen, la fuente más destacada de noticias falsas. No muy distintas de las confesiones de brujería forzadas y falsas de la Edad Media, estas historias se repiten con suficiente frecuencia como para parecer legítimas.
Lo que estamos viendo, en otras palabras, es el posible hundimiento de una parte significativa de la comunidad imaginada que es la entidad política estadounidense. A pesar de que Estados Unidos está también dividido demográficamente y hay fuertes diferencias demográficas entre regiones dentro del país, las diferencias partidistas están eclipsando otras divisiones que se dan en la sociedad.
Se trata de una tendencia reciente: a mediados de la década de 1990, las divisiones partidistas tenían un tamaño similar al de lasdemográficas . Por ejemplo, tanto entonces como ahora, mujeres y hombres mantenían la misma distancia moderada en algunas cuestiones políticas, como, por ejemplo, si las autoridades públicas deberían ayudar más a los pobres. En la década de 1990, esto era también válido para demócratas y republicanos. En otras palabras, las divisiones partidistas no eran mejores que los factores demográficos para predecir las opiniones políticas de las personas. Actualmente, si queremos saber las opiniones de alguien lo mejor es que nos enteremos antes de su afiliación política.
La realidad de las redes sociales
Sin duda, sería muy simplista acusar exclusivamente de todo esto a las redes. Ciertamente, la estructura del sistema político estadounidense, que tiende a polarizar a los partidos políticos en las primarias, influye mucho.
Y es cierto que seguimos siendo muchos los que recibimos información de otras fuentes, fuera de nuestros filtros burbuja de Facebook.
Pero yo diría que Facebook y las redes sociales ofrecen una capa adicional: no solo tienden a crear filtros burbuja propios, sino que también ofrecen un medio abonado a quienes desean aumentar la polarización.
Las comunidades comparten y crean realidades sociales. En su función actual, las redes corren el riesgo de inducir una realidad social en la que los diferentes grupos no solo disientan acerca de qué hacer, sino acerca de cuál es la propia realidad.
Gordon Hull, Associate Professor of Philosophy, Director of Center for Professional and Applied Ethics, University of North Carolina – Charlotte
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.