El Atlético le abre las puertas de su escudo a los madridistas. No los nombra, pero se refiere indisimuladamente a ellos. Les invita a convertirse al sentimiento rojiblanco, ahora que la felicidad parece haber cambiado de acera. A través de su tradicional anuncio anual en colaboración con la agencia de publicidad Sra Rushmore le tiende la mano a ese sector de aficionados (numeroso y sí, bien retratado) que entiende se ubicó al otro lado por pura inercia, arrastrado por el viento de la mayoría y el calor de los privilegios y los resultados. Como si cualquiera pudiera ser uno de los suyos, volverse de repente, no importa el día ni la hora.
Después de muchos años de dar en el clavo, de apelar al sagrado sentimiento de pertenencia y fidelidad característico de los colchoneros, el spot ha pinchado en hueso. Porque el atlético no es eso. Es justo lo contrario. Ese hincha nunca lo fue ocasional o por conveniencia. Se siente un tipo especial que compromete su aliento desde el primer día y para siempre, lo entrega de forma innegociable y desinteresada, y nunca se esconde ni baja la voz porque los otros sean más, tengan más dinero o ganen con mayor frecuencia. Lo suyo lo ve como vocación, mandato divino, no elección oportunista. El atlético nace, no se hace, ése fue siempre el primer mandamiento de esa religión tan particular.
Pero los gestores del Atlético hoy convocan a conversos. Toman prestado a su manera el lema del vecino (“fulano es madridista aunque aún no lo sabe”, que recita con frecuencia y sorna Florentino) y reclaman el transfugismo de los que no estaban ahí al lado en las malas. En forma simpática si se quiere, pero olvidando que la reputación que se ganó esa hinchada no fue por el número de partidarios sino por el tamaño y la calidad de su adhesión. El ‘Atleti, Atleti’ no se cantó nunca en el colegio porque lo recomendara el profesor o lo aconsejara la mayoría de la clase en el recreo. Su seguidor lo fue por pura fe, nunca exigió ver para creer. No se dejó llevar por la marabunta, como bien destacaron los anuncios de otros años. No lo duden, por más que se lo pregunte en el titular, ese tipo que retrata el sketch no lleva dentro el sentimiento atlético. Y nunca lo va a llevar por más que se disfrace o salga ahora de debajo de las piedras. Ni vale cualquiera ni persiguen ser más.
Con la parodia se pica al máximo rival, eso es verdad. Pero si se trataba de reflejar que los que no escogieron su camiseta finalmente se equivocaron, que tendría su gracia, habría sido más certero volver del revés la vieja pregunta (Papá, ¿por qué no somos del Atlético?) o componer otra (¿A que te gustaría ser de los nuestros?) dirigida a ese inequívoco personaje madridista. No este ¿y si lo llevas dentro?. Esta vez fallaron. El Atlético no está representado ahí por ningún lado. Ni como broma.